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Cultura

Hace cuarenta años, Gonzalo Arango

17/11/2016
Por: Luis Germán Sierra J. - Coordinador cultural de la Biblioteca Carlos Gaviria Díaz

Gonzalo Arango tenía 45 años cuando murió el 25 de septiembre de 1976 en un accidente de tránsito en Gachancipá, Cundinamarca, camino a Villa de Leiva en compañía de Angelita, su mítica novia, quien sobrevivió a la embestida del camión. 

Había nacido en el municipio de Andes, Antioquia, el 18 de enero de 1931. Y se había hecho muy famoso porque en 1958 fundó el estruendoso movimiento nadaísta, al lado de un puñado de  poetas casi  adolescentes, algunos de los cuales, andando el tiempo, también se harían famosos. Unos por ser buenos poetas, otros por haber pertenecido a ese movimiento que irrumpió irreverente y atrevido en una sociedad provinciana, solapada y bastante conservadora (características que, muy probablemente, persisten a la luz de hoy).

Al momento de su muerte, Gonzalo Arango se había convertido, como era su voluntad, en un hombre más o menos común y corriente. Sus ojos habían cambiado de dirección y ahora se dirigían hacia Dios (como la gran mayoría de sus compatriotas), había hecho declaraciones públicas a favor de egregios personajes de la política nacional (de ingratísima recordación, como casi todos) y aparecía en fotos con altas personalidades a las cuales se arrimaba para encontrar reconocimiento (o al contrario, ya que él era una figura nacional), o por el solo hecho de ceder al imán que acompaña a los poderosos (como ocurrió con otro famoso literato del país). 

Pero Gonzalo Arango seguía teniendo alma de niño. Escribió cartas (escribió muchas cartas) bellísimas a sus padres, a sus hermanos, a sus amigos. En las cartas a sus padres les pedía perdón por no ser un hombre importante de verdad (decía él) y también le pedía la bendición a su mamá. Y hablaba de sus mundos y de sus dudas con el tono íntimo y sincero que alcanzan las palabras en las cartas. Un ser desnudo e inocente como un niño. Su mejor poesía.

Y fue un excelente cronista, uno de los mejores, sin duda. Su vena periodística, natural, resalta en reportajes de antología a lo largo y ancho del país, por donde pasaron las gentes más representativas de una cultura pacata y conservadora, que él mostró con maestría y a veces con sorna; y pasaron también por sus crónicas otras gentes que pensaban a contrapelo de lo que planificaban y ordenaban las élites y los políticos: artistas, periodistas y poetas, por ejemplo. Pero siempre, en todo caso, mediante la mejor narrativa periodística, en la cual se batía como un maestro. Dúctil, ameno, inteligente, humorístico.

La Universidad de Antioquia recopiló y publicó sus reportajes y columnas de periódicos en dos libros que demuestran con creces lo anterior: Reportajes (dos tomos) y Última página, como se llamaba su columna en la revista Cromos. En 2016 tres universidades de Medellín se unen y publican de nuevo (¡aleluya!) Última página, pero esta vez escogen 35 de las 75 columnas que contenía el primer libro. Al comienzo de su prólogo, Jaime Jaramillo Escobar cita un aparte (el prologuista habla brevemente de cada título) de “Confesiones de un seductor” de Gonzalo Arango, incluido en el libro: 

“Estos pensamientos que he pensado sobre el amor son la respuesta a una pregunta furtiva de una mujer burguesa. Ella quería saber qué era para mí el amor: si una pasión sexual o un sentimiento del espíritu. Yo le dije, con sumo respeto: —Señora, son las dos cosas, pero en la cama”.

Obras de Gonzalo Arango

Sexo y saxofón (1963), cuentos
La consagración de la nada (1964), cuentos
Los ratones van al infierno (1965), cuentos
Prosas para leer en la silla eléctrica (1966), textos periodísticos
Providencia (1972), poemas
Fuego en el altar (1974), poemas
Obra negra (1974), prosas
Correspondencia violada (1980), cartas
Memorias de un presidiario nadaísta (1991), prosas
Reportajes, volumen I y II (1993)
Oleajes de la sangre (1997), cartas
Última página (2000 y 2016), columnas periodísticas
Después del hombre (2002), novela
Cartas a Aguirre 1953-1965,  (2006 y 2016), cartas a Alberto Aguirre

Fragmento de “La ciudad y el poeta”

"Toda ciudad es una aventura religiosa. El hombre levanta su morada para el amor, el trabajo y los sueños. Frente a su morada funda un templo para orar a sus dioses y consagrarles sus ilusiones o sus terrores. En torno a este templo crecen nuevas moradas, infinitud de moradas. Este animal solitario que no soporta la soledad, se congrega, se une a otros para defenderse de sí mismo. He aquí la ciudad pequeña, grande, colosal, que resplandece, que no cesa de crecer, y se agiganta bajo los dominios del cielo. Ella misma es un cielo donde se refugian los hombres, donde se salvan de la soledad. Semeja, sobre la ruda costra de la tierra, un arañazo de Dios o su caricia. Semeja una interrogación de piedra al misterio. Es rumorosa como un vientre, en su dolor y en su dicha; en su gemido de hierro, en sus cantos líricos; asombrosa en su silencio o en el estruendo. La ciudad es este planeta desesperado y anhelante, hecho por el hombre para rivalizar en belleza con los planetas de Dios. El espíritu del hombre iluminado da sentido al barro, haciéndole poesía y oración. ¡Oh, la ciudad! En cada piedra de sus cimientos vive en silencio la historia. Nada en ella se hizo para el olvido".

(Gonzalo Arango, fragmento de “La ciudad y el poeta”, en la revista Cromos N.° 2.505, Bogotá, 13 de septiembre de 1965, p.72)

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