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La democracia en el norte y en el sur global

27/08/2024
Por: Francisco Cortés Rodas. Profesor del Instituto de Filosofía de la UdeA

«La democracia representativa ha ido perdiendo, en las últimas décadas, eficacia en el proceso de captar la necesidad de los ciudadanos de sentirse propietarios y autores de las leyes que los coaccionan y de las políticas que quieren desarrollar. Los ciudadanos están, en muchos lugares del mundo, muy desilusionados con la forma imperante de representación y con el modelo electoral funcional a ella».

Democracia significa el ejercicio directo del poder por el pueblo, y por tanto la creación de la ley por el conjunto de todos los ciudadanos. Esta idea se expresa en el ideal democrático de autogobierno que afirma que todos los ciudadanos deben ser tratados como libres e iguales y que deben poder apropiarse e identificarse por igual con las instituciones, leyes y políticas a las que están sujetos.

Frente a esta concepción de la democracia, denominada democracia directa, se desarrolló desde la época de las revoluciones burguesas, la democracia representativa, personalizada por Edmund Burke, John Mill y James Madison, la cual surgió como resultado del crecimiento de las colectividades políticas, la creciente complejidad de la sociedad y la economía, y el desarrollo de un individualismo vinculado a la propiedad privada.

El principio representativo supone que el pueblo participa de forma indirecta en el proceso de la creación de la ley; su presencia se da a través del cuerpo representativo, al que se le confía el deber de hacer las leyes. La democracia representativa es mediata, parlamentaria, en la cual la voluntad política que se construye es la determinada mediante los procesos de elección en los cuales se elige por la mayoría de los ciudadanos a aquellos que van a actuar en las cámaras legislativas creando las leyes, y en el Ejecutivo desarrollándolas.

Ahora bien, la democracia representativa ha ido perdiendo, en las últimas décadas, eficacia en el proceso de captar la necesidad de los ciudadanos de sentirse propietarios y autores de las leyes que los coaccionan y de las políticas que quieren desarrollar. Los ciudadanos están, en muchos lugares del mundo, muy desilusionados con la forma imperante de representación y con el modelo electoral funcional a ella. 

Frente a esta crisis generalizada de la democracia, ha tenido un gran vuelo en las últimas décadas el populismo como alternativa con la que se busca definir de forma radical la participación de los ciudadanos. El problema del populismo es que al señalar que el líder populista sustituye al pueblo, renuncia al tejido de atribución que la representación involucra.

En contra del populismo se está dando un resurgimiento de la innovación democrática y desarrollando una serie de experimentos institucionales con los que se busca recuperar la idea central del gobierno democrático: participar como pueblo en la expresión máxima de la voluntad soberana, que es la creación de la ley. Esto tiene mucho de utópico e idealista, pero esto lo exige la democracia. 

Se trata de la participación informada —centrada en un conocimiento basado en razones— de los ciudadanos en los procesos de toma de decisiones en las instancias del poder estatal. Los ciudadanos no pueden ser vistos más como ignorantes políticos, irresponsables, irracionales, que deben ser representados por los expertos políticos. 

Habermas mostró que en el sistema representativo se da una separación —alienación— entre los intereses, razones e ideas de los ciudandanos y las leyes y políticas que están obligados a obedecer. Los legisladores van por un camino, la ciudadanía por otro. No hay conexión. Ante esto propuso una interpretación participativa de la democracia, que denominó deliberativa, la cual debe servir para formar una ciudadanía activa que, mediante los debates en la esfera pública contribuya al desarrollo de los procesos legislativos. Así, la sociedad civil interactúa con el sistema político, con el parlamento, los jueces y la administración y de esta manera pueden crearse legítimamente las leyes.

La propuesta de Cristina Lafont profundiza la interpretación participativa de la democracia deliberativa. Lafont plantea, siguiendo a Kant, que en una democracia los ciudadanos no solo son destinatarios, sino también autores de las normas jurídicas. Desde esta perspectiva, los ciudadanos debemos poder, frente a las decisiones que se tomen en el legislativo, en la administración, o en los tribunales, poder expresar nuestro asentimiento o rechazo. Lo demás es alienación política o extrañamiento.

Esta es la situación de la democracia y estas son algunas de las alternativas que se discuten en muchos de los países del norte global, sin embargo, la perspectiva y posibilidades para el florecimiento de la democracia en los países del sur global es muy diferente. Para comprender esta diferencia es necesario analizar la relación histórica de la democracia con el capitalismo. El problema no está en la democracia, como suponen autores como Habermas y Lafont, sino en un capitalismo expansivo y en la hegemonía del neoliberalismo, en cuyos campos de batalla está siendo aniquilada la democracia. 

Algunos de los problemas que se viven en la periferia del capitalismo global —África, América Latina— como la destrucción de la naturaleza, la migración, el aumento de la pobreza y la desigualdad, son la consecuencia de la forma en la que se ha dado la actual articulación de las relaciones de poder en el sistema económico y político mundial, que ha producido la destrucción de complejos ecosistemas en estos territorios en donde han sido saqueados recursos minerales, destruido hábitats naturales y llenado depósitos y vertederos de basura tóxica. 

Estas situaciones son el resultado de la forma como se han estructurado las estrategias de intercambio entre los grandes consorcios transnacionales y los países del sur global; están determinadas también por la ambición de recursos de los Estados industriales ricos y de nuestras élites, y por las prácticas de consumo y los estilos de vida de sus habitantes —incluyendo fuera de USA, Reino Unido, Francia a China, Arabia Saudita—. La consecuencia de estos procesos es una nueva organización estructural del planeta, un nuevo juego de límites entre sociedades y Estados, y una redistribución de la violencia y el poder. 

La conclusión que podemos obtener de esta reflexión es que no es posible considerar a la democracia como un valor universal aplicable a cualquier sociedad: la democracia es viable en los centros desarrollados del capitalismo, debido a que la contradicción entre democracia y capitalismo ha sido exportada a los países de la periferia, donde ella es experimentada de forma brutal en la forma de la precarización y la destrucción de las bases sociales para la construcción de la democracia y de sociedades justas. 

Según Lafont, los Estados Unidos, Grecia, Italia ya no son democracias. Venezuela tampoco lo es. Técnicamente es una dictadura, que además está atacando violentamente a la oposición. Sin embargo, hay que considerar otra dimensión de este problema. 

Venezuela es un país con las mayores reservas de petróleo del mundo y gozó, antes de Chávez, del apoyo ilimitado de los países del centro del capitalismo. La explotación de los recursos naturales generó grandes ganancias para las multinacionales transnacionales y para las elites dominantes venezolanas. Sin embargo, en medio de tanta riqueza, millones de personas sufrieron una situación de miseria material por pobreza y falta de oportunidades. Con el triunfo electoral de Chávez se inició una transformación estructural de las relaciones de poder en beneficio de los más pobres, luego vino Maduro. La historia la conocemos. El punto es que más allá de demandar los elementos mínimos de la democracia y de respeto de los derechos humanos habría que plantear cómo las sociedades del sur global pueden quebrar las formas de poder estructural que han determinado que solamente los paísesdel norte global puedan garantizar a sus ciudadanos el bienestar social y económico, que hace posible tener verdaderas democracias.


Notas:

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