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De cicatrices y memorias: el secuestro y su huella en Colombia

16/11/2023
Por: María Antonia Henao Betancur. Estudiante del pregrado en Ciencia Política UdeA.

«Al secuestrar, se viola la integridad física y emocional de las víctimas, dejando cicatrices imborrables en su ser y desgarrando el tejido social. Además, el secuestro alimenta un círculo vicioso de violencia, perpetuando un clima de miedo y desconfianza. La negación de la libertad como medio para alcanzar objetivos económicos».

Esa oscura realidad que ha marcado el tejido social colombiano se erige como un lastre insidioso, dejando a su paso miles de tragedias que resuenan a lo largo y ancho de la nación. En este país de cicatrices y memorias dolorosas, el secuestro se constituye en una herida que ha marcado a generaciones enteras. A medida que reflexionamos sobre esta práctica devastadora, es crucial examinar el trabajo de la Comisión de la Verdad y su papel en la construcción de un relato nacional que aborda las múltiples desgracias que el secuestro ha desencadenado. Acompáñeme a explorar la oscuridad que este crimen ha generado sobre Colombia, donde los principales protagonistas, los grupos armados, han tejido una trama de sufrimiento y desesperación.

El secuestro en Colombia va más allá de la privación física de libertad; es una afrenta a la dignidad, la integridad y la esperanza. Cada acto de secuestro deja una cicatriz indeleble en el tejido social, afectando no solo a las víctimas directas, sino también a sus familias y a la sociedad en su conjunto. Es en este marco de dolor y memoria que la Comisión de la Verdad emerge como un faro de esperanza y justicia. Para entender el impacto del secuestro en nuestro país es crucial sumergirse en el contexto de un conflicto armado que ha perdurado décadas. Grupos armados como las Farc-Ep, el ELN y los paramilitares, han utilizado el secuestro como una estrategia para imponer su voluntad, sembrando el miedo en comunidades enteras y dejando a las familias sumidas en la incertidumbre.

La Comisión de la Verdad —creada como parte del Acuerdo de Paz con las Farc—, ha asumido la tarea monumental de tejer la trama de la verdad en torno al conflicto armado, incluyendo los horrores del secuestro. Su labor implica dar voz a las víctimas, reconstruir los hechos con objetividad y, lo más crucial, establecer responsabilidades para construir cimientos sólidos hacia la reconciliación.

Así pues, el secuestro se convierte en un capítulo central en la narrativa de la historia colombiana. A través de testimonios valientes y exhaustivas investigaciones, la Comisión no solo busca documentar los actos individuales de secuestro, sino también comprender las dinámicas subyacentes que permitieron que estos hechos perpetraran en la sociedad.

Para acercarnos más al tema, el informe final de la Comisión presenta, en el capítulo titulado «Hasta la guerra tiene límites», un abordaje a las violaciones de Derechos Humanos e infracciones al Derecho Internacional Humanitario durante el conflicto armado. Se centra en 16 violaciones e infracciones, analizando prácticas específicas y proporcionando respuestas a preguntas clave sobre quién, qué, cuándo, cómo, quiénes y por qué. Además, se informa que entre 1990 y 2018, hubo alrededor de 50 770 víctimas de secuestro en el país.

En este telón de desgracias, el secuestro no solo se traduce en la privación física de libertad, sino también en la pérdida de la esperanza y la tranquilidad. Las víctimas, arrebatadas de sus seres queridos, se convierten en piezas de un rompecabezas macabro, enfrentándose a condiciones inhumanas y secuelas emocionales que perduran más allá de su liberación.
Es esencial reconocer que el secuestro va más allá de un acto criminal; es un atentado contra la dignidad humana. Es un cáncer social que desencadena en otros crímenes atroces como las desapariciones forzadas, las violaciones sexuales, la tortura y, en ocasiones, en homicidios. Los grupos armados, en su afán de consolidar poder, despojan a las personas de su autonomía y las reducen a meros peones en un juego de violencia. Vemos entonces que el secuestro es la retención de una o más personas por parte de un grupo armado, utilizando intimidación, amenazas u otros métodos. Y que esta práctica condiciona la liberación y la seguridad de las víctimas a la satisfacción de demandas, que pueden ser de índole económica, política, militar o de control territorial, entre otras.

¿Para qué tanto sufrimiento? Las motivaciones de grupos guerrilleros y paramilitares detrás del delito se pueden clasificar en los secuestros con fines extorsivos y los militares. Los primeros están destinados a obtener beneficios económicos y financiar la guerra. Los grupos armados también han recurrido a secuestros con fines políticos, buscando influencia y presión en la esfera política. Este tipo de acciones, aunque dirigidas a individuos específicos, tienen repercusiones más amplias al amenazar la estabilidad y la integridad del sistema político.

 Otra clasificación son los secuestros con fines militares, que han sido empleados estratégicamente, pues los civiles son utilizados como escudos humanos o carne de cañón para impedir ataques o forzar la retirada del grupo opositor. Estas tácticas crueles no solo apuntan a individuos, sino que también afectan la dinámica general del conflicto armado.

Nada justifica el secuestro, ni la necesidad de financiación, la presión política, ni mucho menos la estrategia militar. Al secuestrar, se viola la integridad física y emocional de las víctimas, dejando cicatrices imborrables en su ser y desgarrando el tejido social. Además, el secuestro alimenta un círculo vicioso de violencia, perpetuando un clima de miedo y desconfianza. La negación de la libertad como medio para alcanzar objetivos económicos, políticos o militares socava los valores fundamentales de una sociedad justa y democrática.
Enfrentar y condenar el secuestro es esencial para construir un país donde la paz, la seguridad y el respeto a los derechos humanos prevalezcan sobre la barbarie.

Cada testimonio recopilado por la Comisión resuena como un eco de dolor en el alma de Colombia. Las historias de las víctimas, marcadas por el secuestro, revelan la magnitud del sufrimiento humano y la urgente necesidad de confrontar nuestra historia colectiva. Este proceso no solo es un acto de justicia, sino también un paso crucial hacia la curación de las heridas abiertas. La Comisión de la Verdad traza un camino hacia la reconciliación al reconocer la complejidad del secuestro y su impacto en la sociedad; se allana el terreno para una conversación nacional honesta y constructiva. Pues, la verdad, por dolorosa que sea, es el cimiento sobre el cual se puede construir una paz duradera.

Por otro lado, la invitación es a abrazar el trabajo de la Comisión de la Verdad, a escuchar las historias de las víctimas con empatía y a comprometernos, como sociedad, a construir un futuro basado en la verdad, la justicia y la reconciliación. En nuestras manos está la responsabilidad de tejer una trama de cicatrices que, con el tiempo, pueda transformarse en un tapiz de resiliencia y renacimiento para Colombia.

Referencias
Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No repetición —CEV— (2022).
Hasta la guerra tiene límites


Notas:

1. Este es el espacio de opinión del Portal Universitario, destinado a columnistas que voluntariamente expresan sus posturas sobre temáticas elegidas por ellos mismos. Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de la Universidad de Antioquia.

2. Si desea participar en este espacio, envíe sus opiniones y/o reflexiones sobre cualquier tema de actualidad al correo columnasdeopinion@udea.edu.co. Revise previamente los Lineamientos para la postulación de columnas de opinión. 

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