¿Nos importa la vida? ¿La de quién(es)?
¿Nos importa la vida? ¿La de quién(es)?
"...sigue siendo cuestionable que en sociedades como la nuestra se continúe abriendo espacio a la muerte violenta. Sí, esa que desconoce la legalidad, el respeto y la dignidad humana..."
Si nos detenemos a reflexionar por un momento sobre la importancia que le damos -o le deberíamos dar- a la vida, quizás un número significativo de personas coincidiriamos en afirmar que le corresponde un valor primordial.
Este pensamiento lo ratificamos cuando se trata de pensar en la vida propia, o cuando sufrimos la pérdida de un familiar, de un amigo, o de un ser querido, máxime si ocurre por razones de violencia.
A pesar de su inevitable suceso como hecho biológico, procuramos afrontar la muerte desde diferentes sectores: el científico y educativo, el político y legal, el económico y social, el artístico y cultural, el personal y familiar, entre otros. Sin embargo, sigue siendo cuestionable que en sociedades como la nuestra se continúe abriendo espacio a la muerte violenta. Sí, esa que desconoce la legalidad, el respeto y la dignidad humana.
Cualquier circunstancia que esté detrás de ella, la significación ideológica que se le pretenda adjudicar, los fines que persiga y la autoría que le corresponda, siguen haciéndola censurable. En una sociedad que ha vivido de múltiples formas la violencia durante varias décadas, tanto la violencia institucional como la violencia ilegal-social, resulta reprochable e indeseable. A su paso esta trae consigo tiempos marcados por el dolor, el miedo y el terror, que son abonados sobre intereses mezquinos y particulares que nos consumen sin distinción alguna: civiles, miembros de la fuerza pública, militantes políticos, líderes sociales, niños, población LGBTI, extranjeros, hombres y mujeres.
Esta problemática multicausal recibe insumos de varias fuentes, por eso no puede existir una fórmula mágica para acabarla. Tampoco es aconsejable fijar la confianza en mesías políticos, que como apostadores oportunistas sacan provecho en cada suceso. Resulta ingenuo pensar entonces que un simple aumento del pie de fuerza pública sería la solución. Mucho menos sensato parece hoy renunciar a parte de las libertades y derechos en favor de ofrecimientos de seguridad que pronto serán banderas políticas en promoción: “dos por el precio de uno”.
No se trata de asumir esas lógicas enfermizas de amigo-enemigo, que tanto daño nos han hecho ya. Tampoco se trata de segmentar la sociedad entre “ciudadanos de bien” y otros que no lo serían. O de pensar, de forma ingenua, que “somos buenos y malos” (afirmaciones propagadas en las redes sociales). Asumir el problema de esa forma es hacerlo, en alguna medida, de manera simplista e irresponsable.
Encarar la compleja realidad político-social descrita requiere de la toma de conciencia y de una actitud crítica por parte de cada uno de nosotros. También del rechazo categórico frente a cualquier manifestación violenta que desconozca la diferencia, la vida y las reglas e instituciones fijadas como indispensables para nuestro decurso social. Aceptar lo contrario sería un grotesco retroceso que nos situaría en una condición política, cuando menos, primitiva.
Nota
Este es el espacio de opinión del Portal Universitario, destinado a columnistas que voluntariamente expresan sus posturas sobre temáticas elegidas por ellos mismos. Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de la Universidad de Antioquia.
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