Vallenatos, alegorías sonoras de la fauna y la flora
Vallenatos, alegorías sonoras de la fauna y la flora
Algunos vallenatos son auténticas odas a la naturaleza, inspirados en el canto de los pájaros y el rugido de los ríos. En otros, el esplendor de los árboles y el colorido de las flores se convierten en el eje central de estas crónicas sonoras. Procesos como la polinización y el cortejo de diversas especies son narrados y sonorizados por los juglares de las costas de Colombia. Dos investigadores de la UdeA examinan la memoria de la naturaleza presente en estas canciones, que son consideradas una parte esencial del patrimonio sonoro nacional.
Campano o samán, uno de los árboles mencionados en los vallenatos. Imagen: CEphoto, Uwe Aranas.
Matilde Lina es una de las canciones más populares de Colombia. Compuesta por Leandro Díaz y popularizada en 1969 por Alfredo Gutiérrez. Es un canto vallenato a un amor de juventud en el que el entorno ribereño enmarca las añoranzas del autor: Un medio día estuve pensando en la mujer que me hace soñar, las aguas claras del río Tocaimo me dieron fuerzas para cantar… Este sentimiento se hizo más grande que palpitaba mi corazón, el bello canto de los turpiales me acompañaba esta canción. Este fragmento delata la profundidad del bosque que circunda a los ríos Tocaimo y Guatapurí, en el departamento del Cesar, como locación de evocación.
«Es común ver personas sentadas sobre las piedras de los ríos cantando o tocando el acordeón en los videos musicales vallenatos. Esta escena nace de una comunicación profunda con la naturaleza. Valledupar, meca del canto vallenato, era hace un siglo un centro cultural compuesto por cuatro calles y un río; algunos compositores crecieron viendo este entorno. A partir de 1970 este lugar cambió, pero los juglares costeños guardaron esa memoria de pequeño pueblo en sus canciones», explicó Marina Quintero Quintero, psicopedagoga, investigadora y profesora de la Facultad de Educación de la Universidad de Antioquia.
El origen del vallenato como género musical está ligado al paso de fuentes hídricas como el río Grande de la Magdalena, principal afluente que baña el Caribe colombiano. Artistas, escritores y músicos han encontrado en el sonido de sus aguas la inspiración para componer sus obras; en esa misma vertiente han encontrado la fauna, flora y paisaje que vive en su entorno y que en medio de sus dinámicas naturales les ha dado temas para la entonación, como la frondosidad y abundancia vegetal de Colombia.
«En climas tan cálidos y en medio de esos caminos que había que hacer en burro o a pie, era obligatorio descansar bajo la frondosidad o la sombra de un samán antes de retomar la jornada de trabajo o viaje, las alegorías al campano —Samanea saman—, llamado 'samán' en otras regiones del país, por la amplitud de sus hojas es recurrente porque representa la frescura o el descanso paralelos hombres que trabajan con la fauna o con la tierra», destacó Álvaro Cogollo Pacheco, biólogo e investigador de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales que ha redactado tres libros sobre vallenatos y botánica.
Con sus cuatro aires —paseo, merengue, son y puya—; y a lo largo de su historia, el vallenato se ha conectado con las narrativas literarias para hablar del paisaje y los fenómenos naturales; y de la misma manera, ha sido inspiración para escritores como Gabriel García Márquez, quien recibió el premio Nobel de Literatura en 1982 en compañía del compositor Rafael Escalona. Tres años después, en el epígrafe de El amor en los tiempos del cólera, anotó: «En adelanto van en sus lugares: ya tienen su diosa coronada», tomando la frase de la canción La Diosa coronada de Leandro Díaz.
«Algunos compositores vallenatos son hombres letrados, en muchos casos fue la experiencia de la lectura la que los lanzó a la poesía y el Romanticismo musical, que tiene todo que ver con la contemplación de la naturaleza. Son hombres de monte que van al río para encontrar la inspiración, por eso en muchas fotografías y videos musicales se les ve cantando o tocando el acordeón montados en las piedras mientras el río pasa. De alguna manera estas son crónicas cantadas de la naturaleza», narró Quintero Quintero, también directora del programa de radio «Una voz y un acordeón», que se ha transmitido por más de 40 años en la Emisora Cultural de la Universidad de Antioquia.
Odas al río Grande de la Magdalena y sus especies
Algunas canciones son himnos a la naturaleza que pueden destacarse en el vasto legado vallenato. Esta es una breve selección de aquellas composiciones que perviven en la memoria de los colombianos:
La fiesta de los pájaros
Sergio Moya Molina
En esta puya —el ritmo vallenato más ágil en pulsaciones y articulación, y, por ende, uno de los más desafiantes de interpretar— se manifiesta un profundo amor por la naturaleza. A través de los vibrantes sonidos del acordeón, se reproducen los cantos de diversas aves, como el carpintero —Colaptes melanochloros—, el sirirí —Tyrannus melancholicus— y la guacharaca —Ortalis ruficauda—, creando un paisaje sonoro que celebra la riqueza del entorno natural. Esta composición encarna una unidad vital entre el hombre y la naturaleza, evidenciando cómo el compositor encontró en las aves que habitan el monte su fuente de inspiración. Junto al caudal del río, la variación sonora de los cantos aviares se entrelaza en la melodía, dotando a la pieza de un esplendor y una destreza singulares. los del patriarcado de la casa de los cosas de la vida
Según Quintero, «este es quizás el vallenato más difícil de tocar y uno de los himnos más significativos de la provincia, convirtiéndolo en una prueba de destreza en festivales como la Leyenda Vallenata, que se celebra anualmente en Valledupar, César. En este sentido, la puya no solo es un desafío técnico, sino también una celebración de la identidad cultural y de la conexión profunda entre la música y el paisaje que la inspira».
El chupaflor
José Barros Palomino
Este destacado juglar vallenato, oriundo de El Banco, Magdalena, celebra en su música el fascinante proceso que la ciencia denomina polinización, enfocándose especialmente en el coqueteo del chupaflor —Trochilidae— con las flores. Esta pequeña ave, llamada 'colibrí' en otras regiones y conocida por su agilidad y belleza, se convierte en un símbolo de la conexión entre la flora y la fauna en su entorno. Como señala Cogollo Pacheco, «el chupaflor, junto con el gallo —Gallus gallus domesticus— y la paloma —Columba livia—, es una de las aves más mencionadas en las canciones vallenatas; sin embargo, la figura original y primaria en esta tradición es la de Barrios Palomino, quien, a lo largo de su vida, dejó un legado impresionante al grabar más de 500 canciones, muchas de las cuales hacen referencia a las aves de su región». La obra de Palomino no solo enriquece el repertorio vallenato, sino que refleja el respeto que estos músicos sienten por la naturaleza que los rodea.
El pájaro carpintero
Juancho Polo Valencia
Muchos compositores, entre ellos Juancho Polo, fueron agricultores o descendientes de ellos, por lo cual crecieron mirando la fauna y sus dinámicas. En esta canción, cuya primera aparición fue en el álbum 20 Clásicos Vallenato que se lanzó en el año 1970, se reporta la aparición de esta ave que circunda las zonas del litoral. «El arte es metonímico, presenta una cosa para designar otra, trasladando el sentido de las cosas. En este caso, el carpintero —Melanerpes rubricapillus— representa la soledad y su compositor nos dice que se parece al humano en su dolor: es una soledad y una tristeza profunda que lo lleva a romper el palo con su pico. Los trinos de este pájaro le alegran el alma y le ayudan a encontrar la ilusión», explicó Quintero.
Bajo el palo e’ mango
Leandro Díaz
El paisaje ribereño está marcado por árboles comunes en los pueblos de las regiones de Bolívar, Cesar, Córdoba, La Guajira, Sucre y Magdalena y uno de ellos es el Mango —Mangifera índica— que no falta en las plazas de los pueblos. «En ciertas épocas del año sus frutos te pegan en la cara, son abundantes; vas caminando y te caen encima. Es un ser mítico, en Valledupar le hacen poemas, es el único que no tocan los alcaldes que quieren subirle la temperatura a las plazas», dijo Cogollo Pacheco.
Para Cogollo Pacheco, el folclor vallenato va más allá de una mera celebración del esplendor de árboles y flores; en las letras de estas canciones se revelan temas profundos que tocan aspectos esenciales de la cultura y la vida cotidiana. Las referencias al uso de maderas provenientes de diversas plantas son un reflejo de la relación intrínseca entre la música y el entorno natural. Instrumentos emblemáticos como la tambora y la caja se elaboran a partir de materias primas como el caracolí —Anacardium excelsum— y el bejuco melero —Melianthus major—, mostrando cómo los recursos del entorno se integran en la creación musical. Sin embargo, el banco volador —Gyrocarpus americanus— se destaca por su versatilidad, siendo la madera más utilizada en la fabricación de instrumentos, lo que subraya su importancia en la tradición vallenata.
Esta conexión entre la música y la naturaleza no solo enriquece el patrimonio cultural, sino que también nos invita a reflexionar sobre la sostenibilidad y la preservación de nuestros recursos naturales. En última instancia, el vallenato se convierte en un medio poderoso para contar la historia de una comunidad que valora su entorno y lo traduce en sonidos que resuenan con la vida misma.
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