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Necesidad de escribir

01/03/2018
Por: María Cristina López Bolívar, docente de cátedra Instituto de Filosofía UdeA

"...la escritura es ante todo una reflexión que cautiva por su textura, su delicada pero drástica manera de expresar aquello que en la desnudez del pensamiento es auténtico y considerado como relevante para que nazca al mundo..."


Escribir es el quehacer humano de los más complejos, bellos y dicientes del espíritu de los hombres que durante siglos han dedicado inimaginables esfuerzos para perpetuar en la palabra un nicho de sabiduría.
La escritura es el arte de reflexionar, de imaginar, de contar, y explicitar aquello que nos desborda, aquello que nos constituye como seres pensantes.

Pero la escritura es ante todo una reflexión que cautiva por su textura, su delicada pero drástica manera de expresar aquello que en la desnudez del pensamiento es auténtico y considerado como relevante para que nazca al mundo.

Todos podemos escribir eligiendo muy bien las palabras y apreciando qué es digno de ser contado y cómo, en qué tono y con qué silencios contarlo. Y es que pese a la rigurosidad con que debemos escribir ésta no es el limitante de lo que queremos decir, sino el compás que nos permite decir las cosas con belleza.

Como quien elige las notas para hacer una melodía memorable, así la trama argumentativa es el resultado de la impetuosidad que expone un texto límpido y gustoso de ser leído. Creo que esto es a lo que se refiere Platón cuando en El Fedro Sócrates nombra a aquel discurso que “se escribe con ciencia en el alma del que aprende; capaz de defenderse a sí mismo, y sabiendo con quien hablar y ante quienes callarse”.

El discurso escrito se convierte en un acontecimiento al que acude la reflexión, desde antes de su creación, en la formación y disciplina de quien escribe, siendo entonces constitución del texto esta reflexión que surca e invade el pensamiento de quien lo lee, se defiende y acusa desde su más autónomo sigilo.

El discurso escrito puede lograr despertar en los niños la curiosidad por el saber, en los jóvenes las ansias por acudir al conocimiento, en los adultos las ganas por dejar mella en el mundo y en los viejos la memoria. Así la importancia de una escritura reflexiva consiste en ser un canal que transmite saberes, impresiones, pensamientos y todo aquello que aspiremos a transmitir, que simiente y provoque afecciones en quien las recibe. Tales afecciones pueden llegar a mover a los lectores a que ellos mismos cultiven en los jardines de las letras en el grado más alto y con la más devota convicción, cada una de sus reflexiones.

Sin embargo, este ejercicio de escritura reflexiva que abona los jardines ha sido relegado por la superproducción en serie de textos que informan o persuaden en una vaguedad altiva, propiciada por la presión que prescriben los marcos de la composición de textos académicos.

Parece profética la apreciación que de la escritura hacía Thamus, habiéndose inundado las revistas, los libros y demás, con textos que funcionan como fármacos para la memoria. Esto indica que en la mayoría de los casos los estudiantes no tenemos una formación en escritura, en estilo, en la forma, las pautas, la sustentación y el uso de puntuación para que el texto respire, sino que, nos vemos obligados a hincar todos los esfuerzos en dar cuenta de los conceptos, los autores, y la información a la que acudimos para darle un contenido, creando textos que tienden a ser una recopilación de información y no textos críticos que dan cuenta de una reflexión consciente y crítica.

La escritura académica se centra entonces en lo que se dice y no también en el cómo se dice, y es precisamente este cómo lo que resalta a un texto.

Así como en el discurso oral habrá que tener convicción y tono para presentar la fuerza de un argumento, en la escritura el cómo componerlo es la voz que hace memorable un escrito.

Claro, tampoco podemos hacer a un lado el imperio de la imagen y la oralidad que se consolidan como constitutivos de lo social y que, ha traído como consecuencia el desdén por la escritura. La facilidad para acercarnos a la imagen que no cuestiona, ni pone a prueba nuestros conocimientos es más atrayente que el mismo ejercicio de escritura.

Es por ello que la escritura hoy en día tendría que ser ante todo no una obligación académica, sino, una actividad que inspire, en la cual nos regocijemos y liberemos aquellas cosas que nos atraganta y nos desespera al punto tal de no poder reprimirlas y, tengamos que acudir a un papel para escribirlas haciendo de la escritura un ejercicio de reflexión individual consiente, a su vez, imperfecto y susceptible de errores como cada uno de nosotros.

Debo señalar que la escritura despliega la fuerza del pensamiento sedicioso que es, a su vez, un constructo crítico en donde el resultado de la reflexión es el valor de la misma escritura que, más que ser perfecta, atestigua el pensamiento libre.


Nota

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