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Sectarismo de ideologías: divididos… vencidos

27/11/2024
Por: Luis Miguel Ramírez Aristeguieta. Profesor de la Facultad de Odontología de la UdeA.

«A lo largo de la historia, las ideologías han enfrentado el desafío de unificar sus múltiples voces bajo una sola causa. Si bien la pluralidad de pensamientos enriquece cualquier movimiento, esa diversidad es una debilidad que le impide consolidar un frente unido. Mientras la derecha se muestra más pragmática y cohesionada, con solidaridad de cuerpo, la izquierda se fragmenta, atrapada en un ciclo de debates internos que la llevan a la derrota. El miedo a lo desconocido y el instinto de supervivencia han llevado a las personas a agruparse en comunidades cerradas desde las primeras civilizaciones, como un refugio frente a la incertidumbre y las inseguridades colectivas».

Debo dejar claro, antes de iniciar, que no creo en ninguna ideología. Tampoco me roza el cultismo a personalidad alguna. Esta aclaración busca aislarme de señalamientos poco productivos, ya que no sigo a nadie; quizás porque no creo que alguien a la cabeza de una ideología pueda solucionar el complejo vertedero en que el mundo entero se ha convertido y que los autodenominados «lideres» no paran de manosear. Habiendo dicho esto, mi intención es analizar lo que pondero desde un enfoque humanista de progreso social, en lo que sí creo. 

A lo largo de la historia, las ideologías han enfrentado el desafío de unificar sus múltiples voces bajo una sola causa. Si bien la pluralidad de pensamientos enriquece cualquier movimiento, esa diversidad es una debilidad que le impide consolidar un frente unido. Mientras la derecha se muestra más pragmática y cohesionada, con solidaridad de cuerpo, la izquierda se fragmenta, atrapada en un ciclo de debates internos que la llevan a la derrota. El miedo a lo desconocido y el instinto de supervivencia han llevado a las personas a agruparse en comunidades cerradas desde las primeras civilizaciones, como un refugio frente a la incertidumbre y las inseguridades colectivas. Toda persona anhela pertenencia y propósito y agruparse de «otros diferentes» conviene, cuando piensan o representan una amenaza a su statu quo. Este sectarismo perpetúa la desconfianza, produce dogmas inquebrantables, no permite la autocrítica y el diálogo abierto, anula el pensamiento crítico al exigir fidelidad, reprime la innovación, la diversidad y el progreso, dejando a las sociedades atrapadas en una burbuja de conformismo. Lo peor es que éste se disfraza de lucha por la justicia, la libertad o la verdad absoluta, cuando lo que genera es una pérdida de identidad y de estabilidad emocional, creciendo en una red de dependencias mutuas que se entienden como poder, pero un poder bajo cerradura. Quien tiene la llave de esta aldaba doctrinaria refuerza su liderazgo. En esencia, el sectarismo es un mecanismo de control y manipulación. Y no solo se observa en el ámbito político, igualmente en el religioso, social o incluso en el entorno cultural y académico.

La división es una trampa histórica que, si no se logra comprender, reincidirá. La izquierda ha sucumbido repetidamente a divisiones. Estas disensiones debilitan su capacidad de acción y desilusionan a seguidores, fragmentando la unidad en muchos grupúsculos que carecen de masa, para enfrentarse a una derecha —algunas veces—, en orden y coordinada. «Divide y vencerás» —Napoleón— cobra vida en el seno de cualquier ideología dividida, como una profecía. Tanto la izquierda como la derecha han experimentado divisiones internas, aunque tienden a ser más visibles y profundas en la izquierda y muy violentas en ambas. En la Unión Soviética, el enfrentamiento ideológico dividió al partido comunista, situación resuelta con purgas. En la China de Mao, la revolución cultural afectó a millones y llevó al país a una crisis social y económica con similares purgas. En un contexto contemporáneo, movimientos como el MAS en Bolivia, han enfrentado divisiones por diferencias que han llevado a fracturas en un frente unido, mientras la derecha ha logrado cohesionarse en bloques más homogéneos cuando se trata de recuperar o conservar el poder. 

La derecha apoyada por violencia y represión superó las divisiones internas en oposición. Hitler consolidó el poder eliminando las divisiones —la noche de los cuchillos largos—. Hoy en Alemania, el partido de ultraderecha AfD logra una la victoria con cohesión. Igual unión de extrema derecha en Países Bajos, Hungría, Austria, Suecia, Finlandia, Italia y España ha capitalizado su descontento cohesionándose aunque aún no logran la mayoría en el Parlamento Europeo limitando, por ahora, su alcance. En América Latina, la coalición que llevó a Allende al poder unió fuerzas, pero las tensiones internas, sumadas a la presión externa y la obediente unión de derecha, contribuyeron al golpe militar.  

Otros ejemplos históricos de división de la derecha que también ha conocido esta perjudicial atomización: Franco tuvo tensiones entre falangistas radicales y monárquicos conservadores, pero aprovechó la situación para mantener su control político. En EEUU, el movimiento conservador también ha tenido divisiones sobre políticas intervencionistas, economía y derechos. Mussolini enfrentó tensiones internas con elementos nacionalistas radicales y facciones promonárquicas, mientras que dictaduras como la de Pinochet sufrieron divisiones entre militares y sectores civiles de derecha. Similitudes de cohesión fallida de derecha se perciben en la peor versión de la izquierda en Nicaragua, Cuba y Venezuela. 

La ironía es que cualquier ideología, que clama por la unidad y la igualdad, cae a menudo en la polarización y el sectarismo. Se tornan en pequeños feudos que compiten entre sí. Esto resulta en un fraccionamiento que le da ventaja a la oposición, cuya uniformidad le permite actuar sin perder el foco. El oportunismo se suma entre los extremos: El «centro» político, este que se acusa de fluctuante y pantanoso, que divide el respaldo en momentos cruciales y se muda convenientemente. Estos, que van al vaivén de cualquier idea que permita su transfuguismo utilitario y acomodaticio, son los más destructivos de la unidad de cuerpo. En las encuestas los denominan los indecisos  o tibios y en la política saben esperar pacientemente, tomando colores y formas ecológicas o una ancestría conveniente. Ya instalados, desprecian con descarada aporofobia, racismo y crueldad que revictimiza. Indiferente a quien llegue al poder, al final se cobijan bajo su sombra, mudando sus «valores y principios» sin aflicción alguna. 

Encontrar un centro, pero de gravedad, que signifique unión y respeto a la diferencia, sin generar animosidades y desconfianzas, es clave. Esto permitiría canalizar diferencias hacia un propósito común. La verdadera fuerza de un movimiento no reside en la uniformidad absoluta o doctrina, salvo que sus partes carezcan de criterios y principios, si bien la obediencia se logra a expensas de una variedad ideológica más restringida. Entonces, convertir los debates internos en motor para una acción unificada se convierte en un reto, en el que las diferencias no son enemigas, sino parte de la estructura. La analogía familiar es útil aquí: aunque heterogénea, sigue siendo familia. 

La fragmentación de ideas tiene un costo en el progreso social: amenaza avances logrados hacia la comprensión y la protección del contrato social —libertad, inclusión, empatía, humanismo, derechos, reformas, protección del campo, sostenibilidad, transición energética, deflación y estabilidad económica, salud pública universal, y otros avances—. No hablo de paz, porque no creo que los humanos y sus atavismos lo permitan; sin embargo, algo como un esbozo de justicia social y un bienestar común, creo son posibles. 

Entonces, en tiempos donde la cohesión es vital y si se pretende evitar el papel de la fractura interna, hay que comprometerse a un diálogo saludable que privilegie la acción sobre el debate constante. El reto para movimientos ideológicos es asumir esta responsabilidad de unidad o enfrentar el riesgo de caer divididos y vencidos. Reconozco que me es difícil comprender a seguidores de un ultra conservadurismo patriotero y obediente por lo que esto significa: cultismo, patriarcalismo, división, represión, control, censura, exclusión, adoctrinamiento y obediencia, xenofobia, nacionalismo, intolerancia, esclavitud, extractivismo, medios deformando la verdad. No menciono el sectarismo o el clientelismo porque de esa enfermedad están contaminadas todas las ideologías. 

Plus 1: Las disfunciones internas y vergonzosos reversazos se ven en cualquier ideología que al final sacrifica sus principios fundamentales. 

Plus 2: ¿Unifica la ideología respaldada por fuerzas militares, imponiendo miedo y temor? o ¿unifica y legitima la participación de esta fuerza en acciones de reconstrucción, obras y asistencia, alimentando confianza, pertenencia y gratitud?
 


Notas:

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