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Descampus

01/05/2025
Por: Santiago Acevedo Monsalve. Sociólogo egresado de la UdeA.

«Con una transición demográfica en marcha, la virtualidad como constante y los estudiantes de los mejores colegios privados estudiando en el extranjero, ¿qué le queda a las universidades y sus campus? Desaparecer o cambiar. No hay de otra y más temprano que tarde, en el mediano plazo, ninguna de las universidades privadas y sus campus permanecerá igual».

El mundo, al menos demográficamente, ya no es como lo vivimos y eso también afectará a las universidades y sus campus, especialmente como piezas de las ciudades. Esto no puede tratarse como otros fenómenos, incluida la misma decadencia universitaria, que nos tomó por sorpresa. Sirva esta columna como tantas que debe haber, en tantas partes, como advertencia.

Para empezar, lo más obvio: debido a la transición demográfica en curso, ya hay y habrá menos jóvenes, tanto en términos absolutos como relativos frente al resto de la población. Consecuencia de esto es que necesariamente se requerirán menos cupos universitarios para mantener las mismas tasas de formación. La buena noticia para los aficionados a los resultados de política pública educativa es que, invirtiendo lo mismo o hasta menos, esa tasa, que para nuestro caso es muy baja en el concierto de la Ocde, aumentará inexorablemente.

También dejarán de ser las universidades y sus campus entonces lugares para jóvenes. Durante mucho tiempo, la universidad se ha asociado casi automáticamente con la juventud, incluso en una universidad pública como la nuestra ha sido así. Y, en consecuencia, así están diseñados y pensados muchos espacios de la universidad, campus centrados en los jóvenes y sus condiciones.

Ahora, como nota de sociología política, tampoco podemos seguir pensando en los campus como fortines políticos juveniles y las tendencias que eso implica. De esto se dieron cuenta quienes concibieron la «universidad para toda la vida» —más allá del credencialismo, que apenas cubre los huecos financieros— mucho antes que el resto.

En segundo lugar, la pandemia trajo a la virtualidad en todo su furor y no hay camino de regreso. Muchos jóvenes, y otros no tan jóvenes, piensan que es mejor escoger en el mercado nacional o internacional de títulos en línea, en vez de simplemente conformarse con los programas presentes en su territorio. Para muchas personas en grandes ciudades, incluso, es una manera de esquivar la (in)movilidad desastrosa. 

¿Cómo olvidar que nuestras universidades no están diseñadas para el estudiante trabajador de jornada completa, ni para sortear los horarios inflexibles de algunas de sus vacas sagradas? La virtualidad en la educación superior llegó para quedarse, no por moda, sino porque aborda problemas que los estudiantes han tenido siempre y no están 100 % ligados a la presencialidad.

Por último, e igual de importante, buscando en el lugar más mediático, TikTok, se encuentra que los estudiantes de los colegios colombo-algo, el público natural de las universidades nacionales, por su poder adquisitivo, se están yendo fuera del país. Así se ve en muchos clips donde los propios «senior» —así les dicen a los estudiantes de grado once de bachillerato— lo testifican. Es que tiene todo el sentido. Ya son bilingües. Tienen pasaportes y visas. En otros países antaño la educación superior ya está subvencionada, es decir, es más barato para el bolsillo particular. Y encima de todo es una experiencia internacional en un país (más) seguro. Agregar a eso la explosión de la oferta cuando se deje de limitar a una ciudad, ya mencionada en el caso de la virtualidad pero que también aplica a su propia manera.

Así las cosas, con una transición demográfica en marcha, la virtualidad como constante y los estudiantes de los mejores colegios privados estudiando en el extranjero, ¿qué le queda a las universidades y sus campus? Desaparecer o cambiar. No hay de otra y más temprano que tarde, en el mediano plazo, ninguna de las universidades privadas y sus campus permanecerá igual. También hay que decir que, en este sector, el diseño institucional, en muchos casos, parecía hecho para enterrar los recursos públicos.

Las más osadas de las universidades desaparecerán completamente de la presencialidad, pero las otras harían bien en considerar con quién fusionarse físicamente o a dónde trasladarse. Lo positivo y aprovechable por el conjunto social y las administraciones es que habrá que realizar renovación urbana y sus respectivos planes parciales. Es otra oportunidad para rehacer una ciudad incluyente y sosteniblemente. No deberíamos permitir, y esto es lo peor que pudiera pasar, que los campus se conviertan en bienes mostrencos, envueltos en eternos limbos jurídicos mientras la realidad es maleza y abandono urbanístico.

Los campus, algunos inmensos, en medio de nuestras menesterosas ciudades, son la oportunidad perfecta para construir para todos y todas. O lo contrario, espacios de nuevas élites vedados y subutilizados. La decisión está por tomarse y nosotros como ciudadanos y académicos por actuar en procura del mayor bienestar colectivo.

PS: encantando de volver a participar de este espacio luego de mi última columna. Veo más pluralidad en voces y disciplinas. Ojalá siga así. Recomiendo especialmente esta columna de la historiadora Eulalia Hernández Ciro.


Notas:

1. Este es el espacio de opinión del Portal Universitario, destinado a columnistas que voluntariamente expresan sus posturas sobre temáticas elegidas por ellos mismos. Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de la Universidad de Antioquia. Los autores son responsables social y legalmente por sus opiniones.

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