Matar la complacencia
Matar la complacencia
"...la película, aunque asfixiante por la tristeza de la joven que busca vengar la muerte de su padre, tiene momentos realmente destacados: la cámara lenta, su poesía, los largos planos sobre Medellín, y la tensión de principio a fin en torno a cuándo el asesino de turno va a caer bajo las mismas balas de las que tanto entiende..."
Una fila de casi dos horas no impidió que entráramos con buen ánimo al sagrado auditorio del Camilo Torres para ver la película Matar a Jesús. Su directora, Laura Mora, se disculpó por las fallas técnicas de siempre, y advirtió el tono oscuro de la versión que estaríamos a punto de ver y de juzgar. La demora y la advertencia no impidieron tampoco que el público la ovacionara como a una estrella de rock. Luego, a escasos minutos de estar embarcados en la película, ya habíamos presenciado el asesinato de un profesor universitario, y también pocos minutos después, ya la gente se carcajeaba con las ocurrencias neas del sicario de turno. Eso solo en Medellín, por supuesto, tan acostumbrados ya a su asfixiante violencia.
La mente pareciera siempre buscar maneras de adaptarse, está uno tentado a pensar. En otras palabras, y recurriendo al consolador dicho, “al mal tiempo, buena cara”. De esta manera, no estaba errada la directora al afirmar hacia el final que en Medellín terminamos siendo bastante crueles con dicho humor. Parece que, en definitiva, ya la muerte nos sacó callo.
Por otra parte, la película, aunque asfixiante por la tristeza de la joven que busca vengar la muerte de su padre, tiene momentos realmente destacados: la cámara lenta, su poesía, los largos planos sobre Medellín, y la tensión de principio a fin en torno a cuándo el asesino de turno va a caer bajo las mismas balas de las que tanto entiende.
Y en este sentido, el proceso de la narración es realmente admirable, tanto que sufre uno hacia el final para que dicho final precisamente de la película, sea digno de todo el proceso anterior. Y a fe que lo es, ya que nos deja con uno sin vencedores. O mejor, con uno donde la víctima y el victimario parecieran terminar ambos vencidos, pero con algo de aprendizaje que han adquirido durante el proceso de la narración, como suele suceder con casi cualquier relato.
De nuevo, una vez terminada la película, salió una vez más la directora, ovacionada, entre aplausos, gritos y algarabía. Y sí que se lo merecía. Porque nota uno que detrás de la belleza y la poesía de su película, laten las más interesantes reflexiones éticas. Sobre todo cuando Laura Mora afirmó cosas harto interesantes, y que ponen a pensar a cualquiera. A contracorriente de muchos que piensan que en el cine colombiano hay exceso de violencia (entre los que me contaba), dice ella, por el contrario, que lo que falta es precisamente más de este tipo de cine. Como si precisamente se exigiera más catarsis, más construcción de memoria, y mirarnos en el espejo –sin miedo– así la imagen que encontremos no nos guste. La directora nos despertó, además, sobre esa cierta narrativa complaciente, en manos digo yo de alcaldes y de promotores turísticos, que ya habla de una Medellín que pareciera haber superado sus tiempos más nefastos, y etiquetados ya como “En la época de Pablo Escobar…”.
No. Porque la violencia y la muerte están tan presentes ayer como hoy. Por eso, la película da cuenta de una Medellín en varios planos históricos y geográficos. Y por ello, también, tiene razón la directora cuando dice que un actante más de su película es Medellín. Una ciudad, que, y esto también es de mi cosecha, posee el carisma de los fastidiosos: imposible no reprocharla, y a la vez no admirarla.
Pasadas las nueve de la noche aún seguíamos absortos, esta vez escuchando a la espontánea, fresca y muy interesante directora. Y recordaba yo el fervor antes sentido en ese mismo auditorio, en ese sagrado auditorio, donde hemos tenido la oportunidad de presenciar a personajes tan monumentales como Marcel Marceau o a Fernando Vallejo, acompañado este último de sus perros, y ovacionado por ese exigente público universitario de la UdeA, que no regala nada. Porque bien puede silbar al burócrata universitario de turno, como brindar los más fuertes aplausos. Pues el turno anoche de las merecidas ovaciones fue para Laura Mora y su película Matar a Jesús. Texto fílmico que ojalá despertara a esa Medellín que ya pareciera dormir bajo la peligrosa complacencia de creer que ha superado del todo su historia violenta, y que, mirada en el espejo de la ficción, debería generar el más inmediato rechazo y la más triste vergüenza.
Nota
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