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La crisis del discernimiento: el asno de Buridán y la moneda del César

23/04/2025
Por: Jesús María Mira Martínez. Profesor del Instituto de Física de la UdeA

«Se hace cada vez más visible lo que podríamos llamar una "crisis del discernimiento": una dificultad esencial para decidir con juicio propio, para captar lo equívoco, lo ambiguo o lo tramposo, para sostener una respuesta crítica frente a los dilemas que se nos imponen, para desenmascarar lo falsamente opuesto. Quien no se alinea con un extremo es de inmediato etiquetado como aliado del otro, sin margen para la crítica ni la autonomía intelectual. Esta disyuntiva forzada sofoca la reflexión rigurosa y convierte el diálogo en un campo de lealtades tribales, donde cada afirmación es sospechosa de parcialidad».

Te barruntamos: un velo invisible nos separa de ti; no sabremos de dónde vienes ni adónde vas. Pero nada podrá aprisionarte: ningún sistema, ninguna ideología; ¡nada podrá pervertirte jamás! —Paráfrasis de Jn 3:8


La «crisis del discernimiento» no es exclusiva del ámbito gubernamental: es un problema estructural en la educación y la cultura pública. Al priorizar la formación técnica y utilitaria, el sistema educativo moldea individuos funcionales, engranajes de un aparato productivo, y, por ende, aislados para la «acción». Esta falla estructural no solo conduce a la indiferencia política, sino que también facilita la absorción acrítica de narrativas ideológicas prefabricadas, al privar a las personas de herramientas conceptuales para analizar y cuestionar discursos dominantes. Sin una educación «para la libertad» extendida a toda la sociedad —en primer lugar, en la familia—, donde la formación de «espíritus libres» sea un pilar, la opinión pública es presa fácil, entre otras cosas, de la mala prensa y de personajes públicos que han logrado un impacto que parece incurable en el imaginario colectivo, hasta el punto de convertirlo en un campo de adoctrinamiento más que en un espacio de deliberación genuina. Como advierte Arendt, la «acción» del individuo no puede reducirse a una lógica de gestión técnica, entendida como un proceder meramente instrumental que ejecuta fines dados sin interrogar su legitimidad [1].

La «acción» exige una intervención crítica, capaz de cuestionar las estructuras de poder y de abrir horizontes más allá del orden establecido, sin por ello negar los fundamentos valiosos, puntos de referencia sólidos, que sostienen la continuidad de la vida en común, y que resguardan sentido y cohesión. Esta anemia deliberativa se refleja en todas las instancias sociales, y aún donde menos debería darse, en la academia, en el consejo de ministros, en el congreso colombiano, etc., donde el debate ha sido reemplazado por ataques personales, falacias sistemáticas y populismo discursivo. En este clima, la tibieza ya no es solo una indecisión individual, sino un síntoma colectivo de una sociedad atrapada entre la manipulación y el cinismo.

La paradoja del asno de Buridán y la trampa de la moneda del César apuntan a la «crisis del discernimiento», pero desde ángulos distintos. En la paradoja, la crisis surge cuando la educación y la cultura pública no enseñan a priorizar, a evaluar matices o a trascender disyuntivas simplistas, dejando a los individuos atrapados en la confusión, en la indecisión o en un relativismo extremo; en la moneda del César se ejemplifica cómo ciertas estructuras de pensamiento imponen dilemas falsos para forzar una respuesta dentro de un marco restrictivo. Si la educación y la cultura pública aceptan sin crítica las dicotomías impuestas, se pierde la capacidad de respuesta creativa, totalmente novedosa, y de verdadero juicio libre. Lo «esencial» es, pues, profundizar en la comprensión del problema y preservar la independencia intelectual; no es elegir apresuradamente entre las opciones dadas, sino reconocer cuándo la disyuntiva en sí misma es una trampa y reformular el problema desde una perspectiva más profunda. 

En el relato del asno, éste es puesto a igual distancia de dos montones de heno idénticos, es incapaz de decidir entre ellos y, por tanto, muere de inanición. Esta paradoja medieval, que retoma las primeras reflexiones aristotélicas sobre la libertad y la elección, ilustra el dilema de la indecisión absoluta [2]. Más allá de su aparente sencillez —y tal vez por ella—, abre un horizonte de reflexiones sobre la voluntad, el libre albedrío y los costos de la vacilación humana. En filosofía, ha servido para cuestionar el determinismo y la autonomía de la decisión; en psicología, para examinar la parálisis que surge cuando dos opciones parecen equivalentes; y en el cristianismo, para advertir sobre los peligros de la tibieza espiritual.

En el Nuevo Testamento, la tibieza resuena en la advertencia del Apocalipsis: «Pero como eres tibio, es decir, ni frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca» (Ap 3:16). La indecisión moral y la falta de compromiso en la fe se consideran fallas más graves que la oposición directa [3]. En el ámbito espiritual, la duda prolongada se convierte en una negación larvada, en un estado donde la verdad jamás se encarna en acto. La acción exige aquí un salto, un compromiso sin garantías, que no nace del cálculo sino de una resolución existencial: un acto de libertad auténtica que no puede existir inseparable de la responsabilidad ante su otro. En la esfera pública, en cambio, la falta de definición rara vez se denuncia como una falla moral. Más bien, se presenta como pragmatismo, neutralidad o diplomacia. Sin embargo, ¿debe el individuo tomar partido cuando ninguna postura lo convence? ¿Es la neutralidad una opción ética o una forma de complicidad encubierta? [4]. Si en lo espiritual la indecisión se vuelve un impedimento para la verdad viva, en lo político puede ser la máscara perfecta de la conveniencia. Y cuando todo pareciera confabular en que hay que elegir, el criterio que se nos impone es elegir el «menor mal». ¿Y no es allí donde comienza la trampa, cuando la razón se ve obligada a moverse en un terreno donde toda elección parece, al mismo tiempo, injustificable y necesaria?

En el relato de la moneda del César, Cristo, como respuesta sobre el tributo debido al César, nos da una lección sobre cómo evitar elecciones tramposas. Se le presenta una disyuntiva forzada: responder sí o no implicaba caer en un dilema cuidadosamente preparado para hacerlo tropezar. Sin embargo, en lugar de aceptar el marco de la pregunta, desveló el engaño. Pidió que le mostraran una moneda y preguntó: «¿De quién es esta imagen y la inscripción?» Al responderle que era del César, les dijo: «Pues lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios, a Dios» (Mt 22:21). No se trataba de una evasión, sino de una reformulación —vista desde la esfera de la razón— que trascendía la falsa oposición inicial: discernir lo que corresponde a cada esfera y evitar falacias de categoría. 

Estas lecciones, ejemplificadas en las imágenes del asno y la moneda, resuenan con fuerza en el contexto contemporáneo, especialmente en sociedades polarizadas, donde se hace cada vez más visible lo que podríamos llamar una «crisis del discernimiento»: una dificultad esencial para decidir con juicio propio, para captar lo equívoco, lo ambiguo o lo tramposo, para sostener una respuesta crítica frente a los dilemas que se nos imponen, para desenmascarar lo falsamente opuesto. Quien no se alinea con un extremo es de inmediato etiquetado como aliado del otro, sin margen para la crítica ni la autonomía intelectual. Esta disyuntiva forzada sofoca la reflexión rigurosa y convierte el diálogo en un campo de lealtades tribales, donde cada afirmación es sospechosa de parcialidad. Pero ¿quién construye esta falsa dicotomía? ¿Es la polarización un fenómeno espontáneo o el resultado de una manipulación deliberada —tanto en los medios como en las esferas de poder— que restringe las opciones a «correcto» o «incorrecto», y alterna esos valores según la conveniencia del discurso dominante? Quizá la verdadera sabiduría no consista en escoger entre dos montones de heno, sino en cuestionar por qué hemos aceptado esa disyuntiva. La libertad no es solo ver más allá de la trampa, sino negarse a jugar bajo sus reglas.
 

Referencias: 

[1] Rayando el final del capítulo 5 («Acción») de La condición humana, Hannah Arendt dice: «De hecho, la acción es la única facultad humana de hacer milagros, como Jesús de Nazaret (cuya confianza en esta facultad puede compararse por su originalidad sin precedentes con la de Sócrates en lo que respecta a las posibilidades del pensamiento) debió de conocer muy bien al comparar el poder de perdonar con el más general de realizar milagros, poniendo ambos al mismo nivel y al alcance del hombre.». (Editorial Paidós, 11a edición).

[2] La paradoja, tradicionalmente atribuida a Jean Buridán, no fue formulada por él, sino que surgió como una sátira tardía de sus ideas sobre el libre albedrío y la capacidad de la razón para ponderar cualquier elección. Spinoza la menciona en su Ética con cierto desdén y de forma tangencial, ilustrando una posible objeción, entre otras, a su doctrina de la voluntad y el entendimiento: «Si el hombre no obra por la libertad de la voluntad», dice él, «¿qué sucederá entonces si está en equilibrio, como el asna de Buridano? ¿Perecerá de hambre y de sed? Si lo concedo, parecería que concibo un asna o una estatua de hombre, y no a un hombre. Si, en cambio, lo niego, es que se determinará a sí mismo y que tiene, por tanto, la facultad de desplazarse y de hacer lo que quiera. […] Por lo que respecta, finalmente, a la 4.a objeción, digo que concedo sin reservas que un hombre puesto en tal equilibrio (a saber, que no percibe nada más que la sed y el hambre, tal comida y tal bebida, ambas a igual distancia de él), perecerá de hambre y de sed. Y, si me preguntan si tal hombre no debe ser tenido por un asno más bien que por un hombre, digo que lo ignoro, como también ignoro cómo hay que valorar a aquel que se ahorca y cómo hay que valorar a los niños, los necios, los locos, etcétera» (2/49e[g, k]. Editorial Trotta).

[3] Tomás de Aquino, en la cuestión 133 de la segunda sección de la segunda parte de la Suma de Teología, dedicada a la pusilanimidad, argumenta que ésta, además de constituir un pecado por ser una renuncia culpable al bien posible (artículo 1), se opone directamente a la magnanimidad, que es su virtud contraria (artículo 2). Desde esta perspectiva, la indecisión moral no es solo una omisión pasiva, sino una negación práctica del deber moral: un desistimiento culpable del bien al que se está llamado. (Biblioteca de autores cristianos).

[4] Por ejemplo: en ciertos discursos contemporáneos sobre el aborto, se observa una forma peculiar de tibieza institucional: una racionalidad que, amparada en el prestigio de la biología, la medicina, la neurociencia, etc., convierte una cuestión trágicamente humana en un procedimiento técnico. Las legislaciones que permiten, e incluso promueven en masa, la interrupción del embarazo, apelan a un saber que pretende ser neutral, y acaban consolidando una forma de eugenesia encubierta. En lugar de afrontar el drama del conflicto humano, buscando otras salidas distintas que conducen a un tecnicismo ético —degeneración de una ética entendida como existencia auténtica—, se administra con eficiencia su resolución, pero esta eficiencia puede conducir, inadvertidamente, a una banalización de los conflictos humanos. ¿Dónde queda el discernimiento cuando los protocolos técnicos terminan imponiéndose sobre las decisiones que tocan lo más sagrado de la vida? ¿No deberíamos preguntarnos si, al dejar de lado la dimensión trágica del aborto, estamos convirtiendo en rutina algo que debería interpelarnos en lo más hondo? ¿Y no es acaso profundamente inquietante que la ciencia ya no se ponga al servicio del discernimiento, sino que lo reemplace sin que lo percibamos claramente, y, por ende, que la humanística se quede sin criterio propio, sin pathos?

Nota del autor: agradezco a las profesoras Bibiana Escobar García, de la Universidad de Antioquia, y a María Eugenia Puerta Yepes, de la Universidad Eafit, sus valiosas observaciones.


Notas:

1. Este es el espacio de opinión del Portal Universitario, destinado a columnistas que voluntariamente expresan sus posturas sobre temáticas elegidas por ellos mismos. Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de la Universidad de Antioquia. Los autores son responsables social y legalmente por sus opiniones.

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