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Vivir el sueño olímpico

08/02/2022
Por: Santiago Acevedo Monsalve, egresado UdeA

«... Quizás el día que Colombia gane un mundial de fútbol masculino ya todo cambie, mentalmente, creamos que nada es imposible y aprendamos a trabajar en equipo...»

Para los sociólogos, el campo deportivo excede por muchos los escenarios. Desde las diferentes teorías de la sociología del deporte, el mismo es una trama de relaciones donde intervienen varios tipos de agencias.

Las agencias más identificables son por supuesto las de personas practicantes y demás involucradas directamente, como las de los cuerpos técnicos y asistenciales. También están los aficionados espectadores y los medios de comunicación como un tipo de agencia más simbólica y discursiva, pero no menos importante, al contrario, fundamental para el prestigio. Y, uno se puede ir más allá, hasta el campo de la educación donde se inculcan valores, clasificaciones y jerarquías sociales, según región, cultura, sexo y estratificación con respecto a los deportes.

El deporte pues, para uno como analista social, es un fenómeno que abarca la propia estructura social, además de la historicidad del contexto social de lo que en la modernidad se conoce como deporte.

Como dato curioso, según Jorge Humberto Ruiz Patiño en: La política del sport y mis propias pesquisas, a principios del siglo XX ni existía la palabra deporte; no circulaba entre los hablantes expertos en el tema (periodistas deportivos), se usaba un extranjerismo: esportismo. Una frase que siempre recuerdo para aterrizar la teoría es que “las sociedades viven como juegan”, como hacen deporte. Si tienes una sociedad belicista como la estadounidense, por eso su deporte insignia parece un choque de máquinas de guerra acorazadas.

A Colombia le hace falta una ruta, en general ¿Para dónde vamos como país? Vamos, como país, por gracia de una coincidencia geográfica, recordando a Jaime Garzón. Lo mismo pasa en el deporte entendido en el antes referido concepto amplio. Ganar, sí, es bueno. Crecer económicamente también, pero nos pasa que lo hacemos y parece un fin en sí mismo, crecer por crecer como fin de la prosperidad del país. Y ahí están la desigualdad y tantos males para sumar a ese crecimiento, por ejemplo, ambientales. Quizás el día que Colombia gane un mundial de fútbol masculino ya todo cambie, mentalmente, creamos que nada es imposible y aprendamos a trabajar en equipo.

Mientras llega esa gesta salvadora, hay que abrirle espacio al deporte en toda su diversidad, igualmente que no podemos depender apenas de commodities de enclaves extractivos. Necesitamos metas de desarrollo incluyentes y sostenibles. En el deporte hay que construir esa ruta reconociendo lo que se ha logrado como colectivo y lo que se puede lograr.

En este siglo, Medellín ha tenido sus Juegos Suramericanos (2010); Barranquilla, sus Juegos Centroamericanos y del Caribe (2018); y Cali, Juegos Mundiales (2013) y, recién, Juegos Panamericanos Junior. Esos son eventos con potencial de transformación social (ej. Barcelona ’92). Pero hay que llegar a más en esa ruta y con metas definidas de manera colectiva como propósitos que sobrepasen los poderes temporales, los periodos políticos.

Un buen y mal ejemplo es nuestra ciudad. Medellín tuvo un impulso impresionante para los olímpicos juveniles de 2018, candidatura. Cambió el gobierno y se olvidó el tema, aunque se perdió por poco. De seguir firme el rumbo, quizás fuera Medellín 2030 u otra ciudad colombiana que aproveche su experiencia.

Tenemos para vivir el sueño olímpico (juvenil) y similares (Universiada), si creemos en ello y trabajamos como equipo-país.


Nota

Este es el espacio de opinión del Portal Universitario, destinado a columnistas que voluntariamente expresan sus posturas sobre temáticas elegidas por ellos mismos. Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de la Universidad de Antioquia.

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