Son varias las vertientes de la educación, pero ¿cuál es el fin en el país?
Son varias las vertientes de la educación, pero ¿cuál es el fin en el país?
«... Educar para la vida, para el trabajo desde una visión crítica—filosófica, debe partir de que no somos mera agrupación de átomos, sino que, por el contrario, estamos destinados a valorar la existencia desde diversos ámbitos en busca de la igualdad, la equidad, las relaciones interpersonales, la no violencia...»
Si Johann Sebastián Bach no hubiese nacido en Sajonia, sino que, por el contrario, su natalicio hubiese sido en el Congo, concierto de Brandenburgo no haría parte de su gran repertorio musical posiblemente. Algunas de estas palabras hacen parte del libro El valor de educar del filósofo español Fernando Savater y con las que pretendo abrir el debate que concierne a los eruditos, ricos, pobres, católicos, minorías y mayorías sobre el fin de la educación, situando el discurso en nuestra amada e inconsistente patria.
Reflexionaremos sobre tres momentos particulares y definitorios que trifurcan el sendero educativo
Se ha mencionado el término “educación para la vida” en incontables escenarios, desde un punto de vista protagónico que trasciende la realidad al límite de la ficción. Las ciencias sapienciales: Confusionismo, taoísmo y budismo enfocan su esfuerzo en torno a este ideal, una educación que sobrepase la compasión familiar a un nivel de cooperación social desinteresada.
Kung-Futsu más conocido como Confucio, por ejemplo, considera que la familia es un gran estado donde prevalece la racionalidad del bien común en busca de la armonía social—no recíproca, eliminando cualquier rasgo definitorio de exclusión.
En el texto El código educativo de Confucio se hace una contraparte a este planteamiento que nace desde mi endeble conocimiento compartir para romper el aforismo que no pretendo establecer en lo absoluto en ninguno de los presentes enunciados, sino que, por el contrario, abre las puertas del segundo fin de la educación: educar desde la crítica filosófica, y posteriormente para el trabajo.
Las ideas de Confucio no son “compartidas por las doctrinas europeístas u occidentales actuales, porque según estas se limitan los logros personales, la individualidad, la competencia” (López, C, 2016, p.17), frase que arma el estropeado rompecabezas de nuestro invaluable sistema educativo, y a su vez contradictorio.
Los discursos escueleros aúllan como una manada de lobos, atendiendo al orden en medio del caos. Frases que resuenan al unísono en un sistema educativo desde sus federaciones de iglesias: “trabaja cooperativamente, no busquen el bien individual sino el colectivo, ama a tu prójimo, este año estás en la obligación de obtener un puntaje promisorio, cuida el medio ambiente, estudia para ser alguien en la vida", desde un lenguaje individual. ¿acaso no es nada sino se hace parte de un sistema educativo que ha perdido el horizonte? Mis padres, tan sólo terminaron la primaria, pero a pesar de eso, construyeron un núcleo familiar sólido, basado en principio éticos y morales, y por qué no filosóficos.
Estos discursos, emanados de la razón, apuntan a un fin particular de la educación: trabajo por competencias, encausando al “individuo” palabra bien escudriñada por el Indio Rómulo en su afamado poema el gran insulto, a la realización y empoderamiento individual.
¿Se educa para competir por las necesidades de una sociedad, o por las exigencias de un sistema capitalista que limita a un fin en particular las necesidades de la mayoría?
Considero ambiguo el concepto de competencia planteado en diversas esferas educativas. La felicidad bien sería uno de los principales dolores de cabeza del sistema educativo en Colombia. Lipovetsky en La felicidad paradójica afirma: “Lo que ahora sostiene la dinámica consumista es la búsqueda de la felicidad privada" (Lipovetsky, 2007, p. 38).
Unos niños, niñas y adolescentes felices probablemente eliminarían o al menos reducirían problemáticas desinteresadas como las siguientes: “Durante los últimos años, la población escolar en las instituciones educativas oficiales de la capital santandereana ha venido en descenso”, “Aunque “depresión sonriente” no es un término técnico que usen los psicólogos, desde luego es posible estar deprimido y conseguir ocultar los síntomas con éxito”, “Por años nos creímos el cuento que éramos una de las naciones más felices del mundo”, y mejor aún no serían puestos al servicio de un sistema per cápita, que camina en sentido contrario a las competencias que construyen sociedades equitativamente sostenibles.
Considero que la educación debe encausarse a un famoso augurio propuesto por el filósofo alemán Emanuel Kant “Sapere Aude” ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento!, donde no basta el conocimiento, si este no destraba el yugo de la dependencia.
Se ha direccionado la educación a la terminología utilizada por Bauman en el texto Amor líquido: “En un juego de supervivencia, la confianza, la compasión y la clemencia […] son suicidas” (Bauman, 2008, p. 118).
No se educa para la compasión, se educa para la humillación; no se educa para la confianza, se educa para estar a la defensiva, y más aún se educa una humanidad sin humanidades, en palabras de Sabater. La educación se ha convertido en una monstruosidad por la desigualdad que desarrolla.
Las humanidades apuntan a la capacidad crítica, a enaltecer el espíritu investigativo fuera del dogmatismo, a aprehender los aprendido, a buscar un ideal colectivo, a ser felices, a cualificar las necesidades y no a cuantificarlas.
El éxito de la educación no se mide en las editoriales, en publicaciones de Science o Dialnet, en las horas cátedra, en las tesis de investigación que enaltecen a unos y humillan a otros, en las inversiones malogradas. La educación debe orientar diversos fines, uno no excluye al otro se deben complementar salir de la minoría de edad, y medirse en términos de eficiencia y eficacia colectiva.
Educar para la vida, para el trabajo desde una visión crítica—filosófica, debe partir de que no somos mera agrupación de átomos, sino que, por el contrario, estamos destinados a valorar la existencia desde diversos ámbitos en busca de la igualdad, la equidad, las relaciones interpersonales, la no violencia. Enfocar la competencia no sólo al tecnicismo académico, sino a una educación desde la cuna hasta la tumba, Márquez.
Es mi más firme propósito que el presente texto augure grandes interrogantes, para repuestas insostenibles basta mirar la hegemonía educativa de nuestras aulas.
Se tiene de seguro: Bach, Confucio, Kafka, Poe, Montaigne, Kant, Sabater en todas nuestras aulas, pero los hemos hecho prisioneros de un pensamiento ortodoxo, ensimismado, donde brillamos por la ausencia del otro.
Culmino con una frase de Michel de Montaigne en el ensayo dedicado a la instrucción de los niños que alude Sabater: “Es un gran error pintar la filosofía como algo inaccesible a los niños, dotada de un rostros ceñudo, puntilloso y terrible (…) No hay nada más alegre, más marchoso, más regocijante, y hasta me atrevo decir que más travieso.” (p.120).
Demos pinceladas que hagan de la educación una obra de arte con estilo amorfo, variado, indescifrable, donde cada uno conforme un todo, donde busquemos los medios más no lo fines.
Bibliografía
- Bauman, Z (2008). Amor Líquido
- Savater, F (1997). El valor de educar. Editorial Ariel S.A.
- López, C et al., (2016). El código educativo de Confucio. https://books.google.com.co/books?hl=es&lr=&id=QnKvDwAAQBAJ&oi=fnd&pg=PA4&dq=confucio+teorias+filosoficas&ots=d5M2jfVOCG&sig=mry6IkhOlPFbg6_NFPfSfEzpt38&redir_esc=y#v=onepage&q=confucio%20teorias%20filosoficas&f=false
- Lipovetsky, G (2007). La felicidad paradójica. Barcelona, Anagrama
- Kant, E (2013). ¿Qué es la ilustración? Edición de Roberto Aramayo, Alianza editorial
- Misión, Ciencias, Educación y Desarrollo (1997), Colombia al filo de la oportunidad, Bogotá: IDEP
Notas:
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