Te has ido, Melina
Te has ido, Melina
« ... Entonces encendemos de nuevo la radio y allí está: el fantasma de su voz aleteando, jugando con los soñantes que fingen soñar. Pero sabemos que Melina ya no está, que se ha ido, que su voz se pierde en la estela negra de la noche donde ya no queda más nada que el silencio absoluto.»
A veces, el silencio es la peor mentira
Miguel de Unamuno
Lo único que nos separa de la muerte es el tiempo
Ernest Hemingway
A Camilo Sesto
In memoriam
Mientras la tarde caminaba, un sol radiante en el cielo encumbrado, brillando en un pueblo del suroeste, las urracas ululando con graznidos hechiceros y los días y las noches tenues, los árboles alborotados con el verano seco y los sapos en los charcos y las estrellas brillando y todo eso que parece de una película de otro tiempo, como de un recuerdo en blanco y negro o en sepia, o de un blanco intenso, un blanco de plomo, como el vestidito de un cantante italiano que ulula su canción de pop romántico con un ti amo tan intenso que cualquiera quisiera seguir el ritmo y amar a pizcas o a pedacitos…
Y mientras tanto en la radio mi madre la Voz de Colombia, las voces gangosas de áspera potencia ululando, y nosotros, por ahí, correteando sin saber que esos que en la radio ululaban, que con pasión poética sus grititos desesperados de amor, de ese amor de otro tiempo, roerían las entrañas de más de uno, los corazones solitarios y apesadumbrados, las cabezas llenas de pesadilla y el alma depresiva de tanto romanticismo; y mi madre escuchando y escuchando las formas hechiceras de voces variopintas, noticias de radio y los románticos bailando.
Y suena una canción que el viento se llevó como si vivir así, morir de amor, como si alguien nos arrancara del ser que queremos o de las cosas que queremos; entonces el vacío, fuego de amor, luz del sol, volcán y tierra… todo como un abismo fantasmal.
Y allá, en una finquita todos escuchando, bailando y cantando a viva voz, vociferando, siguiendo el susurro, la intensidad, el fuego, comprendiendo que los ojos grises, que los ojos reflejan el dolor, que las huellas de su canto echó raíces y algo más. Allá, en esa finquita, todos seguían ese ritmo pegajoso, folclórico de un diciembre apagado en la distancia y lleno de fuego en la cercanía.
Pero tarde o temprano ocurre. Morimos, caemos en el sueño del nunca más. A veces, por desgracia, algunos mueren antes de morir cuando su voz se apaga, cuando ya no hay fuerza que resista la penumbra que a veces es la vida. Entonces, al sentir que la voz se apaga, allí, inevitablemente –irremediablemente– decimos adiós. En algunas ocasiones ni siquiera podemos decirlo, y por más que intentemos huir estará ahí, esperando con su hoz, silenciosamente, haciendo cabriolas en el aire y fingiendo que no puede vernos.
Entonces encendemos de nuevo la radio y allí está: el fantasma de su voz aleteando, jugando con los soñantes que fingen soñar. Pero sabemos que Melina ya no está, que se ha ido, que su voz se pierde en la estela negra de la noche donde ya no queda más nada que el silencio absoluto.
8 de septiembre de 2019
Nota
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