Mentes en fuga
Mentes en fuga
"...En otro territorio los contextos siempre nos son ajenos, están cargados de las historias de otras personas embebidas en sus propios problemas y las maneras de solucionarlos..."
-¡Allá va! Una persona buscando una vida mejor
-¿Qué es eso de una “vida mejor”?
La tarea del autoconocimiento es la última de la que nos ocupamos hoy por hoy. ¡Nosotros huimos! y lo hacemos en un torrencial de proyectos en los que comprometemos nuestra persona completa; la endosamos a un calculado y en todo caso, incierto “llegar a ser”.
Me voy a otorgar el privilegio de escribir de manera informal para contar a qué me refiero con ese “llegar a ser”.
Mi sobrino no tiene aún un año, pero cada vez que puedo verlo, me sorprende la capacidad que tiene para entregarse a la experiencia de vivir y al descubrimiento qué es el conocer. La ausencia de la certeza del futuro le estimula la concentración de sus propias fuerzas, facultades y capacidades en cada instante al que asiste como lo que es, el acontecimiento.
Para mi sobrino el despertar es acontecimiento. Esto procura que cada paso que da, cada lugar que conoce sea una conquista. Para él la vida no está porvenir, se le agota en cada momento, y la existencia se la consume en esos segundos en los que recorre la vida manifiesta con gracia, intereses y poder. Son sus conquistas las maneras en las que aprende a vivir sin esperar el porvenir. Sus limitaciones son sus propias incapacidades, las mismas que va superando en cuanto se conoce mejor a sí mismo, a su propio cuerpo, a su entorno, a las personas que le quieren y la confianza y desconfianza que le generan las cosas y los otros.
En concordancia con las enseñanzas de mi sobrino, encuentro que el aprendizaje que perseguimos las personas con formación academicista no puede erigirse de espaldas a nuestros contextos vitales, son estos extensión y representación de la manera en la que asumimos la vida conforme a nuestra existencia. No se trata en este escrito de hacer una oda a las formas básicas (pero no menos complejas) de habitar el mundo, como sí de reconocer que estas formas son necesarias de integrar para hallar respuestas prácticas al momento de enfrentar las crisis antropológicas, sociales, políticas y éticas.
¡Cuidado! No caigamos en el señalamiento maniqueísta de estimar que ese parásito al que llamamos sociedad nada tiene que ver con nosotros, y por el contrario es el resultado de las desigualdades sociales que promueve el neoliberalismo, la clase oligárquica, y todos los otros en los que no estamos incluidos nosotros. El origen de la sociedad parásito no son “los otros” somos nosotros mismos y la anomía social en la que estamos embebidos.
Al contrario de mi sobrino, que cada vez que algo no le agrada, le incomoda o le perturba el desarrollo de sus fuerzas lo manifiesta con gritos y una convulsión vital que resulta impredecible, a nosotros nos pasa que cada vez que algo no nos agrada o nos incomoda no nos manifestamos, ni tampoco nos convulsionamos vitalmente.
¿Qué hacemos? ¿Qué hace la persona de este territorio ante una sociedad parasitaria y sedimentada en tradiciones de servidumbre? ¡Se fuga!
Es muy común que el estudiante universitario terminados sus estudios o antes de terminarlos esté pensando en fugarse; emigrar a un territorio donde su saber o su quehacer tenga más autoridad y vincule un desarrollo mayor del profesional, no solo en términos académicos, sino monetarios ¿y qué? ¡No se puede juzgar a nadie por querer una vida mejor!
Lo que quiero decir es que fugarse a otros lugares en aras de buscar una “vida mejor” como proyecto o “porvenir” no procura la conquista de nuestros contextos naturales.
En otro territorio los contextos siempre nos son ajenos, están cargados de las historias de otras personas embebidas en sus propios problemas y las maneras de solucionarlos.
¿Qué hubiera sido de un Sócrates sin Grecia, de un Hegel sin Alemania? ¿Qué hubiera sido de un González Prada sin su Perú, de un Borges sin su Argentina, de un García Márquez sin su Colombia? ¿Qué sería de mí sin mis orígenes? Cualquier otro en otro lugar.
Nuestro territorio no necesita de más mentes talentosas en fuga. No digo que tengamos que quedarnos arraigados defendiendo raíces. Por supuesto que visitar otras culturas, otros horizontes, otros mundos, salir de un contexto creado parasitariamente, tomar distancia del origen es importante para hallar respuestas vitales ante las crisis sociales. Lo que afirmo es que hay un compromiso con nuestro regreso.
Basta de pasar culpas y señalar responsabilidades para quienes resulta que lo social está bien.
Nuestra generación tiene una responsabilidad social y si nuestros intereses se desarrollan de espalda a la misma, no dejaremos de ser mentes en fuga en un territorio extraño (¿quién no se ha sentido un extraño para sí mismo fuera de casa, incluso en casa?).
El contexto colombiano padece la apatía porque nosotros somos apáticos. Asumida quizá como arma de defensa ante las insondables esferas de la humillación, la pobreza y los vejámenes a los que somos expuestos a diario.
La esperanza de fugarnos nubla nuestra capacidad de acción. Las manifestaciones acalladas por la apatía ante los problemas implican que renunciemos a nuestras conquistas vitales como acontecimiento. Para mi sobrino su próxima conquista será caminar en ella se empeña todos los días desde hace dos meses cuando aprendió a gatear y supo que le resultaba insuficiente ante sus ganas incansables de conocer, conquistar sus fuerzas y llenar el mundo con sus propios pasos. Para nosotros una de nuestras conquistas sería plantar el conocimiento adquirido en donde este se origina, porque este territorio no sólo ha de dar cuenta de lo que otros hacen de él sino de lo que nosotros hacemos por él.
Basta de ser mentes en fuga. Basta de dejar nuestros talentos en los anaqueles de la filosofía con apellido alemán; de las ciencias con pasaporte inglés. Basta de huir de nuestros contextos.
Yo no sé qué hubiera sido de Sócrates sin Grecia, pero sé que Grecia no hubiera sido la Grecia esplendorosa sin Sócrates.
Nota
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