¡No pasé!
¡No pasé!
"...La universidad pública con sus exámenes fallidos y tramposos obliga a la mayor parte de la población estudiantil a endeudarse para ingresar a la universidad privada. Y el Estado lo sabe y ofrece préstamos. En otros casos peores, el ser excluido de la universidad pública es síntoma de un descenso social y de una gran frustración interior..."
¿Cómo explicarle a una hija de escasos 18 años que haber ocupado el puesto 2142 entre los 5468 aspirantes a un cupo para Medicina en la Universidad de Antioquia no significa que ella sea menos inteligente, menos persona, que los 135 que fueron admitidos, no sabemos bajo qué circunstancias, y que sus deseos de estudiar esa carrera no se han frustrado irremediablemente?
¿Cómo hacerle comprender que el tipo de examen utilizado, y en especial el modelo de preguntas, no necesariamente mide lo que la gente es, sino apenas lo que les interesa a los supremos señores formuladores de preguntas? ¿Cómo impedir que se le acabe la vida a una jovencita que sabe que su derecho a estudiar en una universidad pública, la misma en la que trabaja su padre, le está siendo negado, violado?¿Cómo no imaginar la tristeza de más de 30 mil familias de todo el país, no solo de Antioquia, que cifraron sus ilusiones en el buen desempeño de sus hijos e hijas y que ahora ven con furia y dolor que ya no tendrán un profesional en casa, es decir, una salida a los problemas más inmediatos?
No conozco otro ejemplo más contundente para explicar la injusticia y la violencia de un país —que le sigue apostando a las bondades de la guerra— que los erráticos exámenes de admisión a las universidades públicas. El examen de admisión es, obviamente, apenas uno de los problemas más visibles de un sistema educativo pensado para la exclusión. Cuando la educación es para unos pocos, se precisa de un filtro. Cuando hay cupos limitados en las universidades públicas, se necesita de la selección social. Hacer de la educación superior un negocio y un privilegio para la minoría evidencia nuestras terribles inconsistencias como sociedad. No hemos construido una sociedad apasionada y dispuesta al conocimiento y al afecto; apenas una sociedad que ve en la educación un reglón más de la economía y de las disputas por el poder. Detrás de un examen de admisión hay numerosas instituciones que ofrecen cursos preuniversitarios.
Hay incluso redes de influencias que venden cupos para las carreras más apetecidas. Es decir, lo que la universidad pública no es capaz de solucionar, o tal vez lo que ella hace con la intención de no solucionar, es aprovechado jugosamente por los astutos hombres de genio que ostentan universidades privadas e institutos técnicos. Somos simplemente incapaces de crear una universidad pública para la sociedad de la que vienen nuestros estudiantes. Desde el examen de admisión los vamos llevando por la senda de la sistematización y la selección múltiple. La universidad pública con sus exámenes fallidos y tramposos obliga a la mayor parte de la población estudiantil a endeudarse para ingresar a la universidad privada. Y el Estado lo sabe y ofrece préstamos. En otros casos peores, el ser excluido de la universidad pública es síntoma de un descenso social y de una gran frustración interior.
Deprimente. Mientras mi hija presentaba el examen en el bloque 19, yo vigilaba a un grupo de 30 jovencitas en el bloque 14. Todas mujeres. Miré sus rostros compungidos y supe que ninguna pasaría. Venían de varios departamentos del país. Venían con el pánico de perder una oportunidad única, existencial. Y sudaban, se mordían los labios con miedo y angustia. Yo hacía lo mismo, cuando me puse a leer el examen. Desde la primera hoja supe que yo no era capaz de aprobar este amasijo de trampas, cáscaras y retóricas burocráticas. Todo estaba armado para confundir; no para enseñar ni dialogar. Las preguntas no tenían nada que ver con la realidad del país ni mucho menos con la posibilidad de estimular la pasión por el conocimiento o por el análisis de un fenómeno. Eran preguntas bobas enmarañadas en un léxico rebuscado, arcaico.
Me ofende que se sigan utilizando las fórmulas vacías de hace treinta años, esas que dicen que todas las opciones son idiotas, excepto una que es imbécil. ¿Quién hace estos exámenes? ¿A quién le conviene preguntar de este modo? Al mecanicismo del pensar. A la monotonía del sentir. En una palabra, al embrutecimiento de las conciencias. Las preguntas son formatos, ¿por qué tratar a los seres humanos como autómatas?
Me asusté. Leí la prueba de competencia lectora. La leí a las nueve y a las tres de la tarde y me avergoncé de mí mismo, de ser profesor de una universidad en la que yo promuevo el valor de la pluralidad, del respeto a las culturas, de la necesidad de la crítica. La prueba de competencia lectora era otra vez la expresión del provincianismo paisa. Cómo puede ser que los supremos formuladores de preguntas piensen que todos los miembros de la comunidad universitaria somos y tenemos que ser paisas. Pues bien, la joya es valiosa: los textos de la mañana (tres) fueron escritos por tres paisas; los textos de la tarde (dos) por dos paisas. Y lo peor los cinco textos del mismo estilo con las mismas ideas preestablecidas son fruto de la inteligencia de cinco hombres, varones ilustres de Indias, entre los que se afirma, por ejemplo, que el ensayo es más antiguo que la poesía. Qué sorpresa, qué fruto de la innovación local. Los supremos censores formuladores de preguntas ni siquiera se dan cuenta de que están atrapados en un dispositivo cultural que los obliga a pensar como varones y como paisas. A creer que ellos son el centro del mundo y que sus ideas son más universales que las de los mismos autores europeos que tematizan. No se dan cuenta de que esta reducción del pensamiento es proporcional al descalabro de miles y miles de familias, al descalabro de un país que sigue adoleciendo de la colonización del conocimiento.
Por último, me pregunto, a quién le parece que solo se pueda hacer una prueba de lectura a partir de textos que hablan, desde un estilo trivialmente argumentativo, de los conocimientos apaisanados y masculinos que provienen del mundo europeo. A quién se le ocurrió que el ensayo (siempre malos ejemplos de ensayo, pésimamente editados, mutilados) es el único modo legítimo de leer y escribir. Dejamos de lado descaradamente el pensar femenino, el aporte afro e indígena de nuestro país, la literatura infantil y hasta las tradiciones intelectuales latinoamericanas porque nos parece que son poco adecuadas para un examen. ¿Por qué razón no es posible emplear otro tipo de textos, incluyendo los poéticos, los visuales, los interactivos si se trata de explorar el nivel de lectura que dominan los aspirantes? ¿Por qué no, si los jóvenes de hoy, más que nosotros los profesores, están super preparados y son diestros en la lectura de videos, fotografías y obras multimediales? ¿Por qué poner a leer a la comunidad sorda textos pensados por la comunidad hablante? ¿Por qué poner a leer ensayos artificiales, habiendo ensayos seductores, de factura?¿Por qué seguir pensando que las mujeres tienen que ser educadas por los hombres? No tengo miedo al decirlo: el examen de admisión es un acto inmoral, una ignominia; yo, uno de sus vigilantes, uno de sus cómplices.
Nota
Este es el espacio de opinión del Portal Universitario, destinado a columnistas que voluntariamente expresan sus posturas sobre temáticas elegidas por ellos mismos. Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de la Universidad de Antioquia.
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