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De Necoclí a Arboletes: el mar Caribe de Antioquia

26/07/2017
Por: Juan Felipe Blanco Libreros. Ph.D. Profesor titular Instituto de Biología

Bordeando la costa de Necoclí a Arboletes, se encuentran volcanes de espeso lodo, canales de agua negra cual espejo, una playa de desove de tortugas marinas, ríos y caños de agua dulce que entran al salado mar, acantilados, una punta que el mar se llevó…

 

Foto: Ensenada de Rionegro, Necoclí.

Continuamos la reseña de los primeros días de la exploración científica del Caribe Sur, cuyo objetivo era construir el primer mapa detallado de las costas de Antioquia y Chocó, reconocidas como Caribe sur.

Día 3

Ayer domingo, nuestro descanso forzado se convirtió en una de las mejores clases de “aula abierta” a la que haya asistido. En la mañana, el profesor Iván Darío Correa, geo-morfólogo de la Universidad EAFIT, nos explicó que el lodo que sale por la boca de un volcán, como el que visitamos en Necoclí, emerge desde partes profundas de la corteza terrestre y se abre paso por grietas en la misma. Por ello, la prevalencia de volcanes de lodo entre Turbo y Arboletes, es un indicador de que la superficie solidificada está “flotando”, al menos en algunas partes, sobre sedimentos no consolidados; mejor dicho, sobre una “sopa” de lodos.

Interesante clase… pero como era mejor vivir la historia que escucharla, varios nos dimos un chapuzón en el espeso lodo con olor a azufre. Como no había agua dulce para lavarnos por ahí cerca, tuvimos que caminar hasta la playa como en un “performance”, a manera de esculturas de barro.

Almorzamos, y el profesor Andrés Fernando Osorio, ingeniero de costas de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, aprovechó el buen tiempo en la playa para hacer unas pruebas de sus equipos para “medir el oleaje”. Él nos explicó que el oleaje que vemos en el golfo de Urabá puede venir en ocasiones desde el mar Caribe a cientos de kilómetros, o en otras desde algún sitio cercano a unos cientos de metros de distancia donde el viento sopló como una ráfaga. Pienso, entonces, que no es tan fácil estudiar el oleaje. Un par de horas después el profesor y sus asistentes recogieron sus instrumentos y bajaron los datos… vimos unas suaves ondas en la pantalla del computador portátil. No hubo mucha acción; básicamente, el mar estuvo muy calmado. Por la noche planificamos la jornada siguiente.

Día 4

Hoy lunes zarpamos desde la playa rumbo a la Ensenada de Rionegro, parte de una reserva natural municipal dedicada a proteger los manglares y otros humedales costeros. Casi media hora después, nos acercamos a un estrecho canal por el que corría a gran velocidad un agua de color negro rojizo que se mezclaba turbulentamente con el agua más cristalina y acuamarina del norte del golfo de Urabá, cerca al mar Caribe. Entramos por el canal bordeado a lado y lado por las raíces “canillonas” de los mangles rojos. Mientras veíamos algunas ostras adheridas a las raíces, de repente se abrió el estrecho canal y el panorama se volvió un inmenso paisaje, dominado por un agua tan negra que como un espejo reflejaba el cielo azul y sus nubes.

Nos bajamos a “caminar” en los manglares, pero fue imposible. El suelo no era fangoso sino un colchón de hojas que no soportaba el peso ni aun de la chica más delgada de nuestro grupo. Recolectamos hojas y flores de los mangles para hacer análisis químicos. Medimos algunos árboles. Tomamos algunas fotos. El equipo de geología, con sus dragas, no encontró sedimentos en el fondo… solo hojas. La superficie del agua como un espejo, dio poco trabajo a los oceanógrafos. La anotación: “El mar está en calma”.

El profesor Mario Londoño, zoólogo marino de la Universidad de Antioquia, en cambio, fue afortunado al encontrar gusanos marinos minúsculos que hacen “casitas” en forma de tubos calcáreos sobre las raíces de los mangles y las conchas de las ostras. Nos mostró a todos lo que esconde ese mundo que pasa inadvertido ante nuestras miradas. Nos explicó que esas aguas deben “ponerse muy saladas”, porque estos gusanos no soportan aguas muy dulces.

En la tarde, continuando con nuestro recorrido, vimos algunos manglares muertos en pie. Podrían ser varias las causas: el efecto de una sequía, un incendio forestal, un contaminante… “No sabemos”, nos advirtió la profesora Ligia Estela Urrego, ingeniera forestal de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín. Navegamos un par de horas más y regresamos para cenar en Necoclí y preparar nuestro equipaje para salir al día siguiente rumbo a Arboletes.

Día 5

Hoy martes se inició un recorrido por una costa diferente a lo que habíamos visto. Bordeamos la parte externa de la Ensenada de Rionegro con rumbo norte y nos encontramos con Punta Arenas Sur, luego con Punta Arenas Norte, una playa larga donde desovan las tortugas marinas en algunas épocas del año.

Continuamos y prontamente nuestro rumbo cambió al nororiente, cuando sobrepasamos Punta Caribaná, el límite norte del golfo de Urabá. Pronto navegamos al occidente. Al norte ahora estaba la inmensidad del mar Caribe y al sur una larga playa (La Cabaña). Proseguimos y observamos que el agua cristalina se tiñó de negro. Nos dijo el lanchero que nos acercamos al caño de La Marimonda: éste bota las aguas de un gran humedal de agua dulce, la ciénaga de La Marimonda, un santuario de aves y tortugas jicoteas poco explorado.

Transcurridas un par de horas desde nuestra salida, nos topamos con unas aguas color marrón claro. “El río Mulatos”, gritó el lanchero. El profesor Iván asintió con su cabeza. A lo largo de esta mancha que se introducía en el mar, encontramos muchas embarcaciones pequeñas de pescadores. Nos bajamos de la lancha para una inspección de la playa y buscar los manglares. Los profesores Iván y Andrés se dieron un banquete de observaciones y dialogaron con su equipo. La profesora Ligia, el profesor Mario y yo nos decepcionamos, porque había pocos mangles en la boca del río.

Navegamos otra media hora y llegamos a Zapata, un pequeño pueblo sobre un acantilado y al lado del río que lleva su nombre. Aunque éste es un pequeño río, no obstante también tiñe el mar azul con su característico color marrón rojizo. El problema de la erosión costera fue más evidente en la medida que el oleaje se volvía más fuerte. Nos dirigimos hacia los pueblos de Damaquiel y Uveros. En Damaquiel, ubicado sobre la boca de un río, había un pequeño manglar. Nos bajamos y esta vez todos los grupos tuvieron trabajo que hacer. Los pescadores que estaban en la playa nos recibieron con amabilidad.

Seguimos navegando con prisa por la urgencia de llegar a Arboletes antes de que anocheciera. La costa cambió su aspecto definitivamente. Los acantilados eran paredes de más de cuatro o cinco metros sobre las cuales golpeaba el oleaje. Algunas estaban derrumbadas y sobre ellas “alguien” había puesto grandes piedras. Vimos algunas casas peligrosamente ubicadas al margen de los riscos.

5 p.m. Llegamos a Arboletes y desembarcamos en la playa. Varios espolones de piedra la protegen del oleaje fuerte. Llovió nuevamente. Nos acomodamos en el hotel y luego salimos a cenar al frente de la playa, mirando desde un acantilado las luces de la noche reflejadas sobre el mar. Hoy recorrimos más de 100 kilómetros y trazo la ruta en mi mente mientras escribo estas líneas.

Día 6 

Hoy el grupo se dividió en dos: los geólogos y los oceanógrafos caminaron por la playa y realizaron mediciones. Los biólogos y los ingenieros forestales fuimos a buscar, en dirección opuesta, un pequeño manglar ubicado en la boca del estrecho río Hobo. Era poco extenso, la tala y la erosión costera lo diezmaron. Hicimos rápidamente nuestro trabajo y nos devolvimos en silencio. Llegamos a la playa de Arboletes y nos encontramos con el resto del grupo. Desde aquí se divisa al nororiente una punta (Punta Rey), que es el límite con el departamento de Córdoba. Nos cuenta Iván que era mayor… que el mar se la llevó. Hoy es miércoles y no parece en este pueblo turístico. Aprovecho para organizar mis notas. Pasan algunos turistas cubiertos con el lodo del volcán que está cerca. Mañana daremos vuelta rumbo al oriente para llegar a Capurganá, en la costa del Darién chocoano, cerca al límite con Panamá.

El oleaje que vemos en el golfo de Urabá puede venir en ocasiones desde el mar Caribe a cientos de kilómetros, o en otras desde algún sitio cercano a unos cientos de metros de distancia donde el viento sopló como una ráfaga.

*Una crónica entre la realidad y la ficción. Se ha modificado el orden del recorrido con fines de unidad narrativa.

Texto publicado originalmente en la Revista Visión Total Caribe.

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