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Gaza desde mi balcón

09/05/2024
Por: Lía Isabel Alviar Ramírez. Coordinadora del Grupo de Investigación Aliados con el Planeta de la UdeA

«Hay violencia de lado y lado, solo que a una se le llama terrorismo y a la otra se le otorga el derecho a la defensa del territorio… Esos dos colibríes que visitan el ecosistemita que crío, y a veces coinciden en la misma flor, están ambos defendiendo su derecho a la alimentación, por ende su derecho a la vida. Mal haría yo en espantar a uno para privilegiar el otro, pero no piensan igual los estados secuaces del genocidio, ni la ONU. ¿Cuánta más dignidad hay que succionarle a los pueblos para que los estados comprendan que al pueblo se le deben?».

En el pequeño balcón del antiguo apartamento donde vivo he tratado de dejar evolucionar una dinámica vital de flora y entomofauna; suena pretencioso pero en realidad me esmero en criar un ecosistemita urbano. La palabra criar me encanta en todas sus acepciones; fundamentaré esta reflexión en la que la RAE enuncia así: «facilitar el nacimiento y posterior crecimiento de animales y plantas». Entonces, crio un ecosistemita en mi balcón. Aquí veo, huelo, toco... respiro la primera ley de la termodinámica: crecen las plantas, florecen y viene el colibrí a tomar néctar floral, es decir, energía para su crecimiento y reproducción: la materia se transforma…

A veces llegan dos colibríes a tomar su pócima en la misma flor, ocurre una corta escaramuza blandiendo los picos y de repente, por alguna señal colibriezca, uno desiste y busca otro lugar de abastecimiento. ¿Qué «razonamiento» harán estas criaturas que las llevan a ceder con relativa poca inversión de energía en la pelea?

El agua no podía faltar, una pequeña fuente da protagonismo al líquido vital que irriga la naturaleza y como en esta, al balcón. En ocasiones la fuente queda en reposo, ambiente especial para que las zancudas depositen sus huevecillos, desde donde luego eclosionan las larvas… Por tanto, si no queremos zancudos se debe atender su hábitat. Suelo entonces hacer una juiciosa búsqueda cada día y con una elemental pipeta succiono las larvas y las descargo en alguna matera donde sin duda mueren, pero se descomponen y nutren el suelo. Ese es el discurrir de la vida…

Después de esta rutina, voy a la mesa de trabajo para hacer un paneo al planeta y sus divisiones políticas; hoy como ayer, como anteayer, como hace un mes, un año, diez años… ¡humanidad en crisis! ¡planeta averiado! ¡Que fiasco! Miro la pipeta sobre el escritorio y conecto: el sistema que he ideado para deshacerme de las larvas y el sistema político económico que padecemos en este momento de la historia son «muuuy» similares.

Desde la óptica de la comunidad humana, las larvas son organismos que nos perjudicarán y que carecen de conciencia para reclamar su derecho a la vida; entonces, sin escrúpulo, cometo un larvicidio: decido sobre ellas y con la pipeta las saco del juego vital mandándolas a cumplir, anticipadamente, su destino de muerte y descomposición.

Benjamín Netanyahu es la cara visible de personas y de intereses económicos de minorías que están detrás de él. Como si fuera yo, pero cambiando la pipeta por armas mortales, mandan a la muerte y a la descomposición anticipada al pueblo palestino, sin escrúpulos comenten genocidio. La gente que muere tiene historia, territorio, cultura, conciencia y dignidad; esas personas disfrutan de la taxonomía animal en el género Homo y en la especie sapiens. El pueblo palestino es acunado por el mismo sol con sus bondades, por el mismo planeta con sus frutos. Una ideología y sus componendas, anclada en la propaganda lo excluye y, guerreando a fuerza de discursos y broncas, pretenden tornar objetiva su invención. En los últimos siete meses de genocidio han exterminado del pueblo palestino: más de 35 550 seres humanos contados y alrededor de 10 000 ocultos entre los escombros. Con ellos se han perdido posibilidades, logros y sueños.

El genocidio trae aparejada la destrucción. Entre muchos, presento solo dos datos para ilustrar: al momento hay 37 millones de toneladas de escombros en Gaza y 800 000 toneladas de asbesto… Más desorden para el engranaje vital del planeta, por tanto, desplante humano a la segunda ley de la termodinámica. En otras palabras, Netanyahu y su camarilla ascienden sin escrúpulo del genocidio al ecocidio.

Uno de los versos del poema Lamentación de octubre, del poeta Porfirio Barba Jacob, viene como anillo al dedo: «Yo no sabía que el azul mañana es vago espectro del brumoso ayer»… y no porque precisamente fuera el 7 de octubre del 2023 el inicio de otro brote evidente e inocultable de exterminio, sino porque pone sobre la mesa cuán importantes son las decisiones del pasado en las vivencias del presente.

Parece enrevesado que se encaje en el territorio del pueblo palestino que tiene historia, cultura, conciencia y dignidad otro pueblo, el israelita que, cohesionado en torno a su historia, su cultura, su conciencia y su dignidad, había caminado buena parte de la existencia sin anclar en un territorio. Desde finales del siglo XIX se empezó cocinar la idea del Estado de Israel; en 1947 fue aprobado el plan que partía el territorio palestino, en 1948 se declaró el Estado de Israel y en 1949 logró el estatus de Estado Miembro de la Organización de las Naciones Unidas, en tanto a Palestina, que hasta el 2012 tenía el estatus de Entidad Observadora, pasó a constituirse Estado Observador no Miembro.

Es una obviedad que tardar más de siete décadas en negociar los términos para lograr la convivencia de dos estados en el mismo territorio, sumado al disimulo con el que se tratan los desmadres de las autoridades del Estado de Israel, desencadene la rebeldía, porque para muchas personas y sus pueblos ser exterminados no es opción. También es una obviedad que la empatía de otras personas y comunidades mina las acciones brutales con las cuales por algún tiempo lograron intimidar. Rachel Corrie, activista del Movimiento Internacional de Solidaridad, perdió la vida en Gaza, año 2003, al ser aplastada por un buldócer israelí cuando trataba de impedir que demolieran casas de familias palestinas…

Sin duda, hay violencia de lado y lado, solo que a una se le llama terrorismo y a la otra se le otorga el derecho a la defensa del territorio… Esos dos colibríes que visitan el ecosistemita que crío, y a veces coinciden en la misma flor, están ambos defendiendo su derecho a la alimentación, por ende su derecho a la vida. Mal haría yo en espantar a uno para privilegiar el otro, pero no piensan igual los estados secuaces del genocidio, ni la ONU. ¿Cuánta más dignidad hay que succionarle a los pueblos para que los estados comprendan que al pueblo se le deben?

Cae la tarde... Con el ánimo arrugado vuelvo a sumergirme en el balcón.
 


Notas:

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