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Entrega del Escudo de Oro de la Universidad de Antioquia al maestro Hugo Zapata

28/11/2024
Por: Carlos Arturo Fernández Uribe. Profesor de la Facultad de Artes de la UdeA.

«La aproximación a una obra de Hugo Zapata implica dos experiencias sucesivas pero complementarias. En primer lugar, nos atrapa su belleza, las superficies límpidas, las formas, el juego de la piedra y el vidrio y, en fin, todo lo que podemos atribuir a la mano del artista. Pero, en segundo lugar, se revela la voz de la Tierra que nos habla de tiempos geológicos como si, de alguna manera, pudiéramos tener ante los ojos la historia del universo. Naturaleza y arte en unidad indisociable».

El homenaje que nos reúne hoy 27 de noviembre alrededor de la persona de Hugo Zapata tiene un profundo significado para la Universidad de Antioquia en todas sus instancias y para toda la comunidad académica, pero también para toda la comunidad de la ciudad que, de una manera u otra, está vinculada con los problemas de la creación artística.

En realidad, son muchos los motivos que se pueden traer a cuento en estos momentos cuando, como creo que es indiscutible, nos encontramos frente a una de las figuras mayores del arte colombiano de las últimas cinco décadas. Pero entre esas múltiples razones, quizá convendría detenerse en tres asuntos, cargados de sentidos diferentes.

En primer lugar, aunque seguramente no sea lo más importante, recordamos hoy con emoción que, a finales de los años 60, Hugo Zapata inició en la Universidad de Antioquia su formación artística, en el antiguo Instituto de Artes Plásticas, antecedente directo del actual Departamento de Artes Visuales, en momentos en los cuales esos estudios, que estaban dirigidos a gente muy joven, no tenían todavía carácter universitario; la formación que se impartía estaba permeada por la insistencia en el aprendizaje de oficios y de técnicas, frecuentemente con una dirección más artesanal que artística, donde era más importante hacer que pensar; algo muy parecido ocurría entonces en todas las escuelas e institutos del país —y en muchos del exterior—, incluidos los adscritos a las diferentes universidades. Pero, también aquí las cosas estaban a punto de cambiar. Un período de trascendental importancia, no solo y no tanto para la formación artística sino, de hecho, para todo el mundo del arte colombiano, se abre con las Bienales de Arte de Coltejer, las dos primeras de la cuales, la de 1968 y la de 1970, se van a instalar precisamente en la Ciudad Universitaria que entonces se estaba terminando de construir y se comenzaba a ocupar. Las potencialidades de la creación artística que se abrían ante los jóvenes artistas rompieron definitivamente con los moldes tradicionales; y si se piensa que Luis Caballero ganó el primer premio de la primera bienal antes de cumplir 25 años, es claro que el arte había dejado de ser privilegio de los maestros consagrados.

Que las cosas estuvieran cambiando se revelaba también en el hecho de que muchos jóvenes artistas, al salir del Instituto de Artes Plásticas, seguían una carrera profesional. Hugo Zapata estudia Arquitectura en la Universidad Nacional, ingresa como docente de esa Universidad y, al mismo tiempo, empieza una producción artística constante. En ese momento forma parte de la muestra «Once antioqueños», presentada en 1975 por el Museo de Arte Moderno de Bogotá y luego en Medellín, gracias a la cual el país toma conciencia de que hay una nueva generación en desarrollo. En realidad, a estos jóvenes artistas no los aproxima una manera común de trabajar sino, más bien, el rechazo a las formas convencionales del arte y el interés por asuntos del mundo de la ciudad contemporánea.

En ese contexto de ideas y creaciones se desarrolla el segundo motivo por el cual, según creo, nos unimos hoy en este homenaje a Hugo Zapata. A mediados de los setenta se plantea la creación de la carrera de Arte en la Universidad Nacional sede Medellín. La idea surge de un grupo del cual forman parte Javier Darío Restrepo, Luis Fernando Valencia, Alberto Uribe, John Castles y Ethel Gilmour, además de Hugo Zapata que lo lidera; un grupo de artistas que ya no tienen que ver con los esquemas tradicionales del arte. Hugo recuerda la defensa del programa que debió hacer ante el Consejo Académico de la Nacional en Bogotá; cuando le preguntaron «¿y esos muchachos qué van a hacer cuando salgan?», él defendió la importancia del arte para la sociedad y afirmó que «ser artista no es saber una técnica, porque no es el oficio el que define al artista, ser artista significa pensar». Ese fue el argumento definitivo para la creación de la Carrera, de la cual es nombrado primer director. La carrera había surgido, pues, de las preocupaciones de un grupo de arquitectos-artistas, lo que se traduce en un indiscutible afán constructivo que se verá reflejado en el desarrollo de las décadas siguientes, especialmente en el campo de la escultura, pero, además, en un nuevo sentido de las profesiones del arte y en una más amplia dimensión humanística. Bien puede decirse que es entonces cuando la formación para el arte adquiere un carácter verdaderamente universitario y creativo, gracias a la aplicación de nuevas metodologías, estructuradas alrededor de un «taller central» que permite a los estudiantes desarrollar sus propias propuestas estéticas.

Quizá pueda sonar exagerado; pero creo que una cuidadosa revisión histórica puede comprobar que la carrera de Artes de la Universidad Nacional sede Medellín es el desarrollo más significativo y trascendental en el contexto de la formación en artes plásticas y visuales en Colombia, desde la remota creación de la Escuela Nacional de Bellas Artes en 1886 por obra de Alberto Urdaneta. La idea fundacional de la carrera, de alguna manera encarnada en Hugo Zapata, se fue extendiendo por todo el país; también estuvo presente en muchas discusiones académicas en nuestro Departamento de Artes Visuales y, sin ninguna duda, fue fundamental para llevar nuestro propio programa de Artes Plásticas al nivel en el cual hoy se encuentra.

Pero, en tercer lugar, el motivo fundamental de este homenaje es agradecer a Hugo Zapata lo que nos ha posibilitado disfrutar, gracias a su obra. —Retomo aquí algunas palabras escritas por mí hace poco—. La aproximación a una obra de Hugo Zapata implica dos experiencias sucesivas pero complementarias. En primer lugar, nos atrapa su belleza, las superficies límpidas, las formas, el juego de la piedra y el vidrio y, en fin, todo lo que podemos atribuir a la mano del artista. Pero, en segundo lugar, se revela la voz de la Tierra que nos habla de tiempos geológicos como si, de alguna manera, pudiéramos tener ante los ojos la historia del universo. Naturaleza y arte en unidad indisociable.

Frente a los usos ancestrales de la piedra en el mundo del arte, Hugo Zapata propone un camino diferente y propio que, según creo, es original en el contexto del arte contemporáneo, y no solo en el ámbito colombiano, y que plantea problemas nuevos para la reflexión estética.

El artista parte de una larga experiencia y un profundo conocimiento de las piedras, en particular de lutitas, pórfidos y pizarras. Su taller está habitado por una gran cantidad de piedras que esperan pacientemente «su turno» para revelar su riqueza. Hugo Zapata sabe que, más allá de la superficie de una piedra, que a la mayoría de nosotros parece intrascendente, existe un mundo de posibilidades excepcionales. Sabe que hay allí estructuras formales, manchas de colores diversos producidos por los metales de la roca, surcos generados por el agua, texturas y, en fin, toda clase de características y de accidentes que llaman su atención. El primer trabajo del artista es la observación insistente de las piedras; una atención silenciosa y sensible, abierta a la poesía milenaria y también silenciosa que paulatinamente le va revelando la piedra. Porque, como dice Hugo Zapata, «antes del hombre la Tierra ya escribía»…

Aquí no hay metamorfosis de la piedra, ni elección conceptual ni hallazgo casual. Sería necesario decir, quizá, que la obra de Hugo Zapata es un servicio austero y poético que facilita a la Tierra la forma de entregarnos algunas de sus bellezas más íntimas.

Para muchos de nosotros, una piedra era solo un estorbo que había que quitar del camino para no tropezar. Pero a través de esta obra vislumbramos algo que va mucho más allá y que nos lleva hasta los orígenes del cosmos.

Gracias, pues, a Hugo Zapata, por las maravillas que nos ha posibilitado pensar y conocer.
 


Notas:

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