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La exaltación a una vida dedicada a la herpetofauna

09/10/2023
Por: Natalia Piedrahita Tamayo- Periodista

La pasión por la ecología y la constancia han sido los motores académicos de Vivian Páez Nieto, quien por más de 26 años ha desarrollado su misión de docencia e investigación en el Instituto de Biología de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales. Hoy la Universidad de Antioquia reconoce su legado académico a través de la distinción de Profesora Emérita, consagrando así trabajo como referente para sus pares de esta y futuras generaciones.

Foto: Dirección de Comunicaciones/ Alejandra Uribe Fernández

Desde que Vivian Páez Nieto llegó a la Alma Máter, en 1997, ha sido testigo de los cambios que en ella se han dado. Entre su trabajo de campo, de laboratorio, en medio de clases y reuniones, fue consolidando el bagaje necesario para la fundación del Laboratorio y Museo de Herpetología que hoy es una de las principales sedes de investigación en herpetofauna —reptiles y anfibios— en Colombia. En su legado se aprecian la tenacidad y sensibilidad científica que la consagran como una «guardiana de tortugas», que ha dedicado buena parte de su vida al conocimiento y valoración de estos animales.

Su historia comenzó en Bogotá, su lugar de nacimiento y en donde permaneció por 22 años. En la sede central de la Universidad Nacional de Colombia estudió el pregrado de Biología, pero, después de tres años de carrera, y al ver cerrado este centro de estudios por problemas de orden público, hizo una transferencia a la Universidad de Los Andes, de la cual es egresada. Desde la gestión de sus estudios se ven los rastros de su tenacidad: quiso estudiar un doctorado, pero no contaba con el presupuesto. Tocó las puertas de diferentes instituciones del mundo y consiguió una beca de estudios en la Universidad de Ohio, en Estados Unidos.

Antes de llegar a ocupar su plaza docente en la Universidad de Antioquia, trabajó como practicante en la sede de Panamá del complejo museal y centro divulgación The Smithsonian Institution. Allí, al lado de investigadores de gran trayectoria, entendió que, en medio de las múltiples posibilidades de estudio que le ofrecía la biología, su pasión era la ecología; y que, dentro de la infinidad de perspectivas de la biodiversidad, se dedicaría a investigar los anfibios y reptiles. De esa época, a sus 24 años, recuerda que nació su amor por la docencia.

No sabía que su vida daría un giro que la traería de vuelta a su país: «Colciencias tenía un proyecto de repatriación de investigadores. A través de cartas y correos, logré gestionar mi regreso. Llegué en diciembre de 1996 y comencé a trabajar en la Universidad en 1997. Aunque ya conocía a Medellín, no era mi ciudad recurrente. Recuerdo sus montañas, el paisaje me recibió; también que había mucha más vegetación que la que veo hoy. Desde entonces han pasado 27 años», narró la ecóloga y experta en tortugas.

En un comienzo en el Instituto de Biología, se encargó de dictar los cursos de Biología de Anfibios y Reptiles, pero con los cambios curriculares que se dieron en el tiempo, su misión docente se extendió a temas de ecología de poblaciones y la herpetología. Asimismo, fue directora del posgrado en  Biología dos veces e impartió seminarios especializados sobre cómo hacer investigación en ciencia. Hoy las referencias de su trabajo hablan por sí solas: ha publicado once libros y cerca de 70 artículos científicos y capítulos de libros; sin embargo, asegura que su más grande aporte está materializado en la docencia y en el crecimiento del Grupo Herpetológico de Antioquia —GHA— y Museo de Herpetología de la Alma Máter.

Los reconocimientos a su trayectoria son variados y abundantes. En 2013 ganó el Andrew Sabin Conservation Prize, por sus aportes al estudio y conservación de tortugas en Colombia. Luego, en 2022, recibió el Premio Anual de Conservación de Tortugas Behler, considerado el premio nobel de esta especialidad y entregado por Turtle Conservancy y Turtle Conservation Fund, entidades que a escala global velan por el bienestar de estos reptiles.

En el Acta en la que el Consejo Académico la designa como Profesora Emérita, destacan que «desde su vinculación a la universidad en el año de 1996, hasta su retiro en 2022, la profesora participó en 34 investigaciones unas a nivel nacional y otras a nivel internacional, que derivaron en la dirección de 49 trabajos de grado y 11 libros». 

Su consagración a la academia proviene de la inspiración y la fuerza que le da su núcleo familiar. Desde que quedó embarazada de su hija, hace 23 años, ella ha sido prioridad, y hoy es un amor que se extiende a los demás integrantes de su familia —madre, esposo— y a sus mascotas —tres gatos y un perro—, que son sus fuentes de bienestar. Además, tiene otra familia extendida en el Instituto de Biología, cuyos colegas y estudiantes han sido también impulsores de su rigor y entrega.

En medio de risas y memorias, reconoció que también disfruta, tanto de la literatura como de la parranda. «Me gusta leer y, aunque no tenga tiempo, trato de devorar algunas novelas literarias, por lo menos una vez al año; disfruto de la buena conversación, de cocinar en casa o salir a comer. También me encanta bailar. Con los compañeros del Instituto nos reuníamos al final de los semestres y armábamos parranda con los compañeros del Instituto, esas fiestas son famosas», aseguró entre risas.

El campo como aula

Las salidas de campo, aulas para los biólogos. Foto: Archivo Instituto de Biología. 

En medio de su ejercicio investigativo y docente ha recorrido diversos parajes de Antioquia y Colombia. Durante veintisiete años, salió a trabajo de campo, como mínimo, cuatro veces al año. Aprendió que no existen fronteras políticas para las especies no humanas. Además, la ecología le mostró que toda la vida está articulada y que el paisaje, la historia, el clima y los ciclos hidrológicos, entre otros factores, marcan y diferencian a los anfibios y reptiles en cada territorio. 

«En trabajo de campo pude sentirme parte de un grupo de personas con unas ganas inquebrantables de estudiar in situ la vida y sus fenómenos. Estos viajes implicaron tener aguante, estado físico adecuado y, a veces, capacidad de no dormir más de cuatro o cinco horas. Todo esto hace que el biólogo aprenda más a través del dinamismo que conlleva desplazarse y tomar muestra u observar que de la lectura académica estática», opinó.

Hoy siente gran satisfacción al saber que contribuyó con la consolidación de lo que hoy son el Grupo Herpetológico de Antioquia y el Museo de Herpetología de la Universidad de Antioquia —uno de los más importantes del país— y ve cómo el trabajo de su grupo ha aportado no solo al conocimiento científico o académico de la herpetofauna, sino a que, en general, Colombia reconozca y valore su biodiversidad. Desde su perspectiva, la unión es la clave de estos logros y celebra el compromiso de su equipo de trabajo.

«En Antioquia tenemos un núcleo de trabajo muy organizado y no en todo el país sucede así. Unos se han focalizado en sistemática, bioacústica; otros, en estados de conservación o en cambios de poblaciones. Cada uno en el GHA conoce sus fortalezas y las articula con las de los demás, así que solo soy una parte de los logros que hemos tenido en conjunto y que han posibilitado que, además, este museo sea referente para herpetólogos de todo el mundo», puntualizó.

La emisaria de las tortugas

En su interés por las tortugas confluyen su curiosidad ante la herpetología y la voluntad de dar a conocer la urgencia de su protección, ya que, además de ser un grupo de gran interés, es el que mayor riesgo de extinción enfrenta. Foto: Mónica Nieto. 

La gran mayoría de las especies de tortugas —uno de los grupos de reptiles vivientes más antiguo de la Tierra— son físicamente fuertes, pero biológicamente frágiles ante las presiones antrópicas, es decir, a las condiciones a las que las han sometido los seres humanos. Su reproducción y su evolución son lentas, si se comparan con otras especies de reptiles. «En ello también tiene que ver su estrategia de vida que hizo que durante 220 millones de años evolucionaran hacia una tendencia a reproducirse tarde. Con la cantidad de riesgos que enfrentan antes de esa edad, muy pocas llegan a reproducirse y reemplazarse generacionalmente y a mantener con ello poblaciones den crecimiento. Hoy, aproximadamente un 60% de las poblaciones de tortugas del mundo están en peligro de extinción», advirtió.

Estas consideraciones influyeron en la vocación de la investigadora Páez Nieto y en la decisión de privilegiar a las tortugas en sus procesos de investigación y docencia. Su conservación tiene un trasfondo común: se requiere un cambio cultural global. «Nuestra especie piensa que para recuperar las poblaciones se debe dar prioridad a los más jóvenes. No es así siempre para todos los seres vivos y no todas las especies tienen las mismas dinámicas. La gente justifica sus acciones de aprovechamiento y no quiere aceptar que, para algunas especies, el aprovechamiento antropocéntrico no es sostenible. Nos comimos una gran cantidad de especies de tortugas».

En este sentido, la academia ha sido la orilla a la que esta maestra se ha aferrado para llevar el mensaje de que es posible derribar costumbres y generar cambios profundos en la sociedad. En su legado se evidencia cómo la biología —la herpetología— es un camino para dimensionar y respetar la inmensidad de las manifestaciones de la vida, desde el rigor científico y, sobre todo, la sensibilidad. 

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