Las antorchas modernas: proyectores de sombras sobre la verdad
Las antorchas modernas: proyectores de sombras sobre la verdad
«Salir de la caverna moderna es difícil, pero necesario. Implica romper la costumbre de aceptar sin cuestionar. Supone contrastar fuentes, detectar sesgos y distinguir entre hechos y opiniones interesadas. También requiere un compromiso ético de periodistas y medios: informar con veracidad y reconocer que la verdad es un bien común, no una mercancía manipulable. La educación es clave en este proceso (...) La escuela y la universidad deben cultivar la duda razonada, la capacidad crítica y el análisis riguroso».
La alegoría de la caverna de Platón no es una reliquia filosófica. Sigue viva en el siglo XXI. Las hogueras primitivas que proyectaban siluetas han sido reemplazadas por antorchas modernas: televisión, prensa, radio y redes sociales. Estas no muestran sombras confusas, sino imágenes calculadas y relatos persuasivos. No buscan solo informar o entretener. Su propósito es otro: deformar la realidad, sembrar confusión e influir en la opinión pública. Así mantienen a la ciudadanía encadenada a percepciones útiles para intereses privados.
En esta caverna contemporánea, los conglomerados mediáticos y ciertos seudoperiodistas son los proyectores de sombras. No relatan los hechos tal como ocurren: construyen versiones a la medida del poder económico y político. Para lograrlo emplean tácticas conocidas: omitir, exagerar, silenciar o encuadrar con sesgo. El resultado es un mosaico incompleto, fragmentado y distorsionado que el público termina aceptando como verdad absoluta.
Ejemplos sobran en la región. La presencia de buques de guerra estadounidenses en el Caribe se presenta como una cruzada heroica contra el narcotráfico. Sin embargo, analistas señalan que tras esa narrativa se ocultan otros fines: presión sobre gobiernos no alineados, injerencia en asuntos soberanos y disputas geoestratégicas frente a China y Rusia. Lo que se vende como «lucha contra las drogas» encubre, en realidad, proyectos de dominación y control regional.
Las protestas sociales en América Latina también sufren esta manipulación. La narrativa dominante las reduce a episodios violentos que amenazan la estabilidad económica. Se silencian sus causas de fondo: la exigencia de vida digna, reducción de pobreza, inclusión social y democratización política. Así, las movilizaciones aparecen en el espejo mediático como meros disturbios, nunca como expresión de justicia.
En Colombia, este fenómeno se intensificó con la llegada de un gobierno progresista. Muchos medios, en lugar de informar, se convirtieron en la primera línea de oposición política. Su estrategia es evidente: responsabilizar al presidente de problemas heredados, amplificar escándalos de funcionarios, dar eco a la oposición para frenar reformas y, al mismo tiempo, minimizar o ignorar logros de gestión. El relato no es inocente: busca debilitar el cambio social.
Las movilizaciones de Buenaventura en 2017 o el Paro Nacional de 2021 ilustran con claridad este patrón. En lugar de mostrar las décadas de abandono estatal que las originaron, los medios insistieron en imágenes de caos, bloqueos y vandalismo. La narrativa proyectada fue la de un país ingobernable.
Lo mismo ocurrió con el informe de la Comisión de la Verdad. Tras años de investigación rigurosa sobre el conflicto armado, los hallazgos fueron recibidos con silencios calculados, descalificaciones y escepticismo deliberado. Se tildó el trabajo de ideologizado o de «mentiroso», porque incomodaba al relato dominante de la guerra contra el narcoterrorismo. Una vez más, la luz de la verdad fue sofocada bajo las sombras.
Las consecuencias son profundas. La manipulación mediática fragmenta la sociedad, fomenta la polarización y erosiona la confianza. En este clima, los hechos se diluyen entre emociones y prejuicios. El miedo se convierte en instrumento de control. Frente a ello, pensar de forma crítica es ya un acto de rebeldía intelectual.
Salir de la caverna moderna es difícil, pero necesario. Implica romper la costumbre de aceptar sin cuestionar. Supone contrastar fuentes, detectar sesgos y distinguir entre hechos y opiniones interesadas. También requiere un compromiso ético de periodistas y medios: informar con veracidad y reconocer que la verdad es un bien común, no una mercancía manipulable.
La educación es clave en este proceso. Solo una formación que fomente la autonomía intelectual permitirá apagar las antorchas de la desinformación. La escuela y la universidad deben cultivar la duda razonada, la capacidad crítica y el análisis riguroso. Ciudadanos preparados podrán identificar intereses detrás de cada discurso y resistir narrativas manipuladoras.
Porque los cambios más profundos no se logran con armas, sino con conocimiento. Y solo una ciudadanía libre de cadenas podrá salir de la caverna y caminar hacia la luz de la verdad.
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