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Excluir, odiar, gozar

03/06/2022
Por: Judith Nieto López, escritora y profesora UdeA

«..Una pregunta final para los promotores de la carta de clara procedencia y firmada por pocos padres de familia: ¿Qué harían ustedes, padres de familia, si uno de sus hijos o hijas viaja al extranjero —por ejemplo a Alemania, el país cuya cultura plural y pasado conflictivo aprenden— y es víctima de cualquier manifestación de exclusión?..»

El jueves 26 de mayo, Colombia se despertó con una situación insólita originada en Medellín, por una carta que circuló en redes sociales y que manifestaba la opinión de un grupo de padres de familia de la Corporación Deutsche Schule, Colegio Alemán de Medellín. La misiva pedía a la institución vetar el ingreso a dos niñas, de 2 y 4 años de edad, hijas del actual alcalde de la ciudad.

El mensaje,  con  poco más veinte firmas, que antes de hacerse viral circuló en un grupo de chat de padres de familia del Colegio Alemán, plantea en una de sus líneas: “aceptar a la familia Quintero Osorio va en contravía de sus principios y valores” —subrayado mío— Acudir al talante axiológico de un grupo de personas como justificación para promover la desaprobación de dos estudiantes, no es algo distinto a estar de acuerdo con incentivar la discriminación, conducta impensable hoy, cuando las luchas se dan en contra de cualquier señalamiento que afecte las singularidades de las personas, máxime si se trata de dos menores.

Un hecho aterrador como este amerita recoger algunas anotaciones a propósito del término exclusión. Según el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, la voz excluir remite a: “(Del latín excludére). Quitar a una persona o cosa del lugar que ocupaba”. Definición que se asocia claramente con la intención de la carta enviada por algunos padres del Colegio Alemán, la cual es sacar, mejor quitar, a la familia Quintero Osorio de esta comunidad educativa. Intención que se materializaría a través de la censura a las dos menores.

Queda claro, excluir es, en este caso, separar a dos personas del lugar en el que están, impedir que continúen en la comunidad educativa de la que son parte, en la que fueron admitidas a principios de este año. Pero, ¿por qué se excluye? Conviene aquí acudir al autor francés Françoise Leguil, quien, en Política del psicoanálisis y psicoanálisis de la política (2001), plantea que una de las razones para justificar la exclusión es que el acto de discriminar reporta goce; es lo que, además, lleva a comprender la satisfacción que produce hacer público el odio que se tiene hacia alguien. El gozo que, al decir de Leguil, se agencia por esta puesta en público del odio hacia el otro; no solo radica en exhibirlo, sino en provocar, por medio de la palabra, la connotación negativa de que es objeto ese a quien se odia. La enunciación de rechazo es la que devela la expresión de odio proferida contra un determinado sujeto. Es así como toda segregación hace explicita una manifestación de aversión.

Ahora bien, aunque parezca extraño y según el mismo autor, la exclusión está ligada a la fraternidad, de ahí que la pregunta formulada antes, y que interroga sobre el porqué o el para qué de la exclusión, conduzca a otra pensada en términos de lo que asocia o no a quien se repudia y a la víctima: ¿Para ratificar la presencia de tal vínculo o para ponerlo en duda? Inquietudes que admiten leer cómo la obstinación por la fraternidad puede ser una forma de legitimar su ausencia, de que no existe como tal y de comprobar cómo en su sentido reposa el malentendido de concebirla a partir de lo que, por naturaleza, congrega, y no desde lo que realmente se ejerce mediante su significante, es decir: la segregación, la exclusión, la disociación. Según Leguil, el contenido implícito de la fraternidad descansa en la discriminación.

El aislamiento del resto es lo que entraña una de las definiciones de la fraternidad. Quiere decir esto que lo que nos define como “hermanos” es un rechazo, dado que el odio y la carencia de solidaridad “constituyen” el vínculo que decide la hermandad; en tal sentido, promueve el repudio, el que, en asocio con el odio, ha sobrevivido, y hoy, de manera impensable e inaceptable lo encontramos en el caso de las menores Quintero Osorio, dos ejemplos de minorías infantiles y femeninas que hacen visible la supervivencia de esta aberrante práctica.

Una invocación como la de la carta del grupo de padres de familia del Colegio Alemán es un ejemplo ilustrativo y actualizado que da cuenta de una campaña en pro de la exclusión; situación que, además, corrobora cómo esta parece ser una práctica que en Medellín está a la orden del día, es promovida en muchas esferas sociales y toma fuerza en aquellas donde el poder económico enceguece hasta el punto de que quienes lo ostentan no se percatan de que las víctimas, aquellas objeto del rechazo, son dos niñas, quienes desde sus pasos iniciales por la vida desconocen lo que les está sucediendo en la ciudad que las vio nacer y en el colegio que las admitió y en donde hoy algunos padres de familia condenan la diferencia. En consecuencia, ellos promueven el rechazo contra quienes, en este caso, no son responsables del actuar político de su padre, sea cual sea.

Una pregunta final para los promotores de la carta de clara procedencia y firmada por pocos padres de familia: ¿Qué harían ustedes, padres de familia, si uno de sus hijos o hijas viaja al extranjero —por ejemplo a Alemania, el país cuya cultura plural y pasado conflictivo aprenden— y es víctima de cualquier manifestación de exclusión?

Nota: bien por la rectora, los estudiantes del Colegio Alemán y por otras personas que con firmeza condenaron y se distanciaron de esta iniciativa.


Notas:

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