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¿Es lamentable el ascenso de Petro a la presidencia?

17/05/2024
Por: Julián Palacios Galeano. Estudiante del pregrao en Ciencias Políticas de la UdeA.

«Petro como personaje es un discurso en sí, pues motiva a grupos y en especial a grupos guerrilleros a firmar un acuerdo de paz —y desmotiva al mismo tiempo a posibles grupos a alzarse en armas—. Es obvio: no todos van a dejar las armas, pero sí hay un incentivo; lo que era imposible en otrora, ahora es posible: estar en el gobierno y en la vida civil por vías constitucionales y ciudadanas, sentirse representados, tener voz y voto».

A pocos meses de cumplir dos años en la presidencia, el gobierno de Gustavo Petro de nuevo se enfrenta a manifestaciones de un sector político que pocas veces se moviliza en las calles, pero que en su gobierno lo están haciendo en oposición a su gestión, sus reformas, administración y su pasado guerrillero. Son ellos quienes lamentan el ascenso de Petro al poder, pero, por el contrario, hay quienes no lamentamos la llegada de Gustavo Petro a la presidencia.

En primera instancia, cabe resaltar que no me enfocaré en las acciones, gestión, y administración del gobierno Petro durante sus casi dos años de mandato, y tampoco lo haré en los escándalos, ya sean de corrupción o sobre su familia, pues no es de mi interés abordar estos debates en esta columna, por el contrario, argumentaré lo que Gustavo Petro simboliza y representa como personaje para los procesos de paz y las instituciones democráticas. 

Es ampliamente conocido que el presidente actual hizo parte del M-19, grupo guerrillero que tuvo su origen a mediados de los años 70. Entre sus hitos fundamentales el grupo reclamaba una democracia verdaderamente participativa, justicia social e instituciones más transparentes. 20 años después, se convierte en el primer grupo guerrillero en firmar un acuerdo de paz. El acuerdo incluía la entrega de armas y el reconocimiento del derecho a la participación política de los excombatientes. 

Efectuada la firma del acuerdo, el M-19 pasó de ser un grupo guerrillero a ser un movimiento político legal. Gustavo Petro fue uno de los cofundadores, es decir, un guerrillero —ya sabemos qué conlleva este pronombre: cargar con 70 años de conflicto y todo lo que ello implica— que se reintegró a la vida civil convirtiéndose en un actor político, llevando a cabo la lucha ya no desde las armas sino desde las instancias institucionales del Estado, ocupando puestos importantes por voto popular: en la Cámara de Representantes, también fue senador, alcalde y, finalmente, electo presidente en el 2022. 

El hecho de que una figura como Gustavo Petro haya alcanzado estos niveles, demuestra que los acuerdos pactados en los procesos de paz se hacen posibles, el Estado es garante de las promesas y del derecho a la participación política. Es preciso señalar entonces que por vías ciudadanas se puede, que los procesos de paz conceden el verdadero reconocimiento ciudadano. La imagen de Petro legítima los acuerdos de paz, la reconstrucción y la negociación. 

Petro como personaje es un discurso en sí, pues motiva a grupos y en especial a grupos guerrilleros a firmar un acuerdo de paz —y desmotiva al mismo tiempo a posibles grupos a alzarse en armas—. Es obvio: no todos van a dejar las armas, pero sí hay un incentivo; lo que era imposible en otrora, ahora es posible: estar en el gobierno y en la vida civil por vías constitucionales y ciudadanas, sentirse representados, tener voz y voto, proponer y oponerse con el respeto de sus derechos.

Ahora bien, lo anterior me remite a mi segundo argumento: la confianza en las instituciones. Que haya ganado la presidencia un personaje con un historial guerrillero y abiertamente de izquierda, es un triunfo para la democracia. Habrá que recordarle a aquellos que lamentan su ascenso, que en Colombia son las élites políticas y económicas quienes ponen presidente, o familias oligarcas como los Santos, los Lleras, los Valencia, y los Pastrana.

Durante su campaña política en 2022, Petro tuvo como oposición a grandes empresas, élites políticas y grupos paramilitares que tienen gran influencia en el sistema político del país. De hecho, el presidente del momento hacía parte del Centro Democrático, principal partido que se oponía a su elección. Un contexto así, se presta para intervenir intencionalmente en el sistema y truncar su triunfo. No sería sorpresa para nadie que Petro hubiera salido perdedor, sin embargo, pasó todo lo contrario, resultó electo.  

La transparencia y eficacia del sistema electoral, la seguridad en el territorio nacional, sin olvidar la veeduría ciudadana e internacional, fueron fundamentales y garantes de unas elecciones limpias, en las cuales primó la voz del pueblo, no las maquinarias políticas y los beneficios particulares. El triunfo de Petro devuelve la confianza en las instituciones democráticas, instituciones libres, que por años fueron cooptadas por elites políticas y grupos armados, demostrando que sí son funcionales, que responden a la constitución y que respetan la decisión de miles de colombianos.

No busco defender a Petro ni a su gobierno, mi postura política se inclina hacia la paz y la democracia, fácilmente esta columna la podría ilustrar con otros personajes: Navarro Wolff, Rodrigo Londoño alias «Timochenko», Julián Conrado o el más reciente caso del exguerrillero de las Farc. Armel Caracas, que en las últimas elecciones fue elegido alcalde de Cumaribo, en Vichada. Sin embargo, me surgen algunas dudas ¿Personifica Petro la paz y la democracia? ¿Personifica Petro la evolución de un pueblo? o ¿Personifica un pueblo revolucionario, combativo, que pide a tientas instituciones más democráticas? 

Ojalá y en las próximas elecciones reine de nuevo la democracia y sus instituciones, y sea el pueblo quien dictamine el camino del país.
 


Notas:

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