Las fronteras de la academia
Las fronteras de la academia
«Mucho de lo cuestionable hoy en el mundo de lo biempensante es el lugar que los profesores asumen respecto a los procesos que acompañan, principalmente aquellos tutores/asesores/ de tesis, sobre todo en posgrados —maestrías y doctorados—. Es triste decirlo, pero pasa que algunos se convierten en verdaderos verdugos que reprueban, rechazan y "pordebajean" todo lo que sus estudiantes escriben/piensan/dicen».
Toda la vida hemos escuchado las historias de que una tesis o un trabajo final para optar a un título de grado, de maestría o de doctorado es para sufrir. Y, además, nos han dicho que estamos impregnados del deseo gregario por el sufrimiento, que nosotros mismos lo hemos elegido porque «pa’ qué nos metemos en eso». Sin embargo, ese latente estado de zozobra que se despliega como mapamundis, no es otra cosa que una heredada manía de someter al dolor y de exprimir hasta la última gota por parte de quienes imaginan, fantasean y ostentan su distinguido grado de validadores de conocimiento: más conocidos como asesores, tutores o directores.
En la madeja de la memoria de muchos se trenzan recuerdos hostiles de quienes han superado esta difícil prueba, o de quienes buscando un mejor estado de salud mental emigraron hacia la desolada pero reconfortante renuncia. Muchos de quienes lo han hecho han huido del insatisfecho estado de dolor y de decepción que supuestamente es imperioso que cause la academia y, sobre todo, la escritura académica. Como si un puñado de normas nos dijera lo que podemos o no escribir y reescribir o lo que es válido o inválido sustentar. Muchos entonces se han convertido así en criaturas de la diáspora académica, exiliados de una ruin selección de lo que es o no conocimiento.
La academia se ha convertido en una línea imaginaria que ha trazado unas fronteras que existen únicamente en el atlas de las fantasías consensuadas. Lo que sirve y lo que no sirve, lo que alguno valida porque se ha convertido a su vez en el esclavo preferido del capitalismo cognitivo. En un reproductor de un sistema —al menos en Colombia— donde el conocimiento y los títulos ya no solo cuestan dinero, sino también sudor y lágrimas. Donde se han trazado unas fronteras que solo con el pasaporte del dolor se logran cruzar. Es que parece que para resistir al viaje de lo académico nos entrenaron en el arte de respirar bajo la superficie, de resistir los embates del espanto, tal como lo dice la escritora Leila Guerreiro.
Dicen las estadísticas que solo en 2018 unas 2275 personas murieron intentando cruzar el Mediterráneo desde África hacia las costas europeas, sobre todo en España, Italia, Malta y Grecia. Cientos de pateras llenas de ilusiones para atravesar una frontera y asirse en un lugar menos hostil, sin embargo, al final resulta ser tan hostil como su patria. Asimismo, en el Mediterráneo que es la academia navegan multitud de pateras intentado cruzar para quedarse con un título; pero también, ahí en esa vastedad, el enemigo asecha, un enemigo de la misma patria y que ante esto pocos suelen llegar, a pesar de haber zarpado con la mejor tripulación.
Y no hay estadísticas para esto, muy a pesar de parecer historias en forma de fábulas, cuentos o fantasías, pues a quienes les han atiborrado su vida con estas punzantes críticas, saben que es tan real como ellos mismos y que no desean que el aura del apabullante academicismo los siga envolviendo. No se desea ese susurro que brota volando de unos labios engreídos como las aladas palabras que describía Homero. En estos escenarios quienes continúan llevan las noches en medio de plegarias libertadoras y no renunciar a este viaje es como un acto de amor y a veces una súplica por un armisticio contra los combates que tiene contra la vida académica.
Mucho de lo cuestionable hoy en el mundo de lo biempensante es el lugar que los profesores asumen respecto a los procesos que acompañan, principalmente aquellos tutores/asesores/ de tesis, sobre todo en posgrados —maestrías y doctorados—. Es triste decirlo, pero pasa que algunos se convierten en verdaderos verdugos que reprueban, rechazan y «pordebajean» todo lo que sus estudiantes escriben/piensan/dicen. Estudiantes y doctorandos frustrados, con ansiedad, con tristeza y hasta depresivos porque sienten que esos que son quienes deberían ser una luz que los guíe, no son otra cosa que una pared oscura que no les deja avanzar; verdaderos fortines que crean fronteras indeseables.
Algunos se jactan de sus títulos y de sus numerosas investigaciones para ponerse en un pedestal inalcanzable y entonces las «correcciones» que hacen a los avances de sus estudiantes no son otra cosa que misivas agresivas y llenas de petulancia. Les impiden el desarrollo libre de gran parte de sus procesos porque quieren que todo lo que escriban sea tal cual ellos lo perciben; y si no es así o hay deseo de una visión contraria, los acribillan de tal forma que cuando al fin logran acabar su carrera y sellar el pasaporte —si es que lo hacen— no quieren volver a saber nada de la academia. No quieren volver a ese cruce tortuoso de una frontera plagada de soledad que empezaba a abrirse bajo los pies y de la que de lado y lado solo existe un abismo que precipita a la frustración.
La academia no debe convertirse en una especie de poder que legitime a algunos sujetos para entorpecer un proceso de aprendizaje, ni en una frontera que controle lo que va para un lado y lo que se queda del otro. Esta debe, en contravía, posibilitar la creación de comunidades académicas en donde la nueva generación de profesionales desarrolle sus investigaciones sin el peso del rechazo de sus aportaciones. Es necesario, por supuesto, que exista un rigor en todo lo que se pretenda construir, pero esto no debe llevar a reducir las construcciones que, con inmenso sacrificio y sudor, se hacen en el mundo académico por parte de emergentes voces. La academia no debe convertirse en una frontera custodiada por agentes que esperan cada semestre un sinfín de inmigrantes donde descargar su atrocidad camuflada en medio de títulos. Basta recordar que la existencia de fronteras no significa la eliminación de lo extranjero en una patria, solo significa la creación de nuevas posibilidades para cruzar como indocumentados.
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