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Academia Ciencia

¿A qué suena la descomposición del suelo?

Audio
18/04/2024
Por: Natalia Piedrahita Tamayo- Periodista

A partir de bolsitas de té enterradas en el bosque tropical de la Sede de Estudios Ecológicos y Agroambientales ―Tulenapa― en el Campus Carepa de la Universidad de Antioquia, se obtienen datos básicos para crear sonificaciones y canciones que, además de propiciar análisis científicos, constituyen estrategias de apropiación social del conocimiento para comunidades no científicas y personas con discapacidades visuales.

Bolsas de té para recoger datos de la descomposición del suelo de Tulenapa, en el Urabá antioqueño. Foto: Juan Felipe Blanco Libreros.

La recolección de datos se realizó dentro de un metro cuadrado de una plantación de árboles de caucho —género Castilla— que se estableció detrás del bloque administrativo de la Sede de Estudios Agroecológicos y Ambientales ―Tulenapa― de la Seccional Urabá de la Universidad de Antioquia. Allí se depositaron quince bolsitas de té verde, que eran remplazadas aproximadamente cada 30 días, y que funcionaron como los precursores de un proyecto de diálogo entre ciencia y arte: la sonificación y musicalización de datos de la descomposición de suelo.

Los datos que se sonificaron corresponden al peso remanente de la materia orgánica vegetal después de un mes de descomposición mediada por la actividad del suelo en el que se enterraron las bolsitas de té, un nuevo estándar para este tipo de estudios. Según el coordinador de la investigación, Juan Felipe Blanco Libreros, investigador y profesor titular del Instituto de Biología, adscrito a la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, este es un experimento nuevo en Colombia, y relativamente nuevo en el mundo, con antecedentes desde hace solo 10 años —ver recuadro—.

Además, es novedoso porque la información recolectada se convirtió en una pieza sonora llamada Tulenapa Smooth Jazz, basada en datos que se levantaron entre septiembre de 2021 y mayo de 2023.

Otras formas de hacer ciencia

El objetivo de la sonificación es convertir datos en señales sonoras de interés científico. En las últimas dos décadas surgió una confluencia de ciencia y artes que planteó la idea de buscar inspiración dentro de los mismos patrones de datos para hacer música y así transmitir la información normalmente visual de manera sonora.

Es un proceso simple y a la vez complejo. Así lo describió Blanco Libreros: «Tomamos el peso inicial de las bolsas de té verde de una marca específica. Luego, las enterramos a cinco centímetros de la superficie. Después de un mes retiramos cada bolsa del medio —en este caso el bosque de Tulenapa—. Parte del material vegetal que contenía se “fue” porque se incorporó al sistema digestivo de los invertebrados y a la red alimenticia en la que también participan hongos y bacterias, y ese metabolismo finalmente se convierte en dos cosas: en masa en los seres vivos o en CO2 liberado a la atmósfera. Lo que queda en las bolsas es lo que no consumieron por falta de tiempo o por la difícil digestión de estos microorganismos: ese remanente, que es un testigo de la captura de carbono en el suelo, es el que nos da los datos que se sonifican». Esta exploración se inició y continuará con el proyecto Urabá Biodiversa, financiado con recursos del Sistema General de Regalías para la Ciencia y la Tecnología.

Metodología
 


El proceso de sonificación consiste en diseñar un paralelo entre datos y música en el cual se le asignan valores a cada dato dentro de una jerarquía de uno a siete, con lo cual pueden convertirse en notas musicales y representarse en un tiempo determinado para hacer la métrica de una composición. En estos datos se reflejan las mediciones de diferentes factores de la descomposición de la materia orgánica, así como las dinámicas de los microorganismos que participan en esos procesos.

«El peso de la bolsita al final del proceso marca un dato, al igual que la variación de estos pesos dentro del mismo mes y el área de estudio. Son 15 bolsitas dentro de un metro cuadrado y se reemplazan cada mes, o sea que en términos de estructura musical hay 15 «golpes» y cada mes sería semejante a un compás. Todo esto derivó en 90 bolsas al cabo de seis meses y si a cada bolsa le damos un «golpe» de un segundo de duración podemos construir una pieza de minuto y medio», detalló Blanco Libreros.

Se tienen diferentes variables con diferentes patrones sonoros que determinan factores como armonía, sincronía, ritmo, con los que se compone la música. Por ejemplo: los datos del clima suben y bajan en un mismo día y este comportamiento rítmico permite enlazar melodías. Entendiendo unas bases musicales, los biólogos, o, en general, los científicos, pueden transmitir emociones con datos, y de ese diálogo pueden derivarse nuevos conocimientos y métodos.

Primeros referentes de la sonificación

Los estudios de la astronomía y la física de partículas, al convertir en sonidos y música los datos que les llegaban de diferentes regiones del universo —son datos muy pesados—, identificaron formas de almacenamiento y análisis a partir de datos sonoros o audibles. En las ciencias de la salud también se ha trabajado a partir de electrocardiogramas y grabaciones de sonidos de diferentes órganos vitales desde hace más de cincuenta años. Las ciencias de la Tierra y la oceanografía han adoptado poco a poco esta práctica.

Hoy muchos investigadores se interesan en convertir datos en sonido por las dificultades de representarlos visualmente —lo que es conocido en inglés como big data—; trabajar con sonidos a veces simplifica los procesos.

«Cada experimento tiene sus patrones melódicos, es como si tuviéramos una pequeña orquesta ensamblada. Cada instrumento tiene su espíritu y colores y con ello dan diferentes opciones creativas. La estructura de los datos permite crear pistas con varios ritmos, como el jazz y el blues», opinó Blanco Libreros.

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Los datos se convirtieron en una excusa para hablar de ciencia a través de su musicalización, que puede ser interesante para científicos que quieran ir más allá de los lugares comunes, pero, asimismo, puede ser una oportunidad para entablar un nuevo diálogo con científicos tradicionales y otros campos.

«Esto abre puertas para comunicarnos con otros grupos de interés y así despertar curiosidad sobre la protección de la naturaleza. Es una oportunidad para pasar barreras comunicacionales y llegar a personas que han sido marginadas de la comunidad científica. Si la comunicación y las ciencias naturales están basadas en los gráficos y la letra, en lo visual, qué tal si también trabajamos con composiciones sonoras», concluyó Blanco Libreros.
 


Un sorprendente micromundo

La Sede de Estudios Agroecológicos y Ambientales ―Tulenapa—, ubicada en Carepa, es un bosque húmedo tropical ideal para la investigación, porque contiene un área natural muy extensa y porque es clave para leer el entorno de lo que es la ruralidad de Urabá. En sus bosques están los componentes esenciales para investigar factores relacionados con la ecología del suelo.

«Tenemos varios antecedentes de investigaciones de diferentes disciplinas y de varias universidades en esta zona, que propicia los inventarios de fauna, flora y funga. Como ecólogos —y con financiación del Codi—, realizamos allí los estudios que derivaron en la declaratoria de estos predios como área de conservación para la biodiversidad, ya que es un reservorio de carbono en el suelo y un regulador del microclima que presta un sinnúmero de servicios ecosistémicos y es hábitat de muchas especies de fauna y flora», concluyó el experto Blanco Libreros. 

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