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La última clase: reflexiones del maestro Luis Felipe Gómez

Noviembre 4 de 2022

Quiero agradecer a las directivas del Cuarto Congreso Colombiano de Medicina Vascular y, muy especialmente, a mi querido y distinguido alumno Harold Miranda Rosero, presidente de este evento y de la Asociación, por permitirme esta magnífica oportunidad de dar mi última clase. No hay un escenario mejor que el propuesto para hacerlo, están mis alumnos, mis afectos y mis queridos colegas, así comienza la carta que escribió el docente y especialista Luis Felipe Gómez, a quien hoy en voz alta decimos: ¡Gracias maestro! 

Recuerdo con claridad la llamada y su amable propuesta para que interviniera en el Congreso. ¿Profesor de qué quiere hablar? y, por supuesto, aún conservo en mi mente las palabras que le respondí: ‘Harold quiero que me dé la oportunidad de hacer una lectura tranquila sobre mis pensamientos acerca de la profesión y de la especialidad. Además, si no es una molestia, me permita leer algunos de mis cuentos a los asistentes’.

Para comenzar quisiera explicar porque he decidido que hoy sea mi última clase. Desde que me gradué como médico y especialista en Medicina Interna y Medicina Vascular he venido disfrutando de aulas, palestras, congresos y reuniones académicas con puntualidad y entusiasmo, y aunque uno no lo crea, ya son treinta y dos años, todos inmensamente felices, gratos y productivos.

Durante este tiempo he compartido con amigos, colegas y alumnos el desarrollo explosivo y cautivador que ha venido apareciendo en la práctica de la medicina vascular ya que arterias, venas y vasos linfáticos disfrutan de un presente cambiante, dinámico y que no para de asombrarnos como dedicados estudiosos del tema. 

Nunca me ha gustado quedarme con el mismo traje y la vida que es movimiento constante me obliga a quitarme el respectivo vestido de profesor universitario que tanto tiempo he lucido. Es hora de aceptar esa postura de retiro amoroso y pasar la posta a mis alumnos, pues, evitarlo y no hacerlo es cosa de viejos ególatras y sin conciencia de los tiempos.

Así que como ciudadano y médico responsable seguiré en mi consultorio, atendiendo mis pacientes y disfrutando de la práctica de la medicina. Me volveré un alumno de mis alumnos y estaré presto a compartir mi experiencia cuando sea necesario y prudente. 

Es mejor retirarse a tiempo que escuchar lo que dicen cuando a uno le pasan los tiempos y permanece afincado y atornillado a un puestico: “Cuando se irá a jubilar este señor”, “no aporta ya nada, no construye, se la pasa ya montando a caballo, o navegando en el velero”, “solo escribe cuentos y nostalgias” o criticando porque no se retiran otros que no salen del juego del solitario en el computador.  Entiendo la importancia de los viejos; sin embargo, todo tiene su momento y el mío ha llegado, así que mi alumno Juan Carlos Arrieta tendrá la responsabilidad de continuar con el legado dejado por el profesor Gerardo Cadavid. 

Comencemos, entonces, por recrear mis dos reflexiones...

En la primera clase del curso de acto médico de medicina vascular les pregunto a mis alumnos: '¿qué es lo más importante para ser médicos?'. Los muchachos asustados, por la curiosa pregunta, exponen todo tipo de respuestas que van recreando a medida que les doy la palabra, al final, les digo lo que pienso.

Lo más importante para ser médico o para realizar un camino o una misión en la vida son las ganas, la pasión, el entusiasmo y el empeño que le pongamos a los proyectos, además, del sentido que se le dé a este.

Uno sin ganas no es camino, no es nada. Así que para hacer medicina o cualquier proyecto en la vida solo se necesitan de las ganas y del sentido del camino. Independiente del estrato o de la procedencia del muchacho o del individuo, las ganas y el sentido hacen la diferencia.

Los caballos me lo han enseñado también, me encantan los briosos, los que acometen con ganas y disfrutan el camino, tienen entusiasmo, energía, actitud; otros lamentablemente son desbriados, no son placenteros ni cómodos, por eso hay que espolearlos y animarlos con la fusta.

Afortunadamente, siempre la medicina y su arte me han apasionado, sobre todo, la medicina vascular. Confieso que no pude haber escogido otra profesión mejor que esta y una especialidad más bella y generosa que la medicina vascular, espero seguir teniendo amores fecundos con ellas hasta que mi mente y mi cuerpo me lo permitan.

Me remito a la segunda reflexión y esta se encuentra divinamente asentada en el prefacio de todas las ediciones del libro clásico de medicina interna de Harrison: Ninguna mejor oportunidad, responsabilidad u obligación puede recaer sobre un ser humano, que convertirse en médico. En el cuidado del que sufre, necesita de habilidades técnicas, conocimiento científico y entendimiento humano. Quien aproveche esto con coraje, humildad y con sabiduría entregará a su congénere un servicio único y podrá construir un carácter y espíritu sólido. El médico quien le pida esto a su destino debería estar contento con ello y no con menos”.

Cuando llegan a practicar a mi consultorio los estudiantes del curso de acto médico de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia les leo estas líneas de 1950, las meditamos y las abrazamos pues son la mejor invitación para una bella práctica médica la cual debe ser amorosa y agradable.

Les muestro mi egoteca, una biblioteca que contiene libros antiguos de medicina, leemos en las portadas olvidados autores y lejanas fechas de publicación, uno o dos siglos, entonces luego los invito a reflexionar sobre la humildad, elemento primordial para la práctica, pues, no serán ellos los primeros ni los últimos médicos, somos solamente una curiosa coincidencia en el trayecto del universo y de la tierra. La conciencia de la humildad permite sintonizarnos con el ser humano, con ella entendemos que estamos hechos de la misma sustancia que se sienta enfrente nuestro, sustancia condenada a desaparecer y a integrarse a otra dimensión.

También en el mencionado mueble tengo una estatua de Esculapio, Dios de la Medicina, mi primer intento de ser autor de algo y otros libros viejos de la especialidad, además de mis caballos y las réplicas de mis autos favoritos.

A pesar de que digan que la profesión es una ciencia casi exacta, y eso de casi, ya de por si lo desvirtúa, la medicina para mí es y seguirá siendo un arte, que acompañado de buena tecnología y sentido humano y común sirven para ayudar al prójimo. Al menos yo me considero un artesano curioso, un escuchador y un ser conmiserativo, nada más. 

En ese orden de ideas se necesita además de ganas, pasión y entusiasmo para ejercerla, arte, capacidad de entender la sintonía de frecuencias o espectros energéticos, paciencia y método para escuchar y observar al otro.  Recuerden que una cosa es oír y otra escuchar. Quien sepa escuchar, podrá con sus conocimientos discernir y tendrá gran ventaja porque con la sapiente escucha el diagnostico estará en sus manos; sin embargo, deberá complementarlo con el asombro de observar, la sutileza para palpar y hallar, lo demás es burda estructura del cuándo y dónde.

De las reflexiones anteriores voy a extractar y condensar siete valores necesarios para la práctica médica: solidaridad, compasión, gratitud, humildad, amor, asombro y disciplina...

Y así como era costumbre, entre enseñanzas y reflexiones concluye su última clase.   

 

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