Y si pierde materias ¿qué?
Y si pierde materias ¿qué?
«...Dos semanas más tarde le mostré el boletín completo, y después de hacerle énfasis de nuevo en sus dos “excelentes” le pregunté si le gustaría obtener un “excelente” en los otros aspectos también. Me respondió que sí, mostrándome con su actitud la convicción plena de que él podía lograrlo...»
Cuando mi hijo Josué tenía 5 años decidimos con su madre cambiarlo de colegio a uno que tuviera mayor trayectoria y reconocimiento. Al iniciar el año escolar todo parecía estar funcionando bien, hasta que un día, muy temprano en la mañana, me entregaron en su colegio el primer informe de desempeño y mi sorpresa fue mayúscula: ¡no podía creer lo que estaba viendo!. En casi todos los aspectos evaluados, tanto actitudinales como académicos, tenía “insuficiente”. Quedé mudo, perplejo y desconcertado. Salí de su colegio furibundo, invadido por un cúmulo indescriptible de sentimientos.
Durante el tiempo que pasé en mi vehículo para llegar a mi lugar de trabajo me dejé llevar por todos los pensamientos que mi propia mortificación generaba. Pensaba: “¡Es el colmo! ¡Todo el esfuerzo que habíamos hecho y seguíamos haciendo para tener nuestro hijo en ese colegio para que él solo fuera allá para molestar!” “Y vea, dizque hijo de un profesor, ¡ay Sagrado Rostro!”.
Me imaginaba todo lo que le iba a decir y los “castigos” que le iba a imponer. ¡Lo único que sabía era que le dejaría muy claro que no se imaginara que él iba a poder hacer lo que le viniera en gana!
Después de esa rabia inicial me asaltaron unos pensamientos y unas emociones que me produjeron malestar. Me preguntaba: “¿Qué pasaría si yo no lograba que mi hijo cambiara, si seguía desaplicado, si comenzaba a perder años y descubría que a él no le gustaba el estudio?”
Recordé cómo muchos de los estudiantes en mi trayecto como profesor, que no se habían podido adaptar al colegio habían desertado para formar parte de pandillas y consumir droga. Pensé en la posibilidad de que mi hijo se me saliera de control en su adolescencia sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo. ¡Yo no quería ser un padre fracasado!
Tenía que encontrar una solución, pero no tenía ni idea qué era lo que debía hacer; aunque como psicólogo que soy, había aconsejado a un sin número de padres de cómo actuar con sus hijos, es diferente cuando se trata de tu propio hijo. Lo único que sí tenía muy claro era la importancia que tenía este momento para la vida de mi hijo, porque sabía que su futuro dependería de cómo actuara yo con él en ese momento. Pero entre más pensaba y más ayuda pedía al cielo para tener claro qué hacer para evitarme estos sufrimientos futuros, más en blanco quedaba mi mente.
De pronto algo ocurrió y, para mi sorpresa, sin que yo mismo me diera cuenta, ni cómo ni por qué, mis pensamientos cambiaron. Vino a mi mente la imagen de mi hijo, su pequeña carita con sus enormes ojos color miel, su sonrisa que ilumina todo su rostro, sus lindas, grandes y suaves manos. Me acordé del día en que nació, de cómo al verlo por vez primera mi corazón conoció un amor de una profundidad que nunca antes había sentido, de cómo Dios me permitió ser padre de tan valioso varón.
Fue solo cuando me pude conectar con este sentimiento que entendí que lo más importante era que él fuera feliz, que mantuviera siempre el brillo en sus ojos, que su sonrisa estuviera siempre presente. Comprendí en ese momento que no importaba si él quería o no estudiar porque mi única aspiración tenía que ser que él fuera feliz. Y tomé conciencia de que mi tarea era dar todo lo que pudiera para ayudarle a encontrar su camino.
Así que a partir de ese momento ¡dejé de pedir por mi bienestar y mi tranquilidad y empecé a orar para tener la sabiduría que necesitaba para descubrir lo que tenía que hacer para poder ayudar a mi hijo!
Cuando faltaba muy poco para llegar a mi trabajo, aunque aún no sabía qué era lo que tendría que hacer, mis sentimientos ya eran muy diferentes. Ahí me di cuenta de que yo mismo, sin saber cómo, había pasado de la soberbia de creer que mi deber era mantener a mi hijo bajo control, a la humildad de reconocer que no sabía qué hacer. Estando ya mucho más tranquilo volví a mirar el boletín, y vi con claridad que, aunque mi hijo había perdido casi todas las materias, en dos de las materias su calificación había sido excelente. ¡En ese instante pude ver con claridad que lo que tenía que hacer era centrar mi atención en lo que él había hecho muy bien!
Así que al llegar a la casa en la noche, lo primero que hice fue abrazar a mi hijo y felicitarlo porque su profesora me había dicho que él era excelente en autonomía y en educación física. Sus ojos se iluminaron, e inmediatamente me preguntó con la inocencia característica de un niño de 5 años: “Papi, ¿qué quiere decir eso de ser excelente en estas dos cosas?”
Le expliqué que su autonomía era lo que le permitía amarrarse solo los zapatos, ir al baño solo, comer solo (todo esto me lo había dicho la profesora); y que en educación física era excelente porque él hacía muy bien los ejercicios y se los enseñaba a su compañeritos/as (cabe decir, que mi hijo entrena karate desde los tres años). Él se puso feliz, ¡y yo solo lo abrazaba y le repetía una y otra vez que él era excelente en autonomía y educación física! Y cuando hablé con su madre le conté sobre los “excelentes” que había sacado, y ella también lo felicitó.
Dos semanas más tarde le mostré el boletín completo, y después de hacerle énfasis de nuevo en sus dos “excelentes” le pregunté si le gustaría obtener un “excelente” en los otros aspectos también. Me respondió que sí, mostrándome con su actitud la convicción plena de que él podía lograrlo.
El resultado fue que en cada entrega de boletines sus resultados eran sustancialmente mejores, y al final de ese año sus evaluaciones en todo estaban en “alto” y “superior”.
Dos años después se ganó el mérito a la excelencia en su curso, vinieron de Estados Unidos a filmar un documental sobre su proceso de Investigación con Microbichos Robóticos en el programa “Pensando en Grande” donde su profesora Silvia Marín lo supo canalizar al enfocarse en sus talentos y no en sus deficiencias; y hasta el día de hoy sigue siendo un estudiante muy destacado. Aprendí además, a relajarme con el asunto de sus notas evaluativas (ver video “Josué creador microbichos - Pensando en Grande - 13 de mayo-2015” que acompaña esta historia: https://www.youtube.com/watch?v=66suQQSYioo).
Nota
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