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De habernos visto

21/01/2025
Por: William Fredy Pérez Toro. Profesor del Instituto de Estudios Políticos de la UdeA.

«Hace meses que llegaron catorce estudiantes al aula, un año después de haber sido admitidos a la universidad. Era su primera clase. Pero solo pudimos saludarnos porque alguno de los regímenes vigentes impedía que habláramos de aquellas cosas, o de otras. El aula había sido inhabilitada».

De habernos visto en el aula, yo por lo menos habría ganado claridad. Me habría impuesto las tareas que anticipo o que me dejan las personas en ese lugar; habría pulido la información sobre tantas cosas que han ocurrido y podría haber intentado algunas explicaciones sobre los mecanismos que las mueven. Pero no nos vimos, y sin encontrarme con estas personas me resulta casi imposible ajuiciarme, explicarme, enjuiciarme. 

Yo sé que habríamos corrido el riesgo de la deformación en el aula, del disciplinamiento o de la institucionalización, ese que hace diez siglos y más corremos en esta juntura de magistrorum et scholarum tan denostada y reclamada simultáneamente, sobre todo por quienes un día tuvieron la fortuna de ser parte. Pero no nos vimos. Y nos perdimos por lo menos ese riesgo: el albur que para nuestra fe puede implicar el saber, la prueba, el contraste, la discusión libre y argumentada. Evitamos sobre todo el peligro de cambiar de opinión, un peligro que nuestro dogma ha de escamotear a toda costa, aunque el resultado solo sea entender para decir y actuar con mayor responsabilidad o con mayor probabilidad de acierto.

En realidad, se trataba solo de leer y conversar sobre dos o tres cosas. Sobre Gaza por ejemplo o sobre Ucrania. Sobre Trump, Milei, Meloni; o sobre Musk también podría haber sido. Sobre la paz total en Colombia, sobre el significado de contar por primera vez con un gobierno de signo diferente en nuestra historia; sobre las reformas de los sistemas de educación, salud y pensiones —¡por lo menos en qué diablos consistían!— y sobre la reacción de los grupos afectados por esas reformas que, a sabiendas o no, protestaron o armaron coaliciones y marchas contra ellas; sobre la situación en los territorios que padecen avanzadas, choques o conflictos armados. Sobre la memoria podríamos haber leído y debatido, sobre las víctimas y sobre las dificultades de las transiciones en sociedades con enfrentamientos bélicos vigentes. Sobre la paz, sobre la guerra, sobre la desigualdad, sobre decisiones groseramente sesgadas o extraordinariamente egoístas, sobre mecanismos perversos o estructuras excluyentes. Pero no nos vimos. 

Y sobre reglas hubiéramos hablado, sobre derecho, sobre los derechos. Sobre sistemas normativos, pluralismo jurídico, órdenes plurales... Nos hubiéramos contado tantas cosas que ocurren en el mundo, en el barrio, en la cuadra, aquí mismo en la universidad. En el derecho y en la política, en las constituciones y en los actos de gobierno, en las corporaciones y en los partidos, en las multitudes y en los clubes pudimos haber avistado enjambres extraños y terribles o procesos simples y familiares, pero que en cualquier caso dependían de nuestro saber y de nuestra acción como sujetos y como sociedad. 

Pero no nos vimos. Bueno, nos vimos algunos ya recuerdo: hace meses que llegaron catorce estudiantes al aula, un año después de haber sido admitidos a la universidad. Era su primera clase. Pero solo pudimos saludarnos porque alguno de los regímenes vigentes impedía que habláramos de aquellas cosas, o de otras. El aula había sido inhabilitada. Solo pude presentarles disculpas, pedirles que «aguanten un poco más» e invitarlos a participar de «los espacios de formación ciudadana» que esta comunidad, los estamentos, ofrecemos. Seguramente en este encuentro con quienes aún siguen esperando para venir a la UdeA, sumé lo que algunos profesores nos habituamos a sumar hace mucho tiempo: la precaución —para no ir contra la justa causa o para evitarles a los recién llegados un mal rato—, la indiferencia —cada quién a lo suyo siempre que haya nómina— y la cobardía —para defender la indisponibilidad de las libertades, por cualquier régimen, por cualquier mitad más uno o ante cualquier intimidación—. Con estudiantes de posgrado sí que nos encontramos, en clase o en las asesorías de sus trabajos de grado; pero con estudiantes de pregrado apenas hubo algún otro encuentro, casi clandestino. Era riesgoso, como ya dije, juntarnos en el aula para conversar de aquellas tres o cuatro cosas. 

Me hace ilusión pensar que hablaron sobre asuntos como esos por fuera de estos ámbitos tan institucionales de «educación para la ciudadanía». También me hace ilusión pensar que aguantarán un poco más y que no se irán o no desistirán de la universidad, aunque francamente creo que ahora mismo no podemos explicarles muy bien por qué. A lo sumo podríamos decirles para qué: para que un día de estos, con suerte, corramos juntos el fascinante riesgo de conocer, discutir, contrastar y cambiar de opinión.
 

Este contenido cuenta con traducción en Lengua de Señas Colombiana: 
 

Notas:

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