Opinión

Es frecuente escuchar decir a muchas personas del común, entre ellos estudiantes y profesores “los buenos somos más” y parecen sinceros y convencidos de ello, incluso quienes los escuchan suelen sentirse cómodos y encajar en tal expresión.

No estoy tan seguro de que los buenos seamos más, y no me refiero al resultado del ejercicio estadístico poblacional que permita discriminar la proporción de unos y otros. Lo que expreso se fundamenta en que, no creo que el mundo se divida simplemente entre “buenos o malos”, en esa intuitiva o hasta impuesta lógica binaria, como si las personas fuéramos en forma exclusiva lo uno o lo otro como nos hacen creer.

Obvio que por tranquilidad de nuestra propia conciencia y de quienes nos rodean, asumimos ser merecedores de ocupar el lugar de los buenos.

Creo que la condición de ser humano nos permite poder llegar a ser tan buenos, casi tanto, como capaces de ser malos. Y eso es lo que hace que frente a cada cosa, obremos de determinada manera, eso sí, justificando siempre nuestro actuar.

Nos encanta criticar muchas cosas en otros y con frecuencia manifestamos libremente expresiones de repudio ante ciertas actuaciones, en otras ocasiones no decimos nada pero ocultamos sentimientos de franco rechazo frente a algunas actitudes que consideramos amenazas a nuestra forma de pensar, y tan pronto volteamos en la esquina, que curiosidad, estamos actuando muy parecido a eso que habíamos criticado.

El problema no creo que sea siquiera esa inconsistencia, pues esa está asegurada en el amplio rango de posibilidades comportamentales que involucra el ser humano. El asunto que cuestiono es no tener el mínimo nivel de introspección y autocrítica, que no nos permite evidenciar que transitamos de un lugar a otro, sin ser conscientes de lo incoherentes que somos.

La autocrítica como práctica reflexiva nos permite un poco de mayor consciencia de nuestras propias limitaciones, lo que necesariamente me lleva a juzgar menos y hablar quizá en un tono más bajo.

Considerar que somos de los buenos, además suele hacernos sentir que tenemos el derecho de acabar con los malos por el hecho de pensar y ser diferentes a nosotros, los que creemos poseer la verdad. Considerarnos dueños de la verdad, cualquiera que sea, automáticamente nos impulsa a imponérsela a otros, y vaya si en nuestra comunidad académica no estamos exentos de esto, por ejemplo con conceptos como democracia, justicia, dios, educación.

Temas como religión, política o deporte nos aportan otras tantas expresiones de ello. De esa misma forma la definición del criterio para establecer lo que está bien y es permitido de lo que no lo es, a pesar de las normas sociales existentes.

Entiendo el consuelo que para algunos representa sentirse “de los buenos” y afirmar esperanzadoramente que son la mayoría, pero creo que ese pensamiento pudiera arraigar muy en el fondo una lógica discriminatoria y solapada del ideal que llevamos muy dentro de nuestro propio ser, y que obviamente excluye a otros menos agraciados.

A propósito en esta época de pandemia que estamos viviendo, los aplausos de las 8:00 p.m. para los supuestos “héroes” de la salud que son los responsables de asumir la primera línea de batalla a veces sin con qué defenderse en la intencionalmente llamada por algunos “guerra” contra el virus de moda, surgen de los mismos seres humanos que son capaces de discriminar y hasta amenazar a algún trabajador de la salud por considerarlo fuente inminente de contagio.

Vaya si es cierto que esta pandemia está sacando lo mejor y lo peor que llevamos dentro, y eso no significa que no cohabiten. La vida es mucho más que blanco o negro (léase bueno o malo), la vida son múltiples matices y colores que incluyen montones de tonos grises. Después de esto, considero que más que declarar que somos de los buenos, pudiéramos apenas reconocer que intentamos simplemente ser humanos.

Nota