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Opinión

Julián Estrada

17/08/2022
Por: Gisela Sofía Posada Mejía, Líder del Programa Cultura Centro UdeA

«.... Qué pereza que te moriste, aburre saberte lejos donde no contestas un correo, ni vuelves a aparecer con tu mochila terciada y esos fiambres deliciosos que alguna vez llevaste para que varios nos deleitáramos probando lo que hemos perdido para siempre: la calma y el encuentro con los amigos...»

De un campanazo se interrumpió el juego de la infancia cuando apenas comenzaba. Suspendidos se quedaron el café y la arepa caliente cuando llevábamos apenas la mitad de la conversación. Las noticias en las redes se inundaron de vos: mensajes, fotos de personas posando a tu lado. Te ponían en sus estados – yo fui una- para no dejar pasar la alegría de que la vida, en su momento, hubiera hecho esa sonrisa.

Al otro día perdí el celular y me pasó por boba, por lela -dirías tú-, mirando las calles del Centro, sus entornos maltrechos, sus esquinas como letrinas que nadie quiere limpiar. Olvidé que allí los gritos son de hambre, de la gente sin ganas ni plata, que no tiene tiempo de andar turisteando. Ese día, veía las calles de Medellín y pensaba qué estaría diciendo Julián Estrada, ahora, con qué chorro de historias vendría al ver esa natilla de maíz, las cocadas o las gelatinas blancas de los vendedores de la avenida La Playa de Medellín. Habías entrado en el silencio, en una forma de la distancia que no logro comprender.

La memoria se volcó a las palabras, los gestos, los dichos, las enseñanzas, los énfasis, en lo agradable que era escucharte con esa sabiduría de hijo primogénito de la antropología culinaria, de lo que somos y del desbarajuste en que ha devenido la alimentación en el mundo, ese derecho de todos, tan vilipendiado. Escuché de nuevo el último programa que realizaste con el periodista culinario Lorenzo Villegas, para la Emisora Cultural de la Universidad de Antioquia, con la idea de ir dejando una biblioteca sonora sobre la comida paisa, titulada Fogones Antioqueños. Llegamos –también yo estaba en ese proyecto- a 40 capítulos que reposan en la nube, desde donde ahora nos miras.

¿De qué hablamos cuándo hablamos de cocina? ¿Comemos lo que somos? Y vos, con la claridad que te caracterizaba y ese conocimiento de animal político y culinario, ibas desvelando secretos, entregando sustento a la comprensión, a la mejor manera de un juglar que con la lectura, la indagación y la sabiduría aprende caminando, conociendo de primera mano las costumbres y la cultura de un pueblo. Fuiste un viajero de esta tierra nuestra, en tu cabeza el país como banquete desperdiciado ya que la cocina ha sido el fuego de los pueblos que nos ha permitido existir. ¡El único que cocina los alimentos, es el ser humano, decías!

Echaré de menos esa forma como te mecías en la hamaca - rey en su trono -, mientras hablabas fuerte y claro. Extrañaré tus dotes de anfitrión sirviendo una buena morcilla, con arepas de bola, chocolate campesino y quesito. Y todo al punto, como los restos de arepa vieja que echabas en una paila. Estar en tu cocina fue volver a los juguetes de la infancia en tamaño gigante: ollas de colores vivos, parrillas de varios tamaños, platos de madera, pailas, calderos enormes, cucharas, vajillas pintadas. Una cocina de verdad. Se podía ver que la chocolatera estaba usada y que cada cosa que habitaba ese lugar amplio y hermoso había pasado por el cincel del tiempo y que el comensal más exigente y asiduo del lugar eras tú. 

Ojalá que la cicatería mental (con sus burocracias de toda laya), no venza la ganas de seguir adelante con uno de los encuentros más bellos que construiste y orientaste con tanto empeño en los últimos años, La arepa invita, que en el 2022 llega a su V versión.  Muchos bebimos de tu fuente por las claridades que tenías para enseñarnos la diferencia sustantiva entre seguridad o soberanía alimentaria. Muchos, llegados al final del viaje, vimos a tus otros amigos de persistencia -hombres y mujeres-, hablar de las tradiciones ancestrales y en la cultura de un país que desfila por nuestras cocinas. Nos estaban enseñando, a los recién llegados, la importancia de saber comer y que esa práctica social entraña una relación sagrada con el alimento y la tierra, en sus luchas por un vivir digno, con las semillas nativas y los campesinos que las cuidan.

Qué pereza que te moriste, aburre saberte lejos donde no contestas un correo, ni vuelves a aparecer con tu mochila terciada y esos fiambres deliciosos que alguna vez llevaste para que varios nos deleitáramos probando lo que hemos perdido para siempre: la calma y el encuentro con los amigos. Recuerdo que esa mañana nos dijiste que habías madrugado a empacar esa comida rica y jugosa en hojas de bijao. Recuerdo que ese mediodía nos dejamos llevar por la lentitud de un buen plato. Y la dicha de la amistad con cada bocado y las preguntas, el recuerdo de un lugar y el nombre de una cocinera. Fuimos felices con la barriga llena y el corazón contento.

¡Te queremos Julián! Este coro de amigos te canta ahora que te has pasado a vivir a las estrellas.  

Imagen tomada de internet 


Nota

Este es el espacio de opinión del Portal Universitario, destinado a columnistas que voluntariamente expresan sus posturas sobre temáticas elegidas por ellos mismos.  Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de la Universidad de Antioquia. 

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