«Caballo al viento», de David Manzur
«Caballo al viento», de David Manzur
«Puede creerse, a veces, que debe ser fácil para un artista moverse libremente entre artes diferentes y que, por ejemplo, los grabados de Rembrandt son más o menos lo mismo que sus pinturas, aunque con unas características técnicas diferentes. Creemos que, tal vez, se trata solo de hacer algo parecido a lo que se hace en una pintura, pero con otros medios, lo que en la actualidad podría resolverse rápidamente con una inteligencia artificial. Y que, por tanto, para David Manzur debe haber sido muy sencillo pasar de la pintura a la creación de esta escultura. Sin embargo, el problema es mucho más complejo y este Caballo al viento puede ofrecer al respecto muchas líneas de reflexión».
El Caballo al viento, con el que David Manzur enriquece hoy el patrimonio artístico y cultural de la Universidad de Antioquia y marca un hito en el desarrollo de nuestro Museo Abierto, es un paso excepcional en el desarrollo poético del artista y la confirmación de su apertura constante a la investigación estética y formal y al riesgo creativo.
Como se ha insistido muchas veces en esta ya larga vinculación de David Manzur con la Universidad de Antioquia, el suyo ha sido un proceso sin caminos seguros, sin puntos de llegada definitivos ni procesos concluidos. Por el contrario, ha enfrentado el arte como la vida misma: un viaje que no cumple un itinerario fijado de antemano, como el que en la juventud de David Manzur algunos pretendieron que debía cumplirse para llegar a la meta de la abstracción, que permitiera al arte colombiano homologarse con las corrientes internacionales del momento.
Manzur es, más bien, un viajero curioso abierto a las posibilidades que le sugiere el camino, día a día. Y así, por ejemplo, tras sumergirse en la experiencia del arte abstracto como asistente en Chicago de Naum Gabo, una de las mentes más altas de la abstracción, lo que seguramente le habría garantizado una vía segura al éxito, David Manzur se encuentra con el arte barroco español y con ciertas manifestaciones del siglo XIX, y prefiere seguir ese sendero, lleno de dificultades, que todos le recomiendan evitar. En efecto, ese sendero pasa por parajes de decoración, retórica, teatralidad y literatura que la mayoría de los artistas de su tiempo rechazan.
Porque, por supuesto, el peligro de perderse en esos caminos está siempre presente. Y cuando el arte se entiende como investigación y riesgo quizá el artista sienta, a veces, como propias las palabras de Dante: En medio del camino de la vida me encontré perdido en una selva oscura, por haberme apartado del camino recto, es decir, de la vía preestablecida. Pero sin el reto de perderse, no existe la posibilidad de encontrar horizontes y cielos imprevistos.
La escultura de David Manzur es uno de esos horizontes imprevistos.
Entre los años 60 y 70 realizó una amplia serie de intervenciones espaciales, la mayor parte de ellos como especies de relieves que creaban juegos de luces y de planos a partir de hilos y alambres; son obras que se pueden inscribir en los complejos debates que atraviesa el arte tridimensional en el siglo XX, buscando liberarse de la estética del monumento celebrativo vinculado con las esferas del poder. Pero Caballo al viento se ubica en una dimensión diferente.
Setenta y dos años años después de haber presentado la primera exposición individual de su obra en el Museo Nacional, en Bogotá, David Manzur le entrega hoy a la Universidad de Antioquia la primera escultura de su vida, que nos permite, además, reflexionar acerca de su carácter excepcional.
Puede creerse, a veces, que debe ser fácil para un artista moverse libremente entre artes diferentes y que, por ejemplo, los grabados de Rembrandt son más o menos lo mismo que sus pinturas, aunque con unas características técnicas diferentes. Creemos que, tal vez, se trata solo de hacer algo parecido a lo que se hace en una pintura, pero con otros medios, lo que en la actualidad podría resolverse rápidamente con una inteligencia artificial. Y que, por tanto, para David Manzur debe haber sido muy sencillo pasar de la pintura a la creación de esta escultura. Sin embargo, el problema es mucho más complejo y este Caballo al viento puede ofrecer al respecto muchas líneas de reflexión, entre las cuales quisiera proponer solo dos, íntimamente relacionadas.
Por una parte, seguramente resulta evidente que el sentido que mueve la poética de la obra de un artista se mantiene a pesar del cambio de lenguaje; la visión del mundo, su idea acerca del arte y de su función social, incluso sus referentes conceptuales y temáticos se mantienen, porque todo ello se vincula con la coherencia de la personalidad artística. Pero el lenguaje es diferente, incluso mucho más de lo que puede separar dos idiomas distintos.
De la misma manera que una pintura no puede ser traducida en palabras o, al contrario, que una novela o un poema no puede convertirse en pintura —puede, sí, impulsar su creación pero no reemplazarla—, tampoco la pintura y la escultura son intercambiables y, por tanto, esos distintos lenguajes posibilitan que podamos llegar a descubrir otros perfiles del mundo de David Manzur que su pintura no alcanza a revelar. Efectivamente, en Caballo al viento está David Manzur; pero las luces de su pensamiento se manifiestan de otra manera.
Y, por último, en segundo lugar, como manifestación de la peculiaridad propia de la escultura frente a la pintura, Caballo al viento presenta unas características formales que se diferencian notablemente de las de la pintura de Manzur. Frente al exceso, el barroco y la complejidad compositiva de las pinturas en la cuales se puede percibir un juego sabio de acumulaciones, esta escultura parece filtrada por el pensamiento hasta llegar a una simplicidad mínima en la que reposa su poder.
Gracias al Maestro David Manzur, la Universidad de Antioquia tiene hoy una posibilidad más para reflexionar sobre los valores de la comunidad, de la cultura y del arte.
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