Opinión

El Acuerdo de Paz firmado en el 2016 entre el Gobierno de Colombia —representado en su momento por el presidente Juan Manuel Santos Calderón— y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia —Farc-Ep—, sufrió varias alteraciones debido al revés provocado por el plebiscito del mismo año. 

El 2 de octubre, el 50.2 % de quienes asistieron a las urnas le dijo «No» a lo que se venía dando en las negociaciones, en contraste con el 49.7 % que votó por el «Sí». Posteriormente, el texto inicial del acuerdo tuvo que ser renegociado con sus opositores, para ser ratificado por el Senado de Colombia y la Cámara de Representantes el 29 y 30 de noviembre del año 2016. 

Fruto de este ejercicio surgió, dentro del marco de la negociación, el Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición —SIVJRNR—, como mecanismo responsable de cimentar las condiciones necesarias para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera. De este, surgieron la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad —CEV—, la Jurisdicción Especial para la Paz —JEP— y la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas —UBPD—. 

Ahora bien, el propósito de la Comisión de la Verdad es esclarecer los patrones y causas explicativas del conflicto armado interno en Colombia, para satisfacer el derecho de las víctimas a la verdad; pero también de la sociedad en general, en procura de reconocer lo sucedido en aras de la construcción de la convivencia en los territorios y contribuir a sentar las bases para la consolidación de una paz estable y duradera. 

El Informe Final de la Comisión de la Verdad le permite a Colombia mirarse en el espejo de la historia de otros países que, también, han transitado las cuestas del camino hacia la paz. En este orden de ideas, es preciso resaltar que el Informe de la Comisión ha sido acogido con beneplácito en la comunidad internacional, entre ella la delegación de la Unión Europea y sus países miembros, la cual le ha dado la bienvenida al Informe Final y Legado de la Comisión e invita a recibirlos como una oportunidad para crear diálogos hacia la reconciliación y no repetición. 

En atención a los antecedentes anteriores y en el entendido que el proceso de paz en Colombia apuntó a cuatro escenarios, todos ellos, destacados en términos de la justicia, la verdad, la reparación y las garantías de no repetición. Este último escenario, de lejos, el más connotado dadas sus implicaciones en el marco futurista de deconstrucción de una nueva República y una nueva sociedad colombiana donde impere el respeto a la vida. No podemos seguir permitiéndonos el lujo de mostrarnos ante la comunidad internacional y la nuestra como una sociedad proclive a la barbarie y a la dejación de la justicia. 

Por ello, hago una exhortación altamente respetuosa y considerada, a la comunidad académica e institucional, atendiendo la invitación del actual Ministro de Educación, Alejandro Gaviria Uribe, a que en la Universidad de Antioquia abracemos la verdad y, en general, en las Instituciones de Educación Superior —IES—, y discutamos el texto del Informe Final de la Comisión de la Verdad en nuestras aulas de clase con los y las estudiantes.

Considero pertinente centrar nuestra mirada, particularmente, en el capítulo que recoge las secuelas de la guerra colombiana en los niños, niñas y adolescentes. Es deber de la escuela, así lo creo, analizar el hecho de la orfandad, explícita y tácita, que viene experimentando esta población frente a la consolidación de un nuevo Estado de derecho donde se priorice la vida y donde la guerra vaya siendo condenada al ostracismo desde todas las esferas de la sociedad colombiana. 

Este espacio de discusión académica se ha de desarrollar dentro del marco del respeto por la diferencia, la responsabilidad debida y el ejercicio de consideración por el otro. Como sociedad, y especialmente en nuestra comunidad universitaria tenemos, todos y todas, la obligación de hacer de Colombia un lugar donde no reine la indolencia, pues ella abriga cuerpos de hombres y mujeres faltos de empatía. Asimismo, debemos hacer de nuestro país un espacio donde el común denominador sea la vida, en todas sus manifestaciones y colores, pues nuestra ceguera ha permitido que poco a poco la existencia se apague en primavera, y el otro y la otra no es mirada como la ilusión sino como la desesperanza.

Finalmente, invito a hacer de nuestro país un lugar para todos y todas, seamos partícipes y lectores de la vida del otro y la otra, desarrollemos la capacidad de entender sus luchas, sus sueños, sus anhelos y utilicemos esto como un mecanismo para ser más cercanos a diversas realidades.
 

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