Un asunto tenebroso: la muerte de Matador
Un asunto tenebroso: la muerte de Matador
«En el Estado de derecho no se admite que el sistema punitivo de la “sanción social”, las denuncias en redes, la “cancelación” o la “criminología mediática” se usen para eliminar del espacio público a los supuestamente implicados en faltas o delitos basados en violencia sexual o de género, sobre la base de cargos vagos o falsos, construidos mediante un novelón, como el que armó De la Espriella».
La novela de Balzac, Un asunto tenebroso, se basó en un hecho real, el secuestro del senador Clément de Ris, un arribista político, que quedó enredado en las intrigas tramadas por el entonces jefe de la policía de Napoleón, Joseph Fouché, con el fin de eliminar las responsabilidades que pudieran tener él, Maurice de Talleyrand, y los demás conspiradores en el intento de golpe de Estado que ellos habían preparado poco antes de la batalla de Marengo. Talleyrand y Fouché pensaron que Napoleón perdería esa batalla y que estaban ante el fin de su gobierno. Pero no fue así, el Primer Cónsul obtuvo la victoria y al enterarse del complot ordenó a su jefe de Policía, Fouché, la detención de los conspiradores. Con esto Fouché tenía el camino abierto para montar la farsa que le permitiría encubrir su intriga. El verdadero asunto tenebroso es este: Fouché maquina el secuestro del senador,su posterior liberación y la detención de tres de sus secuestradores. Por los mismos días del secuestro, Napoleón es objeto de un atentado en la Calle Saint-Nicaise. Fouché moviliza a sus policías y detienen a tres individuos, que eran los mismos que habían participado en el secuestro del senador y, acusándolos del atentado, los hace fusilar.
Al hablar de Fouché en relación con la expulsión de Matador de El Tiempo no quiero insinuar que el prestigioso abogado De la Espriella sea una especie de Fouché criollo. No da para tanto el personaje. Fouché fue un personaje cruel, violento, maquinador de intrigas. De la Espriella es un cínico, un nuevo rico, un advenedizo de la sociedad del espectáculo propiciado por estos tiempos revueltos en los que todo vale. Tiene la capacidad para montar una farsa, un sainete; hemos visto el video, lo oímos tocando su piano, degustando su fino trago y escuchamos sus vengativas amenazas, pero ahí no es posible encontrar ni la astucia ni la inteligencia de Fouché ni tampoco la alta cuna y delicadeza aristocrática de Talleyrand. Es un Fouché en miniatura. Hay que reconocer que como aprendiz del mal, ha mostrado capacidades especiales para maquinar la destrucción moral y jurídica de sus contrincantes o de los enemigos de sus amigos, pertenecientes a lo más granado de nuestra ultraderecha.
En el caso de Matador, el abogado usó un video en el cual fue simulada, por una actriz de reparto, la voz de la esposa del caricaturista, desconociendo sus derechos frente a la determinación de hacer públicos o no los hechos de violencia que ella vivió en el pasado. La imputación que monta el abogado, que no es jurídica, sino una bufonada, la concibe a partir de la denuncia que hace diez años hizo la esposa del caricaturista sobre el ataque físico y verbal que sufrió por parte de su pareja. El objetivo de traer este caso ante la opinión pública no es por supuesto reclamar, en derecho, sobre los actos de violencia y de género de Matador en el pasado, sino eliminar del espacio público a este caricaturista, uno de los críticos más importantes que tiene el país, quien ha tenido el valor y la osadía de cuestionar a los más poderosos, los corruptos, los violadores de los derechos humanos y a aquellos que, apoyados en el paramilitarismo y valiéndose de abogángsters, han buscado destruir el Estado de derecho.
La segunda parte de la farsa consiste en la expulsión de Matador de El Tiempo, diario en el cual ha publicado sus caricaturas desde hace 20 años. Fue expulsado mediante un escueto comunicado, sin preguntarle sobre la denuncia pública hecha por De la Espriella y sin realizar ningún procedimiento disciplinario para escucharlo. Hay indicios de que El Tiempo participó en esta farsa y que De la Espriella, el periódico y los interesados en no tener más sus caricaturas críticas y mordaces, tuvieron cierto éxito sacándolo.
No podemos desconocer como hombres y ciudadanos, o mejor debemos «conocer», «reconocer», «ser conscientes de que» si algún hombre, persona pública o no, que violando las normas morales y legales del trato con los demás, ha abusado de su poder y cometido delitos como violencia conyugal o violencia de género, debe ser denunciado, procesado y castigado de acuerdo con la ley, y que el alcohol no es una excusa que aminore la violencia del abuso. El Estado de derecho no da otra alternativa.
Pero, en el Estado de derecho no se admite que el sistema punitivo de la «sanción social», las denuncias en redes, la «cancelación» o la «criminología mediática» se usen para eliminar del espacio público a los supuestamente implicados en faltas o delitos basados en violencia sexual o de género, sobre la base de cargos vagos o falsos, construidos mediante un novelón, como el que armó De la Espriella. En nuestras sociedades, «no importa qué argumentos dé en su favor una parte: si se le difama y denuncia como persona inmoral, entonces esa persona quedará nulificada en la esfera pública para dar su punto de vista sobre ciertos temas», escribe Alejandro Nava.
El Tiempo tiene una larga historia en expulsar a columnistas críticos que cuestionaron en el pasado a presidentes o poderosos funcionarios. La cabeza de Lucas Caballero Calderón, Klim, una de las plumas más corrosivas y críticas del periodismo colombiano en el siglo pasado, fue pedida por el mismo presidente Alfonso López Michelsen, mediante convocatoria a Palacio de la plana mayor del periódico de los Santos. La otrora liberal e independiente Revista Semana sigue esta ejemplarizante tradición y así ha expulsado en los últimos años a María Jimena Duzán, Antonio Caballero y Daniel Coronell.
La censura niega la libertad de expresión y pensamiento porque excluye del debate público la circulación de ideas u opiniones de otros. Debilita la democracia porque impide la formación de una esfera pública. Obstaculiza la comunicación política pública, que es propiamente una forma de participación política y civil orientada a influir en los procesos de toma de decisiones del poder ejecutivo y de formación de las leyes del legislativo. La censura niega así la posibilidad de que en una sociedad jueguen un papel determinante la deliberación y la cultura públicas.
La salida de un columnista o de un caricaturista por censura de sus columnas o caricaturas, significa su exclusión del mundo de la comunicación. El escritor ruso Evgueni Zamiatin afirma que la prohibición de la publicación de su libro Atila, hecha por el régimen de Stalin, equivale a un asesinato. «Para mi —dice Mijail Bulgakov—, el no poder escribir es lo mismo que ser enterrado vivo». Por esto, la muerte de Matador es un asunto tenebroso.
- Esta columna de opinión fue publicada en La Silla Vacía el 24 de abril del 2023.
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