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Cultura

Juan Manuel Echavarría agita la conciencia sobre la violencia en Colombia

21/02/2024
Por: Carlos Olimpo Restrepo S. - Periodista

La tradición oral y la cultura popular ayudaron a Juan Manuel Echavarría a encontrar un camino diferente a la literatura, y a través de ellas pudo acercarse a la intimidad de hombres y mujeres que vivieron —y aún sufren— en primera persona, como víctimas y victimarios, el conflicto armado colombiano desde diferentes orillas, y con construir, a lo largo de tres décadas, una obra que hoy se puede apreciar en la exposición antológica que estará en el Museo Universitario de la Universidad de Antioquia hasta mayo.


El maestro Juan Manuel Echavarría les abrió las puertas del arte a excombatientes y a víctimas, con los cuales creó una obra cruda y conmovedora. Foto: Dirección de Comunicaciones UdeA / Alejandra Uribe F.

En 2001, cuando trabajaba en un proyecto con víctimas del secuestro de un grupo de feligreses en la iglesia de La María, en Cali, ocurrido en 1999, Juan Manuel Echavarría escuchó que entre los captores había muchos menores de edad, entonces «ahí se sembró la idea de que algún día tenía que oír relatos desde la otra orilla, ¿cómo sería la historia de ellos?, ¿por qué va un niño a la guerra?, ¿qué se lleva un adolescente a la guerra?». 

Cinco años después, en una visita a La Ceja, fue a una exposición de excombatientes de grupos paramilitares donde pudo ver algunas pinturas de estos en sus años en las autodefensas. Después de varios viajes a ese municipio del oriente de Antioquia pudo convencer a tres de ellos para que lo acompañaran a unos talleres de pintura, para aprender de ellos. 

«Son muchachos que no tuvieron ninguna educación, sin oportunidades, crecieron en un ambiente de maltrato. Uno de ellos, Caliche, del oriente antioqueño, me contaba que cuando era niño pintaba con las flores las paredes de su casa y su papá se sacaba la correa y le decía: “Me vuelve a pintar la casa como estaba”. Él entró a las AUC a los 16 años», recordó el artista. 

El resultado de esto es La guerra que no hemos visto, un proyecto que duró dos años y que ocupa hoy la mayor parte de la exposición antológica Cuando la muerte empezó a caminar por aquí, la cual estará en el Museo Universitario de la Universidad de Antioquia —Muua— hasta el 18 de mayo de 2024 y la cual preparó con Fernando Grisalez, también artista plástico, quien lo ha acompañado desde 2005 en la búsqueda de comprender y expresar la violencia en Colombia a partir del arte. 

«Aquí hay relatos viscerales, que lo desbaratan a uno, y a mí, con mi obra, me gusta afectar emocionalmente al espectador», resaltó con voz pausada. «Que la obra logre abrir una grieta de luz en la conciencia del espectador, eso es lo que más quiero», añadió. 

Retratos, La María, Silencios, Bocas de ceniza, Ríos y silencios, Corte de florero, Réquiem NN, ¿De qué sirve una taza? son otras de las obras de Echavarría en formatos como video, audio, pintura y fotografía, en los cuales deja escuchar las voces con las que se encontró en lugares como los Montes de María, Caquetá, Bogotá, Puerto Berrío, el río Atrato, por mencionar algunos, y que se pueden apreciar en esta exposición. 

Un giro en la vida del artista 

Estos maniquíes abrieron la mente de Juan Manuel Echavarría para empezar a plasmar, desde diferentes técnicas, la violencia en el país. Foto: Dirección de Comunicaciones UdeA / Alejandra Uribe F.

Hasta 1996, Juan Manuel Echavarría escribía, se definía y se sentía escritor, luchaba días, semanas, para encontrar la palabra perfecta, no solo la que se ajustara más o menos a lo que buscaba decir, sino la precisa para ese fin. Publicó dos libros, cada uno con un tiraje de 1000 ejemplares, de los cuales conserva más de 900 de cada publicación, y ante este «naufragio con la palabra escrita», como lo define, empezó a buscar otras vías de expresión. 

El empujón definitivo se lo dieron las artistas Ana Tiscornia, de Uruguay, y Liliana Porter, de Argentina, quienes le regalaron una cámara fotográfica como respuesta a su pregunta: «¿qué hago con mi vida? A los 50 años no puedo ser profesor, astronauta, químico, comerciante, narcotraficante. ¿Qué hago?», y lo impulsaron a soltar su creatividad a partir de la sensibilidad artística que observaron en él. 

«Yo pensaba que la cámara era algo para tomar fotos de la familia, de refrescos, de los niños, de la mamá y el papá, no me imaginé que a los 50 años me llegara esa herramienta que fue el principio para investigar la violencia de nuestro país», relató Echavarría. 

Con ella se fue a caminar por Bogotá, donde encontró la que sería la base para su primera exposición: unos maniquíes en las aceras de una calle comercial, con prendas nuevas, con los rostros rotos. «Veía que la gente caminaba entre ellos, pero nadie se fijaba en ellos. Y me preguntaba ¿por qué, si es que a este “niño” le dieron un tiro en el ojo? Me dije: pero si este he sido yo, que no he querido mirar la violencia en el país, le he dado la espalda, yo soy uno de esos transeúntes. Y desde ese momento empecé a investigar y a mostrar la violencia en nuestro país a través del arte», recordó. 

Entre bóvedas y selvas 
 

Campamentos abandonados luego de combates y bomardeos poco a poco son tragados por la selva. Hasta ellos llegó Juan Manuel Echavarría para mantener viva la memoroa de lo que allí pasó. Foto: Dirección de Comunicaciones UdeA / Alejandra Uribe F.

Diez años después de sus inicios se enteró de que en Puerto Berrío se hablaba de tumbas milagrosas y decidió irse hasta ese municipio del Magdalena Medio antioqueño para conocer de cerca dicha historia. 

«NN se repetía en la mayoría de ellas, en muchas había mensajes de agradecimiento. En la primera visita tomé algunas fotografías, pero los viajes se repitieron y empecé a hablar con la gente, primero con el sepulturero, luego con otras personas que visitaban a quienes estaban en esas tumbas y así se amplió este proyecto, durante siete años, hasta llegar a lo que es hoy», recalcó. 

Esas bóvedas, en fotografías del mismo tamaño que las originales, reconstruyen fielmente una parte del cementerio del puerto fluvial. Como también son muy vívidas las imágenes y los audios de campamentos abandonados en los que la selva poco a poco ha ido borrando las huellas de los combates que allí ocurrieron. 

«Nosotros llegamos a estos lugares 15 o 20 años después, cuando ya no se veía el horror que otros vieron, porque si yo veo el horror me petrificaría y no quiero que los espectadores se petrifiquen. Son campamentos después del bombardeo, donde quedaron objetos abandonados que trajimos con las fotografías, y trajimos también los olores de la selva. El canto de las aves hoy ya es una experiencia con la naturaleza», aseguró. 

En estas dos obras la inmersión del espectador es muy fuerte, tanto o más que cuando escucha o lee los relatos serenos, tranquilos, de antiguos guerrilleros, paramilitares y militares retirados que acompañan las pinturas sobre las atrocidades que infligieron y presenciaron. Trabajos artísticos que difícilmente dejan indiferente y que tocan la conciencia de quienes los ven, como pretende Juan Manuel Echavarría.

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