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El neoliberalismo está atentando contra la esencia de la Universidad

20/09/2021
Por: Francisco Cortés Rodas, profesor Instituto de Filosofía UdeA

«...  El neoliberalismo ha producido consecuencias negativas en todos los ámbitos de la sociedad. Al proyectar su racionalidad en la universidad, la debilita y, sobre todo, ataca las humanidades, las ciencias y las ciencias sociales, que son irreductibles a esa lógica empresarial que se intenta implementar a toda costa...»

La sociedad actual está experimentando acelerados cambios en la vida social e individual, y se están dando profundas transformaciones en la economía, la política, la educación y la cultura. La globalización ha producido alteraciones importantes en la organización económica de las sociedades particulares y a nivel global.

Aunque los Estados nación siguen siendo importantes y la mayoría de las acciones políticas ocurren a este nivel, la globalización, dinamizada por el neoliberalismo, es una fuerza irresistible que afecta los mercados, el trabajo, el medio ambiente, la educación y la cultura.

El neoliberalismo es una ideología poderosa que se ha desarrollado para justificar los procesos por medio de los cuales la economía capitalista de mercado se expande por todo el mundo, transformando al individuo, la sociedad, la cultura y la democracia.

En este sentido, los ideólogos neoliberales propusieron una idea que ha sido central en la definición de la relación del capitalismo con la sociedad: mientras que el liberalismo social concebía un capitalismo con crecimiento económico que ofrecía iguales oportunidades para todos e introducía una redistribución de los bienes para mejorar las posiciones de los más desfavorecidos, el neoliberalismo propuso la idea de una justicia del mercado que plantea que la única distribución justa es la que resulta de la distribución de bienes y recursos a través del mercado.

En este contexto, la educación y la cultura están siendo transformadas siguiendo los parámetros de cambio impuestos a las empresas y a todas las instituciones del Estado.

Los criterios empresariales y de mercado, desarrollados desde 1980 en el paradigma de la "New Public Management" (NPM), se han convertido en parte básica de la cultura mundial que comprende un conjunto de modelos de organización racional de la sociedad.

La transformación de la universidad, como la ha propuesto la NPM, no es un fenómeno aislado en la historia reciente. Los cambios se están dando en todos los ámbitos de la sociedad. Los hospitales, museos, editoriales e instituciones de justicia experimentan también una creciente transformación orientada hacia la mercantilización.

Estas reformas que ha generado la expansión del capitalismo neoliberal se han dirigido a convertir a la universidad en una industria o en un sector más de la economía. “Bajo el nuevo régimen de la NPM, las universidades se están transformando en empresas que compiten por el poder del mercado. La ciencia ya no se concibe como ciencia por derecho propio o como un sistema funcionalmente diferenciado y autónomo, sino como parte de la economía”, escribe Richard Münch.

En igual sentido, este proceso es denominado “industria académica”, la cual “resulta de la aplicación, por vía de la acción estatal o privada, de los criterios de gestión empresarial y de mercado a la definición de los objetivos, la organización y la evaluación de la docencia y la investigación en la universidad”, escribe Carlos Hoevel en su libro “La industria académica”.

La consecuencia de estos cambios ha sido que la educación se ha convertido en una mercancía. De este modo, las relaciones que la universidad tiene con sus profesores y la que estos sostienen con sus estudiantes han adoptado la forma de la relación mercantil, en la cual se reemplaza la formación de las personas y el florecimiento de la vida científica y cultural como últimos fines de la universidad por el objetivo de la productividad. “La autoridad que otrora daba al conocimiento la auténtica experiencia de la verdad la otorga ahora la ‘performance’ en relación con estándares cuantitativos que certifican su calidad como mercadería acreditada para circular en el circuito de intercambio de equivalentes en que se ha convertido el sistema universitario”, afirma Carlos Hoevel.

El cambio fundamental consiste en que las universidades están desarrollando nuevos modelos de enseñanza e investigación integrados cada vez más a la lógica del mercado. Rectores, decanos y vicerrectores, convertidos en “managers” de la educación superior, tienen como función básica ajustar los informes de sus facultades a los parámetros impuestos por instancias gubernamentales nacionales e internacionales (Ministerio de Educación, MinCiencias, Ocde). Se han creado además ejércitos de profesores, especialmente ocasionales y asistentes, que deben dedicar hasta el 50 por ciento de sus horas de trabajo a adaptar de forma sumisa los programas académicos de los pregrados, posgrados e investigación a las reglas de acreditación dictadas por una comunidad burocrático-científica cada vez más vinculada al puro rendimiento.

A los estudiantes en la universidad de la “industria académica” ya no les atrae más el entusiasmo que pueda despertar un buen profesor, un maestro o un pensador. El profesor es una figura romántica que ha quedado relegado en el pasado con sus libros, su cátedra y su visión atemporal y no productivista de la verdad. La verdad está estrechamente vinculada a la satisfacción de intereses comerciales y políticos.

“Los estudiantes más bien calculan el valor de cambio que puedan tener las ideas o los cursos que los profesores les 'venden' y que ellos deben decidir si 'compran' o no, como reza la jerga mercantil incorporada al lenguaje normal de la educación”, afirma Carlos Hoevel.

Las universidades se han convertido en empresas que luchan por las posiciones en los “rankings”, los cuales las transforman en actores colectivos que deben operar de forma estratégica luchando por la mejor posición en el campo estratificado y jerarquizado de la universidad. En las ligas mundiales de la clasificación de Shanghai o del Times Higher Education (Thes), Harvard, Yale, Princeton, Stanford y otras universidades son las campeonas y establecen los criterios a los que se orienta la nueva política de investigación.

En este sentido, la clasificación mundial en los “rankings” obliga a los responsables nacionales de la política de investigación a iniciar la correspondiente transformación de la financiación de la investigación, que se define en función de las necesidades del mercado y tiende a priorizar la educación técnica y tecnológica sobre la investigación científica en las ciencias naturales y sociales.

Es sorprendente de todas formas que el corpus burocrático “managerial” que regula y dirige hoy las universidades y establece las políticas de investigación se someta a participar en este juego en condiciones extremadamente desiguales y acepte las clasificaciones de los “rankings” como si fueran juicios divinos.

La transformación que se ha dado en las últimas décadas en la universidad a nivel global se caracteriza por algo muy simple: los profesores, grupos de investigación, libros, revistas y obras de arte son evaluados y clasificados con los mismos criterios con los que se valoran las actividades de un gerente o un emprendedor comercial. De esta forma, el modelo de profesor está modificándose: los docentes, que antes se dedicaban a sus cátedras y a la investigación, que tenían una vocación por la cultura, los problemas de la sociedad, el cultivo personal del espíritu, dedicación a la experimentación, la crítica y el diálogo, se han convertido en verdaderos empresarios, dedicados a aumentar su currículo, a ubicar sus “papers” de manera que alcancen la cotización más alta en el mercado de publicaciones académicas regido por las leyes de la indexación y el referato, y a competir por puestos y proyectos para estar a la altura del mercado competitivo.

La universidad actúa, entonces, como una empresa manejada estratégicamente buscando el éxito en la competencia por fondos, profesores y estudiantes. El máximo ideal de la “industria académica”, como dijo un vicerrector de espíritu empresarial, es lograr una mayor figuración internacional para que la institución sea buscada por estudiantes de todo el mundo.

No se habla de calidad educativa, de creación de ciencia, sino de universidad basada en el dominio de valores como productividad, capacidad de competencia e innovación. Así, la universidad debe “abandonar la idea de la comunidad científica como una institución básica de la producción colaborativa del conocimiento como un bien público global, y avanzar hacia la producción de un conocimiento competitivo como un bien privado para obtener rentas monopólicas en la competencia global para la innovación económica”, escribe Richard Münch.

Asistimos así al despliegue de la cultura de la sociedad neoliberal, en la cual la universidad se distancia de la formación de los ciudadanos en las disciplinas humanísticas y sociales. “Actualmente, el estado de la educación humanista se ve deteriorado por todos sus flancos: los valores culturales la desdeñan, el capital no está interesado en ella, las familias llenas de deudas y ansiosas por el futuro no la exigen, la racionalidad neoliberal no la indexa y, por supuesto, los Estados ya no invierten en ella”, aseveró Wendy Brown.

Se puede constatar, sin embargo, que muchas universidades, en Colombia y otros países, concebidas como empresas, han sido exitosas en la producción de publicaciones en revistas de alto impacto, en el número de graduados, de cursos y módulos dictados, en las actividades de asesoramiento, la cooperación con la industria y en brindarles sus mejores discípulos a los gabinetes ministeriales y cargos más cercanos a la Presidencia, como lo han hecho Los Andes, la Javeriana, el Rosario, el Externado y, ahora, la mediocre Universidad Sergio Arboleda.

“No obstante, un diagnóstico optimista así olvida el hecho quizás más esencial y asombroso que caracteriza a la industria académica: su ceguera ante el fenómeno casi universalmente extendido de la simulación, la pseudoseriedad académica y el fraude que se extiende hoy en todos los ángulos del mundo universitario”, anota Carlos Hoevel.

En suma, en virtud de estas transformaciones funcionalistas la universidad ha sido convertida en el escenario de un gigantesco simulacro.

El neoliberalismo ha producido consecuencias negativas en todos los ámbitos de la sociedad. Al proyectar su racionalidad en la universidad, la debilita y, sobre todo, ataca las humanidades, las ciencias y las ciencias sociales, que son irreductibles a esa lógica empresarial que se intenta implementar a toda costa.

Por eso hay que insistir una y otra vez en que esta sociedad tecnocrática que intenta imponer el neoliberalismo es enemiga frontal de la democracia, la ciencia y la educación pública.

Este texto fue publicado en la Silla Vacia el lunes 20 de septiembre de 2021


Notas:

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