Jairo
Jairo
"...ahora que recuerdo, una vez nos enseñó en una de sus clases el significado de su nombre. Nos dijo aquella vez, tan espontáneo como era él, que su nombre, Jairo, venía del griego (χαίρω) y que significaba “alegría, gozo”. Así pues, sin duda, Jairo fue del todo un hombre ejemplar y generosamente feliz..."
A Jairo Alarcón
In Memoriam
Si bien Jairo no fue uno de mis profesores más repetidos en el pregrado de filosofía, sí fue uno de los que más huellas dejó en mí. Por supuesto, no solamente por los contenidos enseñados, sino por su forma de ser. Yo, un poco asfixiado por ese ambiente un tanto entre monacal y soberbio de ciertos profesores y compañeros de estudio, me sorprendía que en uno o dos cursos que tomé con Jairo, nosotros, los estudiantes, nos reíamos gracias a su inteligente y negro humor.
El curso que más recuerdo que tomé con él fue uno sobre Ética. Así que además de su sentido del humor, admiraba en él esa capacidad para la heterodoxia, que a la vez era una manifestación más de su enorme erudición. Porque era capaz de hilvanar la filosofía, con la literatura, con referencias al sicoanálisis y más un largo etcétera, pero, sobre todo, y lo que más me impactaba por lo refrescante del asunto, eran sus extensas alusiones al Tao Te King y al I Ching. Tan fascinado y admirado estaba yo con ese curso y con la filosofía oriental desplegada allí, que corriendo fui a comprar los libros en cuestión al pasaje La Bastilla.
Todo ello para seguir, con su lectura en voz alta, las diversas enseñanzas paradójicas del Tao, por ejemplo. Siempre recuerdo esto que nos leyó y que me parece ahora daba muy bien cuenta de su grandeza como profesor, pero a la vez su muy evidente y buscado bajo perfil:
Treinta rayos se unen en una rueda,
pero el funcionamiento de la rueda
depende también del espacio entre los rayos.
Los vasos son hechos de arcilla.
Pero su uso también depende del espacio vacío dentro de ellos.
Se hacen las paredes, las puertas
y las ventanas en los edificios.
Pero el uso de este también depende del espacio en él.
De esta manera, se relaciona el uso de los objetos con el espacio vacío.
Desafortunadamente, el curso hubo de terminarse, pero veía yo después con sorpresa y con orgullo que Jairo me seguía saludando. Aunque ello, no sabía muy bien si era por su despiste o por cuál otra razón, ya que, a decir verdad, nunca fui un estudiante destacado de filosofía. Me llamaba la atención, eso sí, su caminar como si fuera un filósofo griego o como imaginamos a los filósofos griegos: manos atrás en una actitud de constante cavilación y protegido por sus enormes gafas.
Años después, tuve la suerte aun más de saber que asistía a unas tertulias organizadas por Raul Palma (bibliotecólogo de la Escuela de Idiomas) y a las que fui invitado por este. Así que ahí disfruté y admiré aun más la inteligencia de Jairo, su bondad, su compañerismo.
Presenciando esta vez sus análisis más profundos de todo tipo de literatura de la cual, como ya he dicho, era un evidente experto. Además, era imposible no estar absorto con él: porque mezclaba varios tonos de voz, subiendo-bajando, y rematando con cualquier anécdota o salida humorística de este tipo que nunca olvidaré: “A mí en humildad no me gana nadie”. Lo anterior lo podía llegar a rematar seriamente, para luego soltar la carcajada junto con todos nosotros.
Porque otra cuestión era su vitalidad: mientras yo, con cinco cervezas ya empezaba a estar mareado, él seguía pegado del aguardiente con un ánimo difícil de seguir. Y porque además de beber era supremamente generoso para invitar, siempre indagando si estábamos bien de cualquier líquido vital que estuviéramos bebiendo para invitarnos.
Así que tal vez, ahora que lo pienso bien, aparte de su inteligencia, era esa generosidad en el trato una de sus facetas más fascinantes. Preguntar por mi “señora esposa” (como decía educadamente) y mandarle saludos o tomarse el tiempo de escribir un correo para felicitar. Nunca olvidaré, por ejemplo, estas cortas palabras que me escribió al siguiente día de haber hecho yo aquí una presentación sobre la figura del escritor en Stanley Kubrick. Así que esto fue lo que leí sorprendido en mi correo electrónico al día siguiente: “Excelente su intervención sobre el cine. Saludos j.alarcn”.
Por último, la última vez que lo vi me dio una enseñanza más, porque Jairo nunca paraba de educar con sus palabras o con sus actitudes. Porque, si bien se notaba muy enfermo, no paraba de reflexionar y de desplegar ese, su humor negro tan característico. Me enseñó indirectamente, nos enseñó tal vez a todos los que tuvimos la fortuna de conocerlo, que la serenidad para recibir la muerte depende mucho de la vitalidad con la que se viva una vida.
Y Jairo, para mí, fue todo un ejemplo de ello. Una persona, en suma diría yo, decididamente feliz. Porque ahora que recuerdo, una vez nos enseñó en una de sus clases el significado de su nombre. Nos dijo aquella vez, tan espontáneo como era él, que su nombre, Jairo, venía del griego (χαίρω) y que significaba “alegría, gozo”. Así pues, sin duda, Jairo fue del todo un hombre ejemplar y generosamente feliz.
Nota
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