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Las recurrentes crisis de la Universidad de Antioquia y de las instituciones

25/07/2024
Por: Rafael Rubiano Muñoz. Profesor de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la UdeA

«Dubet se centra en la crisis escolar como expresión de una crisis general de las sociedades. Si desde los primigenios años hay una crisis educativa, quiere decir, de autoridad, de normas, de sentido y de moralidad, no se debe esperar —ni suponer— que esa profunda crisis se remedie con el tiempo al avanzar el progreso educativo de los futuros ciudadanos. Es esta crisis de sentido la que ha generado ruina y decadencia de las instituciones, en términos comparativos, es la que ha carcomido la UdeA, y que se intensificó desde el cambio de siglo y se precipitó con la pandemia».

Uno de los sociólogos contemporáneos más destacados de los últimos tiempos, revitalizador de la obra de Emile Durkheim, Françoise Dubet(1) ha dedicado su docencia y sus investigaciones a analizar el declive de las instituciones en el mundo global. Enmarcado en una teoría de las formas de socialización, la obra de este sociólogo francés invita a reflexionar sobre la crisis de la sociedad y a través de la lectura de sus libros se pueden hallar algunas explicaciones comprensivas para entender la crisis actual de la UdeA y de paso de las instituciones sociales. A la luz de los variados análisis que emplea, en algunas de sus obras Dubet señala que según sea la intensidad de la crisis en las instituciones escolares —primaria, secundaria o superior— es notable y se pueden percibir las raíces profundas de las crisis de la sociedad global, ¿Qué formas de sociabilidad están produciendo la crisis de las instituciones educativas?, desde las más primarias y básicas a las superiores, complementaríamos en correspondencia con Dubet para nuestro país.

El interés del autor por lo educativo como una de las formas de socialización esencial de las sociedades evidencia su agudo lente analítico porque del análisis de cómo se construyen los lazos o vínculos en el proceso educativo, quiere decir, en el trabajo sobre los otros, es que se alcanza a percibir la ruina o la decadencia, el auge y la prosperidad de las instituciones. Es evidente cómo en la sociedad global, ese trabajo sobre los otros, que demandaba una vocación —quiere decir una ética y una fe esperanzadora— se ha convertido en un medio, no en fin, en una «herramienta social, contraria a lo intelectual» diría Max Horkheimer, cuya utilidad no es las expectativas sino resultados inmediatos, la cualificación se rinde a la cuantificación, y no hay consenso ni mediaciones entre estas formas de construir sujetos, ciudadanos o profesionales.

El autor explica que en la transición de la modernidad a la sociedad global se ha generalizado una crisis de sentido que es entendible en la variedad de conflictos irresueltos que emergen diariamente y que ocasionan un choque explosivo entre la experiencia y las normas; la moral y las acciones personales y públicas; el pensamiento y la acción individual y política; el discurso y la elocuencia en relación con el estudio y la lectura, entre muchos más. El más evidente de la crisis de sentido tiene relación con el lenguaje, el pensamiento y la acción en la vida privada y pública. 

Una cosa es lo que se dice y otra muy diferente lo que se practica. La crisis ética de la coherencia y de la concordancia entre lo que decimos y pensamos se ha agudizado a tal punto que el orden social se ha atomizado a un nivel tal que lo que aparenta ser racional se torne en irracional y lo que es tomado como irracional se vuelve lógico y aceptable. Desde las experiencias más básicas de lo educativo a las más altas esferas del conocimiento social se ha percibido la dictadura de los roles de los posicionamientos, realizar un trabajo sobre los otros (socialización) está más supeditado al rendimiento y a las utilidades que a las valoraciones, vocaciones y expectativas, a resultados inmediatos numéricos —cuánticos— que a la cualificación en el sentido de weltanschauung —visión del mundo—. 

Dubet se centra en la crisis escolar como expresión de una crisis general de las sociedades. Si desde los primigenios años hay una crisis educativa, quiere decir, de autoridad, de normas, de sentido y de moralidad, no se debe esperar —ni suponer— que esa profunda crisis se remedie con el tiempo al avanzar el progreso educativo de los futuros ciudadanos. Es esta crisis de sentido la que ha generado ruina y decadencia de las instituciones, en términos comparativos, es la que ha carcomido la UdeA, y que se intensificó desde el cambio de siglo y se precipitó con la pandemia. 

Crisis de sentido por un proceso de transición generacional y por la poca o nula formación que existe en el diálogo ciencia, administración pública y cultura política. Ningún estamento de la Universidad, de arriba abajo, ha podido con el tiempo saber sortear los conflictos externos e internos de la UdeA en relación a construir ciencias —sociales y naturales—, a poder administrar —desde lo burocrático y legal— a saber discutir y polemizar —los usos de la elocuencia y su impacto en lo privado y público—.

Se cae o se deriva en el mar tormentoso de los extremos y en una incapacidad desde la Rectoría hasta de la labor docente para sortear los dilemas y disyuntivas de hoy de esa crisis de sentido. Por el contrario, se ha agudizado más a través de una polarización que, atizada por los conflictos, se reduce a una especie de atomismo donde se impone lo ilegal con lo poco legal que se puede aplicar en la UdeA; lo privado frente a lo público —o lo que es lo mismo lo grupal aplasta a lo individual—; el autoritarismo al revés —en el sentido de imponer por la fuerza o la violencia ciertas ideas que aseguran son progresistas sin serlo al llevarlas a la práctica—, y un libertinaje —no libertad— sin restricciones y límites que raya en un relativismo delirante y vaciado de carácter ilustrado o emancipador.

Para quienes hemos vivido la Universidad por más de tres décadas y siendo infidente, allegados, personas cercanas y colegas, incluso alumnos que estudiaron en la UdeA y trabajan en otras instituciones educativas, me han expresado lo decadente, arruinado y lo visiblemente deteriorado en que se encuentra nuestra Universidad. Les he aducido que más allá de la decadencia visible de la Alma Máter es importante explorar la reflexión en un contexto más amplio y más universal y por ello la figura del sociólogo Dubet es pertinente, no necesariamente el único y el exclusivo. Esta crisis de sentido de la UdeA es manifiesta en todos los estamentos, y su carácter más evidente de cómo hace mella y viene arruinando la institución es en la incoherencia y en la incapacidad de suturar lo que se habla y lo que se imagina, lo que se piensa y hace, lo que se anhela y se practica, que debería ser vertido con cierto sentido común en los planes de desarrollo, en los PEI, en los informes de acreditación —que son una farsa publicitaria como se los emplean—, en los planes de estudio, en los pénsum y en los programas de los cursos, pero fundamentalmente en los tratos diarios y cotidianos.

Sin respeto, ni autoridad, sin normas claras y transparentes, sin límites a la libertad, Dubet como otros sociólogos han examinado y valorado la decadencia y la insolvencia, la ruina y agonía de las instituciones. Si ciertos principios y valores, referentes y sentidos se derruyen las instituciones decaen, como viene hace décadas en caída libre la UdeA. Las relaciones entre libertad y autoridad que desde Durkheim, Weber, Parsons, la Escuela de Frankfurt hasta hoy en Dubet, L. Mumford y R. Sennett constituyen el horizonte de reflexión para las ciencias sociales —derecho, antropología, ciencia política, sociología, psicología, trabajo social— son ineludibles, inevitables en la formación para la enseñanza y para el aprendizaje ya no se estudian, porque lo aparentemente primordial es el conflicto, las guerras, las violencias, las víctimas y los victimarios, lo decolonial y poscolonial —refugio de demagogos y profetas, estafetas que hacen de la receta de las epistemologías del sur su caballito de batalla como mercenarios intelectuales—.

¿Quién con ética y responsabilidad construirá una agenda sólida y consistente con temas profundos que inviten a reflexionar y analizar la actual y las recurrentes crisis de la UdeA? Hans Lipps filósofo alemán planteó que en la pregunta —en la pregunta bien construida— están las claves de las respuestas, las oportunas y las adecuadas. Ahora, es cierto que las afugias inmediatas de la Universidad hay que resolverlas —financieras, programáticas, académicas, espaciales—, pero resueltas no van a poder superar ni menos resolver las profundísimas grietas, las fisuras y las más inalterables ruinas y decadencias que vienen acumulándose en la Alma Máter por décadas porque tiene relación con la mirada, con el modo de ser, de pensar y de actuar de un encuadre generacional heterogéneo y amorfo que ha cambiado desde lo comienzos del siglo XXI y que es notorio en todos los estamentos de la Universidad.

Ahora bien, las crisis según se deduce de Dubet son consustanciales a las instituciones educativas, en el sentido positivo porque estimulan en sus actores una capacidad de crítica y autocrítica, de su rol y papel en el ambiente de desenvolvimiento de las instituciones. De otro lado, las crisis, antes que estancar y derruir, antes que arruinar —se supone— generan empatías, formas de solidaridad, proyectos comunes, en especial, incentiva el cambio, fortalece la vitalidad, la innovación, la creatividad y en especial alienta la emulación que es la base de la enseñanza y del aprendizaje moderno —no antimoderno y decolonial como se quiere imponer de manera torcida por ciertos falsos profetas de la libertad, simples demagogos— como formas de sociabilidad según las bases sociales, mentales, intelectuales y culturales de la sociedad. 

En la hora actual, las recurrentes crisis de la UdeA antes que revitalizar minan, antes que generar una mirada amplia, prospectiva, halagadora y esperanzada, enceguecen. Por el contrario vivimos una Universidad que anima al fanatismo, a la idolatría que raya en el delirio, empobreciendo más que enriqueciendo, ya que, por el contrario, los límites a la libertad y los referentes de autoridad de la institución hace décadas desaparecieron y en esa «No Mans Land» triunfan y tienen éxito los oportunistas, los pragmatistas, los voluntaristas y los extremistas quienes se aprovechan de dichas crisis sin vergüenza de los efectos y consecuencias que genera. Lo que hoy vive la UdeA como crisis financiera es la esquina —no punta— de un iceberg que hace por lo menos dos décadas se viene derrumbando sin que ningún sector ni actor —externo ni interno— tenga la capacidad menos aún la visión e incluso la decisión de afrontarlo. 

Este acumulado de Lassaiz Passer y Laissez Faire mal entendido y aplicado, de la Universidad sin resortes de sensatez en los reclamos, en las demandas ni en las luchas que si bien son respetables y admisibles, no necesariamente cuentan con la coherencia en el pensar y el hacer —clave de todo pensamiento kantiano o marxista como diría Oskar Negt— ha conducido al declive de la UdeA y en general es lo que ha guiado la ruina de las instituciones, lo que ha llevado al arrasamiento de una mentalidad de mercado —competencia y especulación, no vocación— y a la privatización, por ende a la fragmentación de lo público, a la destrucción del espacio y de la vida pública de la UdeA.

Redirigir el pensamiento y la acción y reconstruir el diálogo ciencia, administración y cultura política ha de ser, una parte de la solución. Así mismo reconstruir una agenda con los temas esenciales de la Universidad, un espacio de reflexión sobre su hacer y quehacer, temas como la libertad y la autoridad, serían esenciales para recomponer la crisis de sentido que hoy carcome nuestra institución; además que imprescindible formación social y política de arriba abajo, en todos los estamentos, valga decir entonces, puede que hayan sabios momentáneos capaces de sortear la crisis de la Universidad, pero pensarla ahora y en el futuro requiere formar sus estamentos —esos cambios generacionales ni se han pensado ni se han reflexionado— eso se logra con una dirección intelectual, cultural y espiritual de la mano de lo administrativo y lo burocrático, remprender entonces el diálogo, cuantificación y cualificación, de lo contrario «nos seguirán conquistando el desierto y la maleza».

Referencia: 
1. Françoise Dubet. El declive de la institución. Profesiones, sujetos e individuos en la modernidad. Madrid: Gedisa. 2013.


Notas:

1. Este es el espacio de opinión del Portal Universitario, destinado a columnistas que voluntariamente expresan sus posturas sobre temáticas elegidas por ellos mismos. Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de la Universidad de Antioquia.

2. Si desea participar en este espacio, envíe sus opiniones y/o reflexiones sobre cualquier tema de actualidad al correo columnasdeopinion@udea.edu.co. Revise previamente los Lineamientos para la postulación de columnas de opinión. 

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