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Academia Ciencia Cultura

Cuevas del oriente antioqueño: santuarios del tiempo

06/03/2024
Por: Natalia Piedrahita Tamayo- Periodista

En el Oriente antioqueño existe una franja geológica conformada por 130 kilómetros cuadrados de mármol y rocas calizas de grandes dimensiones que en el pasado fueron lechos y fondos marinos. Estas contienen datos de eventos relacionados con la historia de la Tierra —como el surgimiento de la cordillera de los Andes— y de la humanidad —como las trazas de los primeros pobladores de Colombia—. En la actualidad son estudiadas por investigadores de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas.

Una cueva a la quebrada El Caimán, en el corregimiento de La Danta, Sonsón. En su interior se ven pictogramas y arte rupestre. Foto: Cortesía Daniel Mühlemann.

Un karst es un paisaje subterráneo que se forma a partir de la disolución de la roca caliza y por efecto del agua. En Colombia hay varias franjas de paisaje kárstico, es decir de cuevas y cavernas —embudos que se forman sobre la superficie terrestre— y cimas —agujeros verticales profundos por los que pasa el agua—. Una de ellas está en el oriente de Antioquia, concretamente, en la cuenca del río Magdalena, entre los ríos Samaná Sur y Samaná Norte, en territorios de los municipios de Puerto Triunfo, San Francisco, San Luis y Sonsón.

Este paisaje kárstico marca una cordillera paralela a la central Andina y ambas son el resultado de movimientos geológicos que se dieron en una larga escala de tiempo. «Hace millones de años, cuando se formó la cordillera que atraviesa a Suramérica, los fondos marinos que estaban a muchos metros bajo el agua emergieron y hoy están a 900 metros sobre el nivel del mar. Por efectos de la cristalización, muchas rocas marinas —sobre todo los arrecifes de coral— se convirtieron en mármol. Así se formaron estas cuevas», explicó Luis Guillermo López Bonilla, antropólogo e investigador de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas. Esta pequeña cordillera, llamada Carrizales, comienza -desde el norte del Tolima y termina en el norte de Antioquia, cruzando todos los municipios del Oriente antioqueño.

Sus investigaciones en la zona comenzaron hace cinco años. Tenía la intención de establecer una metodología de valoración de los patrimonios que perviven en estas cuevas que, para los grupos humanos que las habitaron en el pasado, representaban templos o refugios. A partir de su trabajo de campo levantó un inventario que incluye la documentación de 44 cavernas de las cuencas de la zona del cañón de Río Claro, en las que se tienen 21 sitios arqueológicos. Este estudio hizo especial énfasis en los corregimientos Jerusalén y La Danta, del municipio de Sonsón; El Prodigio, de San Luis, y en el municipio de San Francisco.

Sobre su proceso de recolección de datos, resumió López Bonilla: «A partir de técnicas y herramientas de la espeleología, que es la ciencia que estudia las cavidades de la Tierra, registramos estas cuevas. Con luces y escáneres de luz estructuradas analizamos su morfología y componentes, destacando seis de estas cavernas que contienen pictogramas, arte rupestre y otras evidencias de ocupación de grupos humanos datadas entre 25 000 y 1500 años antes de la era común».

Las placas de mármol en el cañón del Río Claro marcan el paisaje kárstico de la región. Foto: Cortesía Daniel Mühlemann.

Estas cavidades constituyen un patrimonio multiescalar, es decir, en ellas confluyen tres escalas de tiempo: la geológica —de millones de años—, la arqueológica —de miles de años— y la histórica —de cientos de años—. En este sentido, en su interior pueden leerse datos sobre las especies de fauna, flora y funga que las han habitado y también detalles de las escrituras de la Tierra, es decir, evidencias de la historia climática y la formación de cordilleras.

También son santuarios en los que quedaron guardados vestigios de la historia humana, del pasado y de épocas más recientes. «Inicialmente fueron lugares de refugio. Los análisis de los pictogramas que trazaron en ellas los indígenas nos permiten ver que las asociaban al útero materno. Era el lugar de conexión del interior con el exterior. En las paredes de las cuevas se ven los ritos de los indígenas pantágoras —que en las crónicas españolas son nombrados como cocornáes, samanáes y amaníes—, que fueron los pobladores esta zona. En estas cavidades, ellos extraían la grasa de los guácharos —ave frugívora nocturna que habita en cuevas— porque creían que era medicinal y sagrada y con ellas hacían pagamentos a la madre Tierra, por gratitud», narró López Bonilla. 

En Colombia existen varios paisajes kársticos representativos ubicados en departamentos como Santander y Norte de Santander y en la Serranía del Perijá, en límites con Venezuela; también entre Cartagena y Barranquilla. Hay paisajes seudokársticos, es decir, que dentro de ellos se han formado cavernas, pero no son de piedra caliza sino de areniscas, como las serranías de Chiribiquete y La Lindosa, en el departamento de Guaviare, lugares de gran importancia para la historia del poblamiento de América.

Para Alba Nelly Gómez García, quien ha liderado diversas investigaciones sobre el patrimonio arqueológico en Antioquia y es asesora académica de este estudio, algunas pinturas rupestres que están allí pueden tener más de 25 000 años de antigüedad y eso significa que la Amazonía colombiana —ver destacado— fue un eje de poblamiento que derivó en la formación de las grandes comunidades indígenas. En ese sentido, las cuevas dan pistas de cuáles fueron los primeros habitantes del país y qué caminos recorrían.

Bastiones del patrimonio natural

Petroglifos o arte rupestre en la caverna El Búho, en el corregimiento El Prodigio, en el municipio de San Luis. Foto: Cortesía Daniel Mühlemann.

Los paisajes kársticos son grandes reservorios de agua para la humanidad. En y bajo ellos está gran parte del agua potable que tenemos disponible en todo el mundo. A pesar de que existe una iniciativa de ley sancionada por el congreso colombiano, hace falta que entidades como el Ministerio del Medio Ambiente, el Servicio Geológico Colombiano y el Instituto Colombiano de Antropología e Historia —Icahn—, entreguen la reglamentación necesaria para su implementación.

«Hace 1500 años —época en la que se encuentra mayor concentración de evidencias arqueológicas en Colombia—, los grupos indígenas delegaban a algunas personas para que cuidaran las cuevas. Y en épocas más recientes, creemos que este paisaje sirvió de refugio ante el dominio español. Sin embargo, en los últimos 30 años hemos dañado lo que ellos nos heredaron: las rayamos, dejamos basura, las reducimos a cemento», alertó López Bonilla.

Estas situaciones se han incrementado, ya que para ellas no hay un marco jurídico claro y falta promocionar más el modelo de turismo de conservación. Además, uno de los componentes de las rocas de las cuevas, el carbonato, es muy apetecido por las grandes empresas mineras. Todo esto quedó consignado en el trabajo de grado «Arqueología y gestión del patrimonio del paisaje kárstico de Río Claro, Oriente antioqueño, Andes centrales colombianos» (2020) de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas en el que el profesor López Bonilla intenta proteger lugares que son joyas para la ciencia, no solo por su valor arqueológico e histórico sino por la cantidad de especies que las habitan.

En un momento de preocupación por el cambio climático, estas cuevas son también sedes que permiten estudiar y entender cómo la Tierra se ha calentado y se ha enfriado muchas veces en el pasado. Pero allí también se han encontrado objetos de la Guerra de los Mil Días y caletas de los grupos ilegales colombianos.

Aunque diferentes universidades, como la Nacional de Colombia y la de Antioquia, y el Instituto Humboldt han cuidado estos reductos, Colombia es uno de los países más atrasados en conocer sus cuevas y, al respecto, no hay un marco jurídico claro aún. El profesor López Bonilla ha liderado el proyecto Corporación Gruta a través del cual  dispuso en la web un escáner con realidad virtual a partir del cual pueden verse las cuevas principales, con lo cual le entrega al país una llave para entrar a su fascinante paisaje kárstico. Son muchos los hallazgos, pero aún quedan muchas cuevas por descubrir en la cuenca del río Claro.

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