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Sociedad Gente UdeA Cultura

La pianista colectora de memorias

09/09/2021
Por: Natalia Piedrahita Tamayo- Periodista

Este jueves 9 de septiembre la Gobernación de Antioquia le otorga a Teresita Gómez el Escudo de Antioquia en categoría Oro. A la maestra, a la universitaria hija de la Alma Máter, a la artista, se le conoce por su virtuosidad como pianista. Aquí, cruzamos la puerta de la privacidad de su hogar para indagar por otra de sus vocaciones: la de coleccionista de objetos y recuerdos. 

Teresita junto a uno de los pianos de su casa. Fotografías: Natalia Piedrahita. 

La Medellín en la que creció Teresita Gómez era rural y muy conservadora. De esta recuerda sobre todo el tranvía, la iluminación bohemia de los cafés de Guayaquil —por donde pasaba para ir a mercar con su madre adoptiva— y la plaza de mercado. Sus días transcurrieron en un palacio, literalmente, porque sus padres eran los porteros de la Escuela de Bellas Artes, esa majestuosa edificación donde también vivían. Ni siquiera en vacaciones la pequeña Teresita dejaba de ver y acariciar los pianos en los que las hijas de los ricos de la ciudad practicaban sus lecciones musicales.

Un día se metió a uno de los salones, antes de la hora de clases, una profesora la vio y salió gritando: «La negra está tocando el piano». Ahí nació su carrera, cuando la docente Marta Agudelo de Maya escuchó sus notas: «Voy a darte clase y te vamos a dar una beca, pero te advierto que tienes que sacar cinco o pierdes tu puesto». Con todos los esfuerzos, rápidamente se convirtió en alumna de alta categoría y, en 1949, con siete años, dio su primer concierto público.

Teresita huyó de Medellín para escapar del racismo y las dificultades propias de ser una mujer negra a comienzos de la década de los sesenta. Vivió en Bogotá desde 1961, donde trabajó con ópera, y luego, en 1982, viajó a Alemania, donde fue agregada cultural de Colombia. Al llegar nuevamente a su tierra natal, en 1999, la Universidad de Antioquia se convirtió en su hogar académico. En esta casa de estudios se ha desempeñado como docente y concertista, dejando como legado los Conciertos Didácticos de Piano, alumnos talento de Teresita Gómez, programa que se desarrolla desde hace más de diez años en todas las sedes y seccionales de la Alma Máter.

El 9 de septiembre de 2021 recibió de parte de la Gobernación de Antioquia el Escudo de Antioquia en categoría oro, una condecoración por su aporte a la cultura del departamento y el país, distinción que no esperaba, como ninguno de los tantos homenajes y reconocimientos que hasta hoy le han hecho en su carrera. En su lugar, se siente agradecida con la vida porque le dio el poder de compartir sus melodías: «La música es un regalo que uno tiene que hacerse y hacerles a los demás, y para que sea regalo, debe salir del corazón. Sin música, este planeta sería una pesadilla, así que interpretar una canción es como hacer una ofrenda. El universo es dios y es la música, el fenómeno del ritmo está acompasado con los latidos del corazón».

Espacios que son altares

En su casa, que es museo y altar, los objetos y sus historias entretejen el paisaje en el que diariamente esta maestra de maestros interpreta melodías y le entrega lecciones de piano a sus estudiantes. No son solo libros, plantas, discos, collares, fotografías; día a día escribe la historia de una coleccionista que encuentra la sacralidad de los objetos.

Teresita Gómez es una mujer religiosa. Desde sus dieciocho años practica la meditación y el budismo y hoy es seguidora de Maramahatsa Yogananda: «La música me llevó a esta búsqueda en la que comprendí que el aprendizaje espiritual de una persona va hasta el día de su muerte. Más allá de Occidente hay otras creencias que pueden nutrir nuestra alma, esto es algo que no nos enseñan a ver: antes de Jesucristo hubo otros iluminados, de alguna manera él y Khrisna son una dualidad, diferentes avatares de un mismo ser», declaró.

Un espacio de su casa es su panteón espiritual, en él se ve un collage de figuras religiosas, destacándose el cuadro de la Virgen de Guadalupe que pintó una íntima amiga suya mientras vivió una enfermedad. Para la maestra hay que saber escuchar los mensajes de quienes vieron en el dolor la posibilidad de crear algo superior a sus fuerzas: «Beethoven estuvo mucho tiempo sordo y viviendo en inquilinatos; Vicent van Gogh pasó gran parte de su vida padeciendo su condición mental, y mira lo que nos ofrecieron con su arte:  trascendieron el tiempo sin buscar hacerlo».

Su colección de arte abarca toda el área de su apartamento, incluyendo el baño y los patios. La disposición de estas obras habla de un proceso curatorial que ella emprendió para esos objetos que, en su mayoría, le han llegado como obsequios. En las paredes se destacan pinturas de Enrique Grau, Fernando Acosta, Armando Montoya, Elkin Obregón, Alexandra Rendón y diseños de Daniel Montoya, su nieto, entre muchos otros.

En la mitad de su hogar, en medio de retratos de sus padres, hijos y maestros musicales, se ve un comedor, dispuesto como si fuera parte de la exposición: «Ese era el comedor de una niña vecina a la que los padres nunca dejaron juntar conmigo en su infancia, y mira tú las vueltas de la vida: muchos años después, ella me legó la mesa en la que comía su familia y hoy es uno de mis objetos más preciados».

Hacer audible lo invisible

En la casa tiene tres pianos, uno de los cuales usa para dictar las clases a sus estudiantes. Todos han sido seleccionados de acuerdo con una conexión esotérica que guarda con el instrumento. Durante la pandemia se dedicó a leer y a estudiar. A sus alumnos, que siguen asistiendo a clases presenciales, les dice: «Si tienen gripa no vengan, y a casi todos les dio —recuerda entre risas—. Enseñar música se me hace más difícil virtualmente; lo sé hacer, pero considero que la presencia es fundamental para este proceso».

Los pianos para ella son algo orgánico, como extensiones de su ser, como el Yamaha del Teatro Universitario Camilo Torres, un tesoro universitario que llegó a la Alma Máter hace diez años y fue escogido por ella para que fuera el piano oficial de la Universidad de Antioquia. Uno de los aprendizajes más fuertes que tuvo en el pasado fue justamente relacionado con el instrumento: «En la década de los 90 me operaron de túnel carpiano y la intervención en mis manos causó que tuviera que volver a aprender a tocar. Sentía que tenía todo el conocimiento en la cabeza, pero no en las manos».

Su historia no solo está relacionada con las teclas. También es una amante del tango, la salsa, el blues y el hip-hop, que le parece un periódico hablado. En su colección de discos resaltan Billie Holiday, Papo Lucca, Richie Ray e Isabel Pantoja: «Hay que leer no solo libros, sino también la música, incluso los sonidos populares, porque de ellos nace lo clásico. Concuerdo con Schumann en aquello que decía de que la música se divide en dos, la buena y la mala. Creo que la música permite escuchar aquello que es invisible y fundamental para todos».

Una colección de colecciones

En la casa —que comparte con su perra Frida— guarda no solo los objetos y colecciones que han llegado a sus manos, también sus historias. Con milimétrico cuidado dispone los libros en las estanterías y ubica las plantas del jardín, objetos de los que dice hacen parte de su comprensión de la vida y de sentirse rodeada de aquellos elementos que la influencian espiritualmente.

«No soy nada sencilla. Decirse a sí mismo “voy a ser sencillo” es bobada porque es fingido; lo que sí es importante es agradecer», comentó, señalando una gran pared en la que aparece la indumentaria con que se adorna. Sin embargo, aclaró que no le gustan las joyas sino las chaquiras y las semillas, y por eso las dispone por colores y formas, delatando así su natural tendencia al coleccionismo.

Junto a una gran ventana y a un compendio de fotos y documentos, tiene su jardín de flores —lavandas, pensamientos y anturios— y follajes tradicionales. Comentó que estas le recuerdan el relato de El Principito, quien le quitaba las raíces a los baobabs periódicamente para limpiar su planeta: «Mi casa es mi planeta, estos detalles que ves son mi vida, el libro en el que estoy escribiendo mis respuestas ante las preguntas sobre para qué hago lo que hago y qué me hace estar aquí».

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