Vivir la incertidumbre
Vivir la incertidumbre
«... Algo queda claro, no estamos a la deriva en este mar de incertidumbre, tenemos una libertad inherente al ser humano que se encuentra en nuestro yo más entrañable, la de elegir nuestra posición personal e íntima frente a lo venidero, lo fortuito, lo azaroso y, en consecuencia, frente a la incertidumbre...»
Bien nos decía Morin que tanto la vida como el conocimiento son un mar de incertidumbre con archipiélagos de seguridad, no al revés… y es que los últimos años nos han mantenido en una especial incertidumbre, desde la pandemia producto del covid-19 y los desastres naturales, hasta las guerras potenciales y la inminente crisis económica, son solo algunos eventos que nos dirigen hacia terrenos indeterminados.
Frente al devenir de los acontecimientos y la vida, la curiosidad esencial que nos invade es la de nuestro propio destino, ¿Qué nos depara el futuro? La respuesta, al menos para mí, yace en el título, en la incertidumbre, en lo azaroso, en la indeterminación de nuestras acciones y peor (o mejor) en lo indeterminado del contexto en el que estamos inmersos.
Y es que los seres humanos innegablemente estamos influidos por nuestro entorno, sea lo que sea que planeemos se encuentra permeado de eventos contingentes y estremecedores que configuran el resultado de nuestra voluntad como algo cuando menos fortuito e impredecible, de modo que poco o nada que lo que somos hoy en día, ha sido producto de nuestros intentos deliberados o voluntarios de construir un futuro.
Esta idea resulta por lo menos controversial y descabellada, pero cuando pensamos en los innumerables eventos del azar que nos condujeron al hoy, y que nos hacen mirar hacia el pasado en búsqueda de explicaciones ex post, llegamos a fallidas interpretaciones causales y lógicas de las que se deriva una importante conclusión: ni siquiera sabemos lo que no sabemos.
Las angustias anticipatorias que nos limitan y afligen, (y es que el que teme padecer, ya padece lo que teme) nacen de nuestra ignorancia fundamental sobre la incertidumbre y de la tiranía de la esperanza que nos ha obligado a vivir del futuro y de lo venidero, convirtiéndonos en, como dijo Spinoza, una sub specie aeternitatis que se explica en nuestra eterna búsqueda del bienestar y especialmente de la felicidad.
Sobre lo anterior y nuestra voluntad, algo queda claro, el conjunto de nuestras acciones deliberadas carece de un puerto determinado, de una llegada fija e inmutable, sino que se entreteje con materiales muy diversos, casualidades, fuerzas externas, elecciones e intencionalidades.
Seguramente, Gabriel García Márquez no habría ganado su premio nobel por el simple hecho accidental de no nacer en Aracataca o con el hecho de que Mercedes, su esposa, no hubiese empeñado el calentador, su secador de cabello y la batidora para completar el costo de envío de su gran obra. Así, es fortuito que sea yo el escritor de estas palabras y tú el lector, pero no es una eventualidad que haya decidido enfrentarme a estas páginas en blanco.
De modo que nada podría asegurarnos el futuro, tanto las acciones que realizamos como las que omitimos pueden llevarnos al dulce de nuestros sueños o a la angustia de nuestros miedos. A propósito, el cuento de La Muerte en Teherán nos lo demuestra al narrar que «un persa rico y poderoso paseaba un día por el jardín con uno de sus criados. Este estaba afligido y pesaroso porque acababa de ver a la muerte, que lo había amenazado. El criado suplica a su amo que le preste un caballo veloz para huir a Teherán, adonde podía llegar esa misma noche. El amo accede y el sirviente se aleja al galope. Al regresar a casa, el amo se encuentra con la muerte y le pregunta: —¿Por qué has asustado y amenazado tanto a mi criado? —No lo he amenazado. Me ha sorprendido verlo aquí, cuando tengo que encontrarme esta noche con él en Teherán —respondió la muerte».
Algo queda claro, no estamos a la deriva en este mar de incertidumbre, tenemos una libertad inherente al ser humano que se encuentra en nuestro yo más entrañable, la de elegir nuestra posición personal e íntima frente a lo venidero, lo fortuito, lo azaroso y, en consecuencia, frente a la incertidumbre.
O quizá, solo quizá… Como dijo nuestra gran maestra María Teresa Uribe citando a Bobbio, «siempre estaremos sometidos a la conciencia de lo incompleto, de lo imperfecto, de la desproporción entre los buenos propósitos y los actos. Siempre quedaremos en el punto de partida, todos los grandes interrogantes quedarán sin respuesta, y al final de cuentas, y por encima de los libros, las conferencias y las grandes disertaciones, el verdadero problema del sentido de la vida está en que la vida debe ser aceptada y vivida en su inmediatez, tal como lo hacen la mayoría de los hombres».
Esta no es una invitación a vivir la vida como si fuera el último día, pues caeríamos en el determinismo de creer con certeza que moriremos mañana, sino más bien, es un viaje iniciático a cuestionarnos la vida, la muerte y sobre todo nuestras acciones, que al menos para mí, adquieren sentido cuando las usamos para la justicia, la dignidad y el respeto.
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Referencias
Redacción Educación. (01 de enero de 2019). Murió María Teresa Uribe, reconocida académica de Antioquia. El Espectador. Recuperado de: https://www.elespectador.com/educacion/murio-maria-teresa-uribe-reconocida-academica-de-antioquia-article-831919/
Escánez, J. (03 de julio de 2010). Muerte en Teherán. Diario de Almería. Recuperado de: https://www.diariodealmeria.es/opinion/articulos/Muerte-Teheran_0_383662025.html