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Generales

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La esperanza nos reconquista

La celebración del Día Clásico de la Universidad de Antioquia se realizó en el Paraninfo del Edificio de San Ignacio y fue encabezada por el rector John Jairo Arboleda Céspedes. Foto: Alejandra Uribe, Dirección de Comunicaciones.

Buenas tardes.

Poco a poco abandonamos las incertidumbres de la nostalgia y reconquistamos la alegría de la vida. Digo esto, porque en la preparación de estas palabras me fue inevitable pensar en el momento que vivíamos hace un año, cuando nos encontramos aquí, en este mismo espacio de conmemoración, y cuando la pandemia por la covid-19 nos encaraba con esa soberbia con la que se enquistó en la cotidianidad de todos, haciéndonos preguntar, a cada rato: ¿cuándo y cómo volvería la vida que conocíamos? Hoy, la esperanza nos reconquista.

No significa esto que desconozcamos los riesgos que perviven, que omitamos que el virus sigue entre nosotros; tampoco significa que estamos asumiendo que podemos renunciar a proteger el bienestar y el cuidado de todos o que atravesamos por completo esta borrasca. Pero siento que esta celebración es un buen momento para reconocer que arribamos a estos 218 años de historia institucional, con la alegría de que poco a poco esta casa de todos recobra su pulso vital, que no es otro que el poder estar juntos para imaginar universos posibles, esos universos posibles que cada tanto se crean en laboratorios, en las aulas de clase, en las experiencias de práctica, en los debates de cafetería, en las oficinas donde se cuecen nuevos proyectos…

«Universos posibles», precisamente, es la consigna que ha inspirado la celebración de estos 218 años de nuestra Alma Máter. Sin duda, es una bella metáfora del significado que entraña esta universidad pública; es también una buena inspiración para plantear algunas reflexiones sobre la visión presente de esta institución, una serie de retos que creo son claves hoy para continuar impulsando el poder creador y posibilitador que brinda el conocimiento universitario; retos que creo necesario compartirles en este Día Clásico, una conmemoración que nos une y nos compromete como comunidad.

Los últimos dieciocho meses —marcados por la pandemia de la covid-19—, nos han permitido constatar el valor social de la universidad, de la universidad pública y de la Universidad de Antioquia. Son conocidas ya las contribuciones que esta casa de estudios, sus profesores, investigadores, estudiantes y egresados, han propiciado en esta coyuntura. No me detendré, entonces, en listar esos aportes. Sin embargo, menciono esa reivindicación universitaria, porque creo que, en medio de esta circunstancia, hay un hecho con el que, en buena hora, se ha reconocido el valor de la educación superior pública y el compromiso que nos exige como país respaldarla. De ello da cuenta la que considero una afortunada decisión del Gobierno nacional, la de hacer realidad el programa de Matrícula Cero, que beneficiará a 695 mil jóvenes de estratos 1, 2 y 3 del país. Esta es una noticia no menor para una institución como la nuestra, pues para el semestre 2021-1 nuestros estudiantes de esos estratos, matriculados en pregrado, sumaron poco más de 32.000. Así es que la Matrícula Cero representa un gran alivio para miles de familias que se han visto constreñidas económicamente por la pandemia; es, sin duda, un programa de asistencia social que debió llegar antes, pero que es muy bien recibido en este momento de desafíos para esta y para otras instituciones del país. Para nosotros, sin embargo, representa algo más, constituye la comprobación de una apuesta universitaria que esta casa de estudios ha defendido desde hace dos décadas, mediante la exención semejante para los estudiantes de estratos 1 y 2.

También, de ese importante respaldo a las matrículas, se da la prolongación de un reto en el que no debemos claudicar:  el de continuar impulsando, como comunidad universitaria,  los debates, los acercamientos, los espacios políticos que nos lleven a convertir en política de Estado el incremento necesario de los puntos porcentuales por encima del IPC, para que podamos transitar hacia la estabilidad financiera y subsanar el desequilibrio generado por la Ley 30 de 1992 a las finanzas de las universidades públicas. Sobre ello, sin embargo, aprovecho para hacer un sincero reconocimiento al actual Gobierno nacional, que ha respondido a su compromiso de incrementar en estos años la base presupuestal, asunto que ha cumplido con responsabilidad y que ha sido clave para que la Universidad esté respondiendo ante los impactos económicos de esta emergencia sanitaria.

Esta pandemia trae consigo una dualidad extraña. Por un lado, está signada por su perversidad natural:  los dolores y las pérdidas que generó, el tiempo de vida que nos robó y los proyectos que malogró; todo ello la hace, sin duda alguna, una maldita pandemia. Pero, paradójicamente, es también una bendita pandemia. Lo es, si se asume desde la perspectiva del optimismo y de los aprendizajes. Me gusta darle esa última connotación, porque en nuestro caso nos ha permitido constatar el valor de esa Universidad que nos acoge, el valor de esa Universidad en la que emerge nuestra cotidianidad y nos sitúa ante la alteridad, ante los otros.

Pero esta maldita pandemia nos ha mantenido distantes; una circunstancia que, con toda razón, ha suscitado en una gran parte de universitarios frustración y desespero. No son para mi desconocidos los reclamos ante esta larga y nostálgica espera para rehabitar los espacios. El retorno gradual y seguro es hoy uno de nuestros principales retos, y quiero resaltar que es «nuestro» reto, en colectivo, porque implica de todos conocimiento, compromiso, comprensión, creatividad, corresponsabilidad y solidaridad. El retorno ha venido avanzando por fases y hoy, ya sobre la fase tres, contamos en promedio con la presencialidad de unas 14.000 personas en nuestros espacios universitarios en Medellín y en cada una de nuestras sedes y seccionales por toda Antioquia.  Sin embargo, como institución debemos mantener un gran compromiso con el bienestar y la salud de todos, todos somos universidad. Sabemos que esta es una comunidad diversa; tenemos un robusto grupo profesoral adulto, cuyo gran valor académico, precisamente, se sustenta en su trayectoria y experiencia vital; y tenemos también una comunidad de estudiantes que apenas está en fase de vacunación.  No es un capricho administrativo entonces, como algunos sectores de la comunidad universitaria lo ha manifestado, el que estemos actuando con prudencia frente a este momento que vivimos. Como universidad pública no solo tenemos la obligación de acoger con responsabilidad las disposiciones de las autoridades de salud en términos de aforos permitidos; también hemos sido consecuentes en escuchar y atender las recomendaciones de profesores, investigadores y expertos en epidemiología y salud pública que cuentan con el sustento científico y con el rigor profesional que aprendieron en esta misma institución. Coherentes con sus directrices, es que hemos formulado, fase a fase, el proceso de retorno, sobre el que aprovecho para reconocer la labor y apertura de los decanos y directores de facultades, escuelas e institutos, que con creatividad y con el conocimiento que tienen de las particularidades y posibilidades de sus unidades académicas, han venido tomando decisiones, buscando estrategias y conciliando caminos para que ese proceso de retorno responda y pondere las diversas posturas al interior de sus estamentos.

Ese proceso trae también a cuestas interesantes adaptaciones y reconfiguraciones, circunstancia que bien se corresponde con esa perspectiva positiva de esa que llamo bendita pandemia. Como comunidad académica saben bien de qué les hablo, pues las limitaciones generadas a la presencialidad en las aulas han implicado que la interacción entre profesores y estudiantes migrara en gran proporción a las nuevas tecnologías, herramientas que nos han permitido mantener activos los cursos y continuar con el desarrollo de tres semestres académicos que, por lo demás, han tenido índices históricos de baja deserción. Digo esto para plantearles otro reto que tenemos en el presente: la incorporación de estrategias académicas que, en función de este complejo y largo proceso de retorno, hemos venido formulando. Hablo concretamente de la propuesta de adopción de multimodalidades académicas, las cuales no son nuevas en la Universidad, pues se inspiran en experiencias que ya hacían parte de algunos programas pero que, dado que todavía no podemos retornar a la presencialidad plena, creemos que constituyen una estrategia replicable y extensible. Cursos presenciales, semipresenciales, a distancia, intensivos, virtuales con tutoría; así como también cursos con actividades parciales o totalmente asistidas por las TIC; se trata de un abanico de posibilidades que siempre han estado aquí, pero que no las habíamos puesto plenamente al servicio del proceso de enseñanza-aprendizaje y que, ante este suceso, no solo son una estrategia para continuar de manera ordenada y coherente el proceso de retorno gradual y seguro, sino que también constituyen un campo de posibilidades en el escenario pospandémico, útiles para los distintos momentos de vida de nuestros profesores y estudiantes, y que harían posible, por ejemplo,  que una estudiante que está en Tumaco no tenga que venir a la Universidad, por los costos que le implican, para presentar un examen o entregar un trabajo.

De ello se desprende una claridad en la que quiero ser vehemente: no puedo estar más de acuerdo con aquellos que dicen que la Universidad no cabe en una pantalla. ¡Por supuesto que no! ¡218 años de historia no pueden meterse en una pantalla! Y así como en ese curso histórico de dos siglos esta institución tuvo que reacomodarse momentáneamente para subsistir, en los reacomodos del presente tampoco vamos a renunciar ni a la presencialidad ni a la calidad, dos rasgos genéticos de la personalidad de esta Universidad. Necesitamos de las preguntas entre profesor y estudiante; del debate entre profesor y profesor; de la creatividad entre estudiante y estudiante, porque han sido de todas esas interacciones de donde han salido nuestros mejores universos posibles. Y también necesitamos de la calidad, porque es esa característica, precisamente, la que hoy nos tiene aquí, conmemorando una institución de 218 años.

Estoy convencido de que la incorporación de innovaciones educativas ante esta coyuntura no tiene por qué significar una amenaza, y no será así porque, justo en este presente, tenemos otro reto adicional que nos exige continuar siendo una institución de alta calidad. Mantener la bandera de la calidad UdeA, de hecho, constituye una de nuestras tareas más próximas. Precisamente, al cierre de este año le entregaremos al Consejo Nacional de Acreditación el informe de autoevaluación institucional y, el próximo año, esperamos celebrar, ojalá como parte de nuestro Día Clásico 219, que nuestra Alma Máter ha sido acreditada por el rigor con el que concibe y desarrolla sus ejes misionales, como lo fue en el 2003 y también en el 2012. Desde hace más de dos décadas esta Universidad incorporó procesos de revisión permanente, de eso también da cuenta el alto número de programas de pregrado y posgrado acreditados de alta calidad, y ese es un compromiso que en este nuevo periodo rectoral que emprendí en abril de este año, no será menor. Esa es una consigna que no solo hace parte de la ejecución que oportunamente venimos haciendo del Plan de Desarrollo Institucional 2017-2027, que en términos de resultados hoy va satisfactoriamente en un 52% de avance, sino que está expresada también en nuestro Plan de Acción Institucional 2021-2024; una ruta de acción que surgió, además, de un ejercicio participativo y constructivo con las unidades académicas, constituyéndose como una apuesta colectiva y no meramente como un proyecto aislado de la administración central de turno.

Esa ruta de trabajo que nos guiará hasta que nuevamente nos veamos aquí, pero en la celebración de los 221 años de la Universidad, también tiene otra particularidad: fue concebida en plena crisis de la pandemia y, en tanto, tuvimos muy en cuenta los impactos de esta. Me refiero a ello, porque ese es otro reto del presente universitario para resaltar hoy, en especial en lo que tiene que ver con el bienestar estudiantil. Esta maldita pandemia nos ha implicado un gran esfuerzo en ese ámbito, y sus secuelas a futuro, estoy convencido, no serán menores, particularmente en lo que tiene que ver con la atención a situaciones de salud mental. En ese ámbito, permítanme resaltar el acompañamiento de nuestra Dirección de Bienestar, el programa de bienestar estudiantil, sin duda, más robusto y completo del país, que seguiremos ampliando en financiación y servicios para mantener en firme ese bálsamo que resulta la Universidad para los estudiantes que no cuentan con condiciones socioeconómicas adecuadas, y que día a día se enfrentan a esa desigualdad social que siempre hemos reconocido y atendido, pero que esta situación desnudó de la manera más cruda.

Poder atender esa desigualdad social, no solo implicará que continuemos día a día buscando y gestionando el respaldo de instituciones, fundaciones, cooperativas y empresas amigas de esta casa. Atender esa desigualdad social implicará también que la Universidad sea entendida desde sus complejidades y, especialmente, que sea abrazada por la sociedad en pleno, no solo cuando anunciamos maravillosos resultados científicos o académicos, sino también cuando es agredida, violentada y señalada. Hablo de esto, motivado en buena parte por los acontecimientos de los meses recientes, en los que espacios universitarios fueron ocupados abruptamente; y hablo de esto también, por los múltiples repertorios violentos que constituyen esa historia de afectaciones de las que la universidad colombiana ha sido objeto, como lo registran los informes que hace un par de meses le entregamos como institución a la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición. Esta institución no solo ha demostrado que no quiere ni puede aprender sobre la violencia como forma de abordar problemas y conflictos, con grandes dificultades también se ha dedicado incansablemente a evitarla. Y por eso quiero aprovechar esta conmemoración de nuestros 218 años para reiterar el llamado al abrazo y a la defensa social permanente de la Universidad de Antioquia, un respaldo que necesariamente debe asumir que el deber natural de un centro de pensamiento como este es discutir y debatir de manera crítica asuntos sociales, políticos y económicos; y que simultáneamente debe comprender también que para poder hacer esa tarea —fundamental y necesaria en un país que reclama transformaciones sociales—, tenemos que defender la Universidad como espacio de paz, aquel donde el ambiente es propicio para discutir, contrapreguntar, incomodar, hacer propuestas, tender puentes y construir acuerdos.

Es esa la esencia de la Universidad. Son esos los atributos que ha conquistado en estos 218 años y que hoy, cuando nos encaminamos a salir de esta borrasca pandémica, le dan sentido a esa esperanza que nos reconquista. Esa esperanza a la que hoy, en nuestro Día Clásico 218, le ponemos rostro homenajeando a este grupo de universitarios distinguidos: seres humanos que con la risa o el deporte le apuestan a la construcción de paz; seres humanos que pasan horas y horas en un laboratorio buscando soluciones; seres humanos que recorren las montañas captando los sonidos de la naturaleza para hacer ciencia; seres humanos que han dedicado su vida a la formación integral, crítica, e inspiradora de otros seres humanos.

A ustedes, universitarios grandiosos que cada día hacen de la vida y de esta Universidad un sinnúmero de universos posibles, mi admiración, mi reconocimiento y mi invitación a seguir trabajando para que, juntos, siempre juntos, podamos reconquistar la esperanza.

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