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Generales
El lugar de sueños cumplidos
Hace unos días convocamos a un grupo de niñas y niños para hacerles preguntas sobre la Universidad. Uno de esos cuestionamientos que les propusimos fue: «¿Cómo le contarían a alguien qué es la universidad?». Vinieron respuestas sorprendentes y hermosas. Elena, por ejemplo, dijo que la Universidad «es como un barco, ya que es nuestra responsabilidad no dejarlo hundir». Ese llamado genuino de una niña de 12 años, me hizo recordar una afirmación poderosa que se le atribuye a la profesora María Teresa Uribe, quien bellamente dijo que esta Universidad es el proyecto cultural y social más importante y continuo de la región en toda su historia.
Aquella frase se ha convertido en una especie de consigna institucional que, posiblemente por tanto repetirla, la hemos dejado de pasar por el corazón y así poder dimensionar todo lo que ella entraña. A ustedes: universitarios; ¡a usted señor Gobernador!; a todos quienes están hoy aquí, quiero pedirles que escarben en su saber para responder esto: ¿existe otra institución en Antioquia con una historia tan prolongada y con la vigencia y el impacto social que caracteriza a nuestra Alma Máter? Yo, me atrevo a decir: no existe.
Por eso hoy, cuando nos reunimos aquí para conmemorar protocolariamente estos 220 años, vale la pena hacerle eco a esa bella consigna con la que hemos convocado a esta efeméride redonda, que durante todo este 2023 hemos venido celebrando con múltiples actividades y con el respaldo de nuestras unidades académicas, dependencias universitarias y aliados externos, con quienes estamos muy agradecidos.
Yo, que en mi historia personal encarno una multiplicidad de vínculos como estudiante, egresado, investigador, profesor y empleado, podría dar una vasta lista de razones por las que amo a esta bicentenaria universidad. Pero como portador del honor y del inmenso compromiso de ser rector, quiero centrarme en una de esas tantas razones para amarla: esta Universidad es el lugar donde los sueños se cumplen.
El trazo histórico que contiene la ruta de estos 220 años y cuyo punto de partida es, precisamente, este mismo lugar que hoy pisamos, está demarcado por gran parte de esos sueños colectivos que esta institución ha materializado. En la década de 1780, varios vecinos de la entonces Villa de Medellín soñaron con que la naciente ciudad contara con un establecimiento que proporcionara a los jóvenes de la provincia algo más que las primeras letras. En medio de gran regocijo la primera piedra de esta edificación que hoy nos acoge, fue colocada el 2 de agosto de 1803: el sueño de Universidad estaba fecundado.
Posteriormente, ocurrió el hecho por el que el 9 de octubre ha sido signado como nuestro Día Clásico, el hecho que hoy nos reúne. Fue en esa fecha, en 1822, cuando el presidente Francisco de Paula Santander dictó el decreto orgánico que fundamenta todo el desarrollo posterior de la institución, para entonces llamada Colegio de Antioquia.
A partir de allí, este barco que según Elena es la universidad, o ese proyecto social y cultural continuo que llamó la profesora María Teresa, no se ha detenido. En el siglo XIX, en ese tránsito entre Colonia y República, los sueños siguieron su marcha pese a que el Colegio-universidad fue objeto y territorio de disputas partidistas y religiosas, de cierres temporales, de ocupaciones belicosas, de divergencias ideológicas y conceptuales. Luego, como centro del proyecto educativo del Estado Soberano de Antioquia —entre 1856 y 1900—, esta institución vivió años de esplendor y, por tanto, de nuevos sueños cumplidos: en esa época se estableció el sistema de escuelas; se reanudó la cátedra de química, indispensable para el desarrollo minero de la región; y se le autorizó al colegio conferir grados en jurisprudencia, medicina e ingeniería civil. Y fue en 1871 cuando el gobernador de Antioquia, Pedro Justo Berrío, reorganizó el entonces Colegio del Estado y le dio el nombre que hoy nos llena de orgullo: Universidad de Antioquia.
La primera mitad del siglo XX también nos dejó sueños cumplidos, pese a la ocupación militar por la Guerra de los Mil Días y a que, en la primera década, el pragmatismo radical amenazó a la Universidad con su desaparición.
Así, el triunfo del proyecto republicano significó el resurgimiento y el inicio de uno de los periodos más florecientes de la institución. En 1908 fue reabierto el Liceo Antioqueño; volvió a funcionar la Facultad de Filosofía y letras; se reabrieron las escuelas de Medicina y Jurisprudencia, desde las cuales se concibieron importantes aportes médicos y jurídicos para el país; y se dotó a la Universidad de nuevos espacios, entre ellos la remodelación de este lugar, que hoy conocemos como Edificio San Ignacio y para el cual se construyó, también en esa época, este imponente Paraninfo que hoy nos acoge y que es la expresión simbólica del ser de la Universidad. Por aquel entonces, también germinaron sueños que hoy se mantienen vibrantes y que se corresponden con la invaluable apuesta institucional para divulgar la cultura: en 1933 nació la Emisora Cultural, a la que el pasado 9 de agosto usted, señor gobernador, le entregó el Escudo de Antioquia Categoría Oro por sus 90 años de ser la «voz de la Universidad»; también, en 1929 surgió la imprenta; en mayo de 1935 salió el primer ejemplar de la Revista Universidad de Antioquia; y en 1945, la Biblioteca sumaba casi 33000 libros y 43000 lectores. Por aquellos años, además, universitarios visionarios empezaron a consolidar las colecciones de ciencias naturales y antropología, dos de la más importantes de nuestro Museo Universitario. Tres sueños cumplidos más quiero resaltar de aquel periodo: se realizó el primer Congreso Nacional de estudiantes en este mismo espacio, en 1922, lo que marcó un hito en la organización estudiantil en el país; se graduaron las tres primeras mujeres, en 1935, pese a la oposición de la iglesia católica; y, tercero, se originaron dos universidades hermanas producto de las presiones partidistas de la época, que provocaron que grupos de destacados profesores de nuestra universidad, impulsaran la creación de la Pontificia Bolivariana y de la Universidad de Medellín.
En tanto, la vinculación de la Universidad a la solución de los problemas de la región se hizo cada vez más notable. En un discurso en 1953, el rector Alberto Bernal decía «la Universidad no ha sido solamente antorcha luminosa para los estudiantes de matrícula, sino para el pueblo todo de la montaña. De estos claustros han salido las grandes ideas que van transformando a Antioquia en todos los campos y en todos los tiempos. De aquí salieron las voces emancipadoras, se discutió cuál sería la vía mejor para unir el centro de Provincia con el Magdalena. Aquí se originó la actual industrialización de Antioquia, y su cultura actual cuando se fundaron las Escuelas de Artes y Oficios y la Normal de Institutores. Aquí se discutieron problemas trascendentales como el túnel de La Quiebra, las vías troncales y la carretera al mar».
En la segunda mitad de siglo XX surgieron nuevas razones para amar a esta institución, raíces de algunos de los rasgos más firmes de esa universidad crítica, diversa e incluyente que hoy nos enorgullece. En medio de la turbulencia nacional de los años setenta y ochenta, empezamos a habitar el gran sueño de tener una Ciudad Universitaria. En el campus que para tantos de nosotros no solo es escuela, sino que es también casa, sala de encuentro y espacio de apropiación cultural y lúdica, se materializó la visión de una universidad de masas que caminó hacia la modernización dejando atrás viejos esquemas administrativos, y con la cual se logró una gestión racional y planificada, una organización académica en facultades y departamentos, y el surgimiento de nuevas disciplinas que el país requería. Simultáneamente, el activismo social y político, las utopías revolucionarias y el feminismo militante, se anclaron al ethos universitario: los movimientos estudiantiles y profesorales levantaron las banderas de la inclusión; otros pintaron pancartas por la defensa de la autonomía universitaria y el financiamiento; y los gritos y arengas de otros tantos, rechazaron la presencia militar en los claustros. Esos años nos instauraron como referencia de la crítica política y la protesta social en Colombia, lo que ha traído consigo, lamentablemente, impugnaciones violentas que han implicado pérdidas y duelos imborrables.
Pese a esos años oscuros con que cerramos los ochentas, en las siguientes tres décadas la universidad siguió un rumbo que, a mi juicio, no solo nos permitió la conquista de trascendentales sueños, sino también enfrentar nuevos retos. Desde 1994, con el nuevo Estatuto General y teniendo en cuenta la nueva Constitución Nacional, la vida académica se instauró como razón de ser de la existencia de la Universidad; y la investigación y la extensión, se trenzaron a la docencia para lograr los objetivos institucionales. Así fue como se consolidó un principio estatutario al que se le sumó un plan estratégico fundamentado en cinco grandes áreas de desempeño que hoy se mantienen vigentes: el desarrollo científico-tecnológico, humanístico, cultural y artístico; el desarrollo del talento humano, de la cultura y del bienestar universitario; la planeación y modernización administrativa; la proyección a la comunidad nacional e internacional; y el fortalecimiento de la autonomía financiera.
En ese reencauzamiento que desembocó en este milenio, hicimos del proyecto de regionalización un modelo reconocido en el país y que hoy tiene 12 campus regionales acreditados y casi 17000 egresados. La Sede de Investigación Universitaria, inaugurada en 2003, se convirtió en un referente de la ciencia y del rigor de nuestros grupos de investigación, de los cuales, en la última medición de Minciencias, fueron reconocidos 270 grupos y clasificados 733 de nuestros investigadores. La internacionalización también ha permitido cumplir los sueños de miles de universitarios: en los últimos 8 años hemos tenido más de 9000 movilidades salientes y hemos firmado 405 convenios internacionales con instituciones en 40 países. Así mismo, en estos últimos 20 años hicimos que ese sueño de trabajo articulado entre universidades, empresas y Estado, se materializara y se extendiera a las regiones de Antioquia.
Autoevaluarnos y permitir que otros nos evalúen, también nos ha llevado a cumplir el sueño de refrendar nuestra calidad: hoy, el 80 % de nuestros 105 programas de pregrado y 56 % de nuestros 218 programas de posgrado, están acreditados; en 2003 el Ministerio de Educación Nacional nos otorgó también la primera acreditación institucional en alta calidad, que renovamos en 2012 y que el próximo 23 de octubre, en este mismo lugar, nos entregará nuevamente, por otros 10 años, hasta el 2033 y en la modalidad multicampus, la señora ministra de Educación Nacional.
Ese sello de calidad que nos llena de orgullo está emplazado sobre estos 220 años de vida institucional; bien decía J.M.Coetzee que la comprensión histórica consiste en entender el pasado como una fuerza que modela el presente. Por eso, esta celebración no sería justa sin la exaltación a esos miles de hombres y mujeres que han constituido, generación a generación, una comunidad universitaria vibrante, autocrítica, ingeniosa y capaz de retomar la marcha. Ustedes, profesores, encarnan hoy aquí los sueños cumplidos de quienes los antecedieron siglos atrás y también los de los cerca de 8000 pares que tienen en la actualidad. Ustedes, estudiantes, no solo representan aquí sus sueños, sino los sueños de sus más de 37000 compañeros en toda Antioquia y de sus 37000 familias. Ustedes, empleados admirados, inspiran con su compromiso a cerca de otros 1555 servidores vinculados. Ustedes, egresados, llevan el legado de los cerca de 144000 portadores de nuestro espíritu universitario, graduados desde 1901.
En su libro El infinito en un junco, la escritora española Irene Vallejo señala que «el futuro avanza siempre mirando de reojo al pasado». Hoy el país vive un particular dinamismo democrático; la educación superior y el sistema educativo en general, son objeto de necesarios procesos reformistas; el presente y futuro de algunos espacios de universidad misma, suscitan, por fortuna, cuestionamientos sobre si debemos festejar la que para algunos es una suerte de «lumpen universitas». Ante esto, como invita Vallejo, siempre será esperanzador mirar de reojo el pasado, y este sucinto recuento histórico que les he planteado en estos minutos, no tiene más propósito que ese: mirar de reojo esa extraña capacidad revitalizadora que parece tener en su compleja y densa alma, la Alma Máter.
Esa conciencia de sí, no me cabe duda, será fundamental para que como institución podamos aportar soluciones y continuar planteándonos transformaciones frente a escenarios como la postpandemia, la crisis climática, o las transformaciones educativas provocadas por la interacción entre las inteligencias humanas y artificiales. Esas soluciones y transformaciones, también deberán insertar nuestra regionalización en la expansión de las fronteras regionales; y contribuir a esa propuesta de reconfiguración de un sistema educativo donde primen la asequibilidad, accesibilidad, adaptabilidad y aceptabilidad, retadores y complejos ámbitos, en los que nuestra institución no solo tiene un amplio acervo conceptual, sino también, experiencias que pueden iluminar el presente y el futuro.
Así lo ha hecho este barco de 220 años que, como dijo la niña Elena, estamos llamados a cuidar para que nunca se hunda; para que siga esa ruta que lo ha traído invicto en su fecundidad hasta aquí, siendo el proyecto cultural y social más importante y continuo de Antioquia; siendo el lugar donde los sueños se cumplen y se convierten en razones para amarla.
John Jairo Arboleda Céspedes
Lunes 9 de octubre de 2023
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