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Opinión

¡Pilas! El encuentro más cercano

21/09/2021
Por: Gustavo Aguirre Galeano, Ingeniero de Sistemas, Especialista en Gerencia y Tecnologías de la Información, profesor de cátedra UdeA.

«... un grupo de ingenieros recién graduados se organizaba junto a la fuente para las respectivas fotos, al fondo se veía la biblioteca y las escalinatas del pasillo cubierto. Curiosamente mi mente me llevó a recordar un evento que pasó allí, pero no el día de mis grados, sino de mis comienzos como estudiante...»

Este 17 de septiembre observé en Facebook una foto que publicó la Facultad de Ingeniería donde un grupo de estudiantes recién graduados, perdón ¡ingenieros!  ¡Qué felicidad deben estar sintiendo!  ¡Bravo! Los felicito. Sí, bajo una tarde esplendorosa, soleada, con el cielo azul y un par de nubes blancas, un grupo de ingenieros recién graduados se organizaba junto a la fuente para las respectivas fotos, al fondo se veía la biblioteca y las escalinatas del pasillo cubierto. Curiosamente mi mente me llevó a recordar un evento que pasó allí, pero no el día de mis grados, sino de mis comienzos como estudiante.

Pasado el mediodía Atilio y yo terminamos de estudiar para el primer examen parcial de Química que tendríamos el jueves de esa semana, estábamos en una de las mesitas cerca de la Biblioteca Central, pertenecíamos a programas diferentes de Ingeniería y cursábamos el primer semestre, sí, éramos primíparos.  Muy juiciosos, repasamos los temas que teníamos planeados para ese día. Atilio se detuvo, estiró los brazos y me dijo:

—Viejo, estuvo chévere la estudiadita.  Paremos ya y terminemos de ver los otros temas mañana, ¿te parece?  ¿Qué tal a la misma hora?

—Uy sí, de verdad que nos rindió. ¡Claro!  Estudiamos a la misma hora, dale.  Muchas gracias.

—¡Listo!  Así quedamos, “mañana a la misma hora y por el mismo canal” —dijo sonriendo—.

Atilio recogió sus cosas, se paró, me hizo la señal de OK con el dedo pulgar y se marchó.

Yo tranquilamente y sin afanes me puse a revisar temas de otras materias mientras llegaba la hora de otra clase que tenía en la tarde.  Aproveché y me compré una empanada y un café con leche en la cafetería de Tronquitos.  Saqué un libro, me puse a leer para adelantar un trabajo, repentinamente, empecé a escuchar un rumor que crecía, muchos caminaban de prisa, había agitación, yo los miraba sin saber qué ocurría.  Entonces alguien dijo en voz alta:

—¡Muchachos salgamos!  Hay orden de desalojar la U, hay tropel en la entrada de Barranquilla.

Esto me tomó completamente desprevenido, me asusté, empecé a empacar mis cosas en el morral, observé que la cantidad de estudiantes desplazándose a prisa aumentaba. Realmente no sabía qué hacer, como primíparo era la primera vez que escuchaba una orden de esas, seguí a un grupo de personas que vi pasar.  Súbitamente, en sentido contrario, me encontré cara a cara con Darío, el hermano de un amigo de Ingeniería que vivía en un barrio cerca al mío, él cursaba tercer o cuarto semestre de Derecho. Me saludó dándome la mano. 

—Este debe tener toda la experiencia del mundo en estos fragores estudiantiles —pensé— ¡Me encontré con el que es!  ¡Súper! —me dije tranquilizándome—.

—Pelao, venga salgamos por la puerta de Ingeniería, en la de Barranquilla debe estar el antimotines y en la peatonal debieron llegar ya los policías —me advirtió.  Así que tomamos el rumbo que indicaba.

Darío siempre hablaba bajito, susurrando, al salir del campus como en secreto me dijo:

—¡Hermano pilas!  Tenemos que alejarnos rápidamente, los carnés hay que esconderlos, camuflarlos bien ¿entendido? asentí.

—Si nos cogen los "tombos" nos empapelan. Esconde el carné —enfatizó—.

—Hijuemadre, ¡qué susto! —me dije y suspiré— Uy, yo creo que a este man le tocó todo el rollo del carro con la monjita —respiré profundamente y avancé junto a él—.

Caminamos sigilosamente, buscábamos el bus que nos servía a los dos, pues todas las rutas habían sido desviadas de la U.  Rogaba encontrarla rápidamente para irme acompañado un buen trayecto, el último en bajarse era yo.  A medida que caminábamos, Darío me iba contando desafortunados y trágicos sucesos ocurridos a estudiantes que fueron detenidos por la fuerza pública.

Avanzamos varias cuadras sin ningún problema, él seguía contándome fatales historias una tras otra, llegamos a la facultad de Medicina, seguimos por la iglesia de Jesús Nazareno, tomamos a la izquierda por una calle hacia el oriente, buscando la carrera Bolívar, en ese momento no existía el Metro.  Llegamos a la Editorial Bedout, caminábamos hacia el centro de la ciudad, giramos en una esquina y de la nada ¡ahí estaba! ¡Sí!  Ahí estaba.  ¿El bus?  ¡No señor!  Frente a nosotros y parqueada en reversa estaba una "jaulita" llena de policías, prestos a descender, nos hallábamos a unos cincuenta metros y nos miraban fijamente.

—¡Trágame tierra! —atiné a decir impactado—.

Darío dijo en voz queda:

—Hazte el loco, ¡disimula!  Haz de cuenta que no eres estudiante, disimula por favor.  Escondiste el carné ¿verdad?

—¡La madre!  ¿El carné? ¡El carné! —dije desconcertado—.  No recordaba dónde había metido el bendito carné, estaba que me derretía, entré en pánico, sudaba frío, se me nublaba la visión.

—¡Juepucha!  Yo no maté a Gardel, fue un accidente, un accidente aéreo, yo no fui, yo no fui ¿Por qué me pasa esto a mí? —me dije angustiado—, el corazón lo tenía acelerado a mil…se me quería salir del pecho.

—¿Gus? ¡Gus!  ¿Qué pasa hermano? ¿Qué pasa?  ¡Respira!  Pareces una hoja de papel de lo pálido que estás, muévete. ¡Pilas! —casi gritó Darío, solo le faltaba cachetearme.

Entonces, puso su mano en mi hombro y suave pero firmemente me empujó, empecé a caminar.  ¿A caminar?  ¡Qué miedo!  Me temblaban las piernas, parecía con beriberi, íbamos directamente hacia los policías, a la boca del lobo, no había forma de retroceder ni de evadirlos.  Intentábamos avanzar con tranquilidad, entonces me encomendé a todos los santos, me volví católico, apostólico y romano, rogué a todos mis ancestros. “Ánimas benditas del purgatorio quien las pudiera aliviar…”—me arrepentí de todos mis pecados —“…por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa…” rezaba a la lata.

Íbamos por la acera, los policías descendieron, se pararon en la calle, eran unos doce, pero yo veía ¡como a cien! Se filaron, empezaron a moverse en perfecta formación, estaban como a treinta metros, a quince, a cinco…

—Me echaron mano, me agarraron.  Ay Dios ¡me agarraron! —me dije abatido, cerré los ojos.

Los policías estaban encima, avanzaban, solo escuchaba su acompasada marcha. Me quedé petrificado, pegado a la pared, aterrorizado, presentía que una mano fuerte me iba a sujetar, me entregué a la pena, decidí no hacer repulsa, transcurrieron unos segundos y no sentía nada, abrí un ojo y los vi pasar a mi lado, ¡a mi lado! ¿Cómo? Abrí desorbitadamente mis ojos.  Sí, pasaron por su lado y no nos dijeron nada.    —¡Fiuu, ufff bien! —exclamé gozoso, me volvió el alma al cuerpo, pero seguía petrificado, con la boca seca y el corazón a mil.

Al parecer, habíamos disimulado muy bien que no éramos estudiantes de la U, Darío era un moreno alto, de afro, con una barba de tres días, estaba de blue jean, tenis, camiseta y llevaba una mochila. Yo iba de tenis, jeans, tenía la camisa por fuera, mechudo, de bigote, con un morral y un buzo amarrado a él.  ¡Ah! y Darío traía debajo del brazo un enorme libro de Derecho de la biblioteca de la U.  Sí, seguro que nos parecíamos más a unos vendedores de biblias o a visitadores médicos que a estudiantes.

El escuadrón siguió de largo, los seguimos con la mirada.  ¿Qué pasó?  Nos miramos desconcertados, al fijarnos bien vimos que los policías iban al encuentro de un grupo de estudiantes con capuchas y pancartas que protestaban, provenían de las inmediaciones de la facultad de Medicina, manifestantes que estaban como a dos cuadras, ¡justo detrás de nosotros!

¡Qué descanso!  Por Dios, qué descanso. Me quité como diez toneladas de encima, estaba livianito.

¿Descanso? Darío me dice en voz baja y torciendo los labios:

—Por acá hay mucho ‘tira’ camuflado. Ojo, ¡mucho ojo!  —lo miré sorprendido—.

—Muchos detectives y policías de civil, y del DAS —me explicó— ¿qué tal que nos echen mano?

Tal como Lot, seguimos caminando sin volver la vista atrás, no supimos qué pasó entre estudiantes y policías, avanzábamos de prisa.  Unas cinco cuadras más adelante, por fin encontramos un bus y nos subimos apresurados. Cada vez que se detenía y alguien subía, me imaginaba que era un detective y pensaba ¡Carajo! ¡Se devolvieron por nosotros!   Me atormentaba pensando en las desventuradas historias que me contó Darío, la voz me salía trémula, él me miraba y trataba de tranquilizarme, la noche había llegado. El bus se detuvo y Darío se despidió, casi me da un ataque de pánico al quedarme solo. Aquellos segundos eran interminables, el viaje en bus de unos treinta minutos se convirtió en una eternidad. Logré llegar a casa sin novedad alguna, con la adrenalina al cien. Agradecí haberme encontrado con Darío, independientemente de sus cuentos e historias, pues su ayuda fue incalculable. En casa me sentí más seguro y tranquilo, había vivido una montaña rusa de emociones encontradas, arrojé el morral en un rincón y me recosté sobre la cama, de una quedé fundido. 

Ese fue el encuentro más cercano que tuve con el cuerpo antimotines, solo por el hecho de ser estudiante. Quizás, algunos de los cuentos neuróticos y fatídicos de Darío, más mi inseguridad y primiparada casi me matan ¡pero del susto!


Notas:

1. Este es el espacio de opinión del Portal Universitario, destinado a columnistas que voluntariamente expresan sus posturas sobre temáticas elegidas por ellos mismos. Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de la Universidad de Antioquia.

2. Si desea participar en este espacio, envíe sus opiniones y/o reflexiones sobre cualquier tema de actualidad al correo mediosdigitales@udea.edu.co con el asunto «Columna de opinión: Título de la columna». Ver criterios institucionales para publicación.

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