No somos colaboradores, somos trabajadores
No somos colaboradores, somos trabajadores
«El término "colaborador" con el que designan actualmente a un empleado —trabajador o subordinado— dentro de una empresa, hace parte de un discurso que excede en positividad, es decir, que desea eliminar cualquier antagonismo presente dentro de las relaciones laborales. La palabra invita de manera amable al subordinado a integrarse a los procesos productivos hasta el punto de la familiaridad, sin resistirse a esta integración».
El peligro de negar o eludir las confrontaciones y las contradicciones es que conlleva a un estado aparente de seguridad, que no es más que un conformismo disfrazado. Se sataniza la diferencia por la incomodidad que genera y se le atribuye al conflicto la propiedad de estancar el avance o el desarrollo, como si este no los gestara en su interior. Este es el estado de la discusión con relación a las reformas laborales propuestas por el actual gobierno, pues se ha querido hacer creer que ponerlas sobre la mesa, no es más que avivar el rescoldo de viejas disputas que se habían dado por superadas. Sin embargo, es urgente y necesario que se recuperen, pues la tendencia actual de desaparecer u obviar los antagonismos, desdibuja el estatus de ser político y ser económico que posee la clase trabajadora. Pero esto no se reduce al campo del gobierno, sino que es una acción sistemática que abarca muchas esferas. Para dar muestra de ello, quiero hacer referencia al término en boga, inventado por las nuevas tendencias de la administración, que se usa para referirse a esta clase.
El término «colaborador» con el que designan actualmente a un empleado —trabajador o subordinado— dentro de una empresa, hace parte de un discurso que excede en positividad, es decir, que desea eliminar cualquier antagonismo presente dentro de las relaciones laborales. La palabra invita de manera amable al subordinado a integrarse a los procesos productivos hasta el punto de la familiaridad, sin resistirse a esta integración, pues el papel que debe interpretar, es el de colaborar con el resto del sistema empresarial para el alcance de los objetivos propuestos por este.
Este tipo de lenguaje, cuyo objetivo es la pacificación de relaciones antagónicas, genera la neutralización del carácter político del trabajador. Se instaura como un tipo de violencia «amable» que se dispersa por contagio entre las esferas productivas y sociales, negando las diferencias inherentes que sustentan las relaciones asimétricas. La palabra esconde la realidad, pues colaborar en el ámbito laboral, se toma como trabajar «con» otro y no trabajar «para» otro, desdibujando que la relaciones al interior de una empresa con escalas jerárquicas, se da de forma vertical y no horizontal. Es decir, es un cambio nominal y no cualitativo, ni cuantitativo.
Puede parecer trivial esta discusión, sin embargo, la forma en que se nombra el mundo influye en la manera en que nos relacionamos con él, y viceversa. Esa invitación a la horizontalidad, por más virtual que sea, desconoce la subordinación y, por ende, desposee de herramientas al sujeto político para entrar en la lucha por sus derechos que como subordinado le competen. Del mismo modo, exacerba la voluntariedad del trabajo, como si la única contraprestación del mismo fuese la satisfacción del objetivo logrado, y no la mediación de una remuneración por el mismo. De aquí la frase «ponerse la camiseta», que desconoce el pago justo por el esfuerzo del trabajador.
La imposición de este lenguaje «amable» al interior de las empresas, no solo desconoce a quienes hacen parte de ellas, sino amputa el ámbito político y económico de la relación, en el que se deben disputar los derechos de propiedad sobre lo producido, es decir, deja al trabajador indefenso frente a la lucha por sus derechos. Además, al fundirlo con la empresa lo desprovee de toda identificación con sus semejantes y por ende rompe los lazos de solidaridad con la que se ha identificado esta clase.
Siendo así, la «amabilidad» del término se desliza en una sociedad cada vez más permisiva y pacífica, que al huir de las disyuntivas permite esta nueva formación de violencias, que a su vez abole la resistencia a cualquier otro tipo de violencia que se despliega en el ámbito laboral. De allí, la proliferación de formas contractuales y condiciones indignas a las que se nos somete. Por ello, mi disputa y llamado es a que se nos llame como lo que realmente somos, trabajadores.
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