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Campaña electoral y redes sociales: el verbo manipular

19/04/2018
Por: Kennier José Garay Herazo, abogado y politólogo, especialista en Derecho Administrativo

"...Hay una gran variedad de asesores y estrategas al servicio de distintos intereses de campaña, en las que son mínimas o inclusive nulas, las exigencias éticas para la praxis de la política electoral..."

Falta poco más de un mes para la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Colombia y el ambiente electoral inicia su etapa más intensa. Con el nuevo Congreso de la República ya conformado y luego del polémico ‘papel’ de la Registraduría, la euforia de la coyuntura se ha desplazado al ámbito de las campañas presidenciales, y con ellas las estrategias y anuncios que invaden los espacios más recónditos de la vida social y personal.

En este escenario, vale la pena llamar la atención sobre el rol desempeñado por el mercadeo digital en la política electoral de los últimos años. Hace poco más de una década, los espacios digitales vienen siendo decisivos en la definición del rumbo de las principales contiendas electorales en el mundo, sirviendo como medio para la “promoción, transacción y consumo” de los diferentes “productos electorales”. El problema, o por lo menos parte de él, radica en la disponibilidad excesiva de datos, información y discursos poco precisos, muchas veces mentirosos, de los que se valen los mercenarios de la política electoral actual.

Hay una gran variedad de asesores y estrategas al servicio de distintos intereses de campaña, en las que son mínimas o inclusive nulas, las exigencias éticas para la praxis de la política electoral. En ellas un solo propósito parece orientar su curso de acción: ¡ganar a toda costa! Esas prácticas políticas han poblado las distintas redes sociales, logrando altos niveles de influencia y manipulación a partir de la publicación y posterior ‘viralización’ de contenidos falsos (Fake news), o como eufemísticamente los llamarían hoy: posverdades.

Pero al otro lado estamos nosotros, los consumidores de dicha oferta, en quienes reside la otra cara del problema. No estamos siendo críticos frente al cambio rápido y agresivo de las estrategias digitales de campaña. Basta con ‘transitar’ Facebook, Twitter o WhatsApp para darnos cuenta del empleo sectario, a simple vista inofensivo, de discursos muy retóricos y de señalamientos infundados que inciden en la emotividad del electorado.  Un electorado que, identificado, conmovido o indignado, usa sus redes sociales como cajas de resonancia para reproducir -sin filtro- los señalamientos, las mentiras, el odio y el irrespeto que circula en gran parte de su entorno digital.

Es cierto que la actividad política no se agota en la cómoda militancia de las redes sociales, pero en ellas se acude a métodos peligrosos que logran manipular creencias, desorientar la opinión pública y convertir las emociones del ciudadano en las decisiones políticas del votante.  Este tipo de manipulación no es fortuita, es intencionada y se genera a partir de múltiples herramientas y algoritmos como los de Cambridge Analytica, que conocen nuestras preferencias mejor que muchos de nuestros familiares y amigos.  

Por muy particular que sea su preferencia política, si decide votar, hágalo de forma libre y a conciencia. Las diferencias y los desacuerdos son parte esencial de la política y son necesarios en la democracia. Disentir es el acto más simple y cotidiano en una sociedad de personas libres, y el ejercicio del voto es pensado para encarar de forma racional nuestras diferencias. Por tanto, el voto requiere de una actitud comprometida con la deliberación pública y razonada; una actitud que parece estar ausente en quienes reproducen los odios, mentiras y la desinformación tras un perfil de Facebook o Twitter.

Ojalá su orientación política cuente con la presencia de información rigurosa frente a las propuestas de gobierno de los distintos candidatos. Que su voto no sea fruto de una reacción airada y poco reflexiva ante las provocaciones de una publicación generada, a la medida, para su perfil psicológico ¡Punto para el big data!


Nota

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