Literatura: embrujo de niños en Yarumal
Literatura: embrujo de niños en Yarumal
¿Cómo acercar, seducir y enamorar a los niños de la lectura? Durante un año, entre juegos, cuentos y conversaciones, niños, padres y profesores de dos escuelas de Yarumal se acercaron al mundo de la lectura en compañía de un grupo de profesionales de la Sede Norte de la Universidad de Antioquia.
En las escuelas Villa Fátima y Mina Vieja, de Yarumal, la Universidad de Antioquia desarrolla un proyecto que busca que los estudiantes se enamoren de la lectura. Foto: Cortesía.
La sede de la escuela Villa Fátima está ubicada al lado de una de las tantas pendientes de Yarumal, a cinco cuadras del parque principal. "Cuando yo llegué al colegio había un olor terrible, denso, muy maluco", comenta Sandra Arroyave. Les pregunté a los niños y no se me olvida la respuesta: “La profe si es boba, eso es marihuana”.
Dice Sandra que Fátima no es un barrio fácil, se habla de plazas de vicio y prostitución. A lado y lado de la pendiente, mujeres de sonrisa amplia (y mirada vigilante) saludan con gratitud a la que hasta febrero fue maestra de sus hijos. Venimos buscando a sus estudiantes, los del grado quinto, chicos con problemas de aprendizaje, inquietos y distraídos. Ahí está Ángela, doce años, con sus pestañas pintadas y una blusa negra, de un solo hombro, muy elegante. Quiere ser cantante.
—¿Por qué te gusta leer, Ángela? —le pregunta la profesora.
—En los cuentos parece que no pasa nada, de pronto alguien mira a otra persona y empiezan a pasar las cosas. Al final se enamoran y los sueños se cumplen —sonríe la futura artista.
A cazar historias
Desde pequeña la lectura fue algo natural para Lina María Pino, egresada de la Tecnología en Archivística de la Sede Norte de la Universidad de Antioquia. Leer era la imagen de su padre con el periódico, a las cinco de la tarde, en la última habitación de la casa; era un hábito, un gusto, un descanso. Durante dos años, Lina fue la coordinadora de la Biblioteca Universitaria.
Ella, Mauricio Alejandro Orrego, coordinador de Extensión de la Sede Universitaria, y dos auxiliares administrativos emprendieron un proyecto de animación a la lectura en las escuelas de Villa Fátima y Mina Vieja, una vereda a quince minutos del pueblo. Por un año, a través de elementos pedagógicos y material bibliográfico, crearon historias con estudiantes de cuarto y quinto grado, unos cincuenta niños, 35 en la zona urbana, y 15 en la rural.
"La lectura no es solamente decodificación de signos, es interpretación de olores, sabores y texturas. La idea era promover otras formas de lectura, no esa en que hay que sentarse con un libro, media hora, hacer análisis, sacar personajes y enseñanzas; la lectura es un ejercicio cotidiano, un ejercicio que se vive" dice Lina Pino.
Por su parte, Sandra Arroyave afirma que "las actividades los motivaban mucho a crear, a intentar; los volcaban al mundo de la imaginación, a través de cuentos muy diferentes a los de siempre".
Por eso esta tarde de viernes están Ángela y Valentina —quien se acaba de acercar a darle un beso en la mejilla a su profesora— recordando sus talleres favoritos: la mañana que salieron a cazar animales y les inventaron un nombre y un mundo propio. Ángela cazó una araña y como era regordeta le puso Pepota, Valentina hizo lo propio con Sofía, una mariquita. “Les planteábamos inquietudes sobre los animales: cuántas antenas tenían, para qué les servían, qué comían y qué les gustaba hacer; esa curiosidad para construir historias”, cuenta Lina.
En otro taller probaron muchas frutas con los ojos vendados y adivinaron cuál era cada una; leyeron un cuento, “Rey y rey”, de las escritoras holandesas Linda De Haan y Stern Nijland, y aprendieron que también es posible que dos reyes se enamoren. Ángela quiere leer y escribir mucho para componer sus canciones; Valentina prefiere dibujar. Otro día cruzaron las vidas de dos animales y así nacieron el burrielefante y el caballopájaro, y al final de cada sesión podían elegir un libro para llevar a casa. Fueron en total 16 jornadas. En uno de los últimos talleres recibieron la visita de un cuentero y supieron que de contar historias se puede vivir.
"Un día nos pusieron una música y teníamos que ir escribiendo lo que nos imaginábamos que estaba pasando. Yo escribí la historia de un hombre al que estaban persiguiendo y lo iban a matar, cuando lo alcanzaron él suplicó que no lo hicieran, les preguntó qué sentirían ellos si les asesinara la familia... y no le quitaron la vida", cuenta Ángela.
"Cuando tuvieron que adoptar un animalito, vimos que los niños reflejaban las situaciones de sus hogares, les ponían la historia que ellos querían vivir", afirma Mauricio.
¿Por qué estudiantes de cuarto y quinto? Dos motivos: Lina recuerda que en esa época se gestaron sus más grandes gustos. Dice Mauricio, además, que es una edad muy importante para evitar la deserción escolar.
Para Henry Velásquez, estudiante de sicología, fue emocionante regresar como tallerista a la escuela en la que estudió: “Fue una máquina de tiempo, yo era ese niño que estaba ahí sentado, con muchas ganas de aprender y de ver otras oportunidades en un ambiente duro; ese niño que no podía alcanzar un libro «porque no era lo suficientemente inteligente»”.
En Mina Vieja, los profes y las mamás
La primera escuela que está a la derecha, en la vía al mar, desde Yarumal, es el Centro Educativo Mina Vieja. Esta merece capítulo aparte por ser el lugar que es, un asentamiento de familias víctimas de la violencia, muy pobres, que llegaron allí en búsqueda de las Minas de Berlín, por la vía de Ochalí; una vereda de ranchos donde los niños trabajan en talleres mecánicos o se levantan de madrugada a ordeñar vacas o a recoger café.
Para Mauricio, "cuando uno habla de niños supone alegría, espontaneidad, pero en el área rural los niños tienen el rostro duro, están cansados y el colegio es una válvula de escape. En Mina Vieja encontramos que había donaciones muy buenas, cuentos muy buenos que estaban guardados en un cuarto. No dejaban a los niños tocar los libros y tampoco los trabajaban con ellos porque se ensuciaban o los rompían...".
De otro lado, Lina afirma que "dedicamos varias sesiones a mostrarles la biblioteca a los niños: ´hágase donde quiera, coja el libro que quiera y léalo´, les decíamos. O mírelo, tóquelo. A unos les gustaban unas temáticas particulares, ´hágale, yo no le voy a poner problema porque coja ese´, les decía, porque los niños más mayorcitos estaban interesados por los libros que son de introducción a la sexualidad y los profes no se los dejaban coger. Lo que nos propusimos fue rescatar ese material, abrir el espacio y eso hizo que ellos pasaran de ver un libro una vez al año, a hacerlo todas las semanas".
"Con eso aprendimos que no solo hay que buscar donaciones, a los niños hay que darles libros, responsabilidades, confianza y explicaciones", indica Mauricio.
Es que un libro no es un objeto estático, inalcanzable, para eruditos o gente muy aburrida; un libro puede ser un amigo, un hermano, al que se le cuentan secretos, sueños y hasta pesadillas. Por ende, articulados con Comfenalco y apoyados por la Cooperativa de Yarumal, una vez al mes, durante seis horas, profesores, padres de familia y algunos bibliotecarios del pueblo asistieron a un seminario de formación que les dio herramientas para construir y mejorar, entre todos, hábitos de lectura en la escuela y en el hogar.
De acuerdo con la profesora Paula Andrea Flórez, "como profesores aprendimos a conocer otros aspectos de los chicos, a valorar las ilustraciones que hacían en los talleres. A partir de este trabajo, el 80% de las mamás de la escuela se animó a terminar la primaria o el bachillerato. La escuela empezó a implementar el préstamo de libros, por ejemplo, y hasta las mamás ya dicen: ´profe, ¿me presta el libro?´, porque han visto a los niños llevar uno a la casa".
Emma Lucía Barrera es el alma de la ludoteca de Yarumal. Después de participar en el seminario, le pareció que también había que estimular la tradición oral y generar un diálogo entre generaciones en torno a ella. De la misma manera que su abuela les prometía a ella y a sus hermanos que si se portaban bien saldrían a la calle y les contaría sus historias de luna llena, Emma invitó a un grupo de abuelos a participar de la ludoteca: “Un martes cada veinte días ellos vienen a dictarme la hora del cuento, se disfrazan y protagonizan historias de espantos, brujas y niños que no se portan bien. Se trata de rescatar nuestra memoria”.
"Cuando a los niños les iba mal en la escuela, en lectura, las mamás los castigaban. Con esas herramientas aprendieron otras formas de enfrentar esos problemas, a sentarse con ellos y disfrutar los cuentos", afirma Emma Lucía Barrera.
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