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Opinión

Condiciones para estudiar

23/10/2025
Por: Adrián Restrepo Parra. Profesor del Instituto de Estudios Políticos de la UdeA.

«¿Dónde quedó la empatía y solidaridad con los estudiantes hacinados que no tienen condiciones básicas para estudiar en casa o, incluso, en su barrio? ¿Esa empatía y solidaridad se la llevó también la pandemia? Preguntas que surgen al contemplar las condiciones actuales de una parte significativa de la Ciudad Universitaria, especialmente, el sector de ciencias sociales y humanas denominado hoy la L —los bloques 9, 10, 11, 12, 13, 14 y 25— (...) Estamos enterados de las repetidas veces en las cuales los estudiantes —y no solo ellos— son desalojados de las mesas porque «yo tengo ahí mi venta». (...) Sigue el reto de intentar estudiar en un ambiente bastante adverso, incluso quizás más que el de la casa hacinada y el barrio: ruido de los bafles de algunos venteros, olores de comidas preparadas en el acto y humos de todo tipo».

En el encierro obligado por la pandemia por la covid-19 nos dimos cuenta, o ratificamos, que una parte significativa de los estudiantes de la Universidad de Antioquia no contaban con las condiciones mínimas para poder atender las actividades educativas desde sus casas. Sobresalieron hechos como no contar con un computador, la conectividad era deficiente y el hacinamiento en el hogar hacían muy complicado para los estudiantes tener un espacio en el cual concentrarse durante y después de la clase virtual.

En una casa hacinada los ruidos de los familiares conversando, viendo televisión, bañándose, cocinando, escuchando música, las mascotas expresándose, las ollas hirviendo y emanando olores se combinaban con los ruidos externos como el de los vecinos con sus equipos de sonido a alto volumen, el megáfono de los vendedores ambulantes —¡lleve el aguacate pa'l almuerzo!—, el estridente paso de los carros y motos, entre otros. Todo lo adverso a unas condiciones mínimas para que un estudiante pudiera realmente decir que podía estudiar, tal como lo quería.

La magnitud de esa situación generó empatía con esos estudiantes que, aunque queriendo estudiar, no podían hacerlo reposadamente, por el contrario, el esfuerzo en condiciones como esas es mayúsculo y, posiblemente, infructuoso. Desde la administración de la universidad hasta las oficinas estudiantiles manifestaron su solidaridad con estos estudiantes. En el marco de lo posible se hicieron esfuerzos para mejorar esas condiciones.

De hecho, algunos sectores de la universidad propusieron, con urgencia, considerar la posibilidad de abrir parcialmente la UdeA para que esos estudiantes pudieran ir a un lugar donde sí podrían tener esas anheladas condiciones para el estudio. ¿Qué ha quedado de esas buenas intenciones una vez abierta la UdeA? ¿Dónde quedó la empatía y solidaridad con los estudiantes hacinados que no tienen condiciones básicas para estudiar en casa o, incluso, en su barrio? ¿Esa empatía y solidaridad se la llevó también la pandemia?

Preguntas que surgen al contemplar las condiciones actuales de una parte significativa de la Ciudad Universitaria, especialmente, el sector de ciencias sociales y humanas denominado hoy la L —los bloques 9, 10, 11, 12, 13, 14 y 25—. Allí conseguir una mesa para estudiar es complicado, no solo porque sean muchos los interesados, sino particularmente porque muchas de esas mesas tienen «dueño». Estamos enterados de las repetidas veces en las cuales los estudiantes —y no solo ellos— son desalojados de las mesas porque «yo tengo ahí mi venta».

Pero ese no es el único inconveniente, si el peregrinaje permite encontrar una mesa para estudiar, sigue el reto de intentar estudiar en un ambiente bastante adverso, incluso quizás más que el de la casa hacinada y el barrio: ruido de los bafles de algunos venteros, olores de comidas preparadas en el acto y humos de todo tipo. Situación que se agudiza en ciertos días y horarios en los cuales prima el negocio y la rumba, por tanto, se hace casi imposible estudiar en las mesas y en los salones. La situación ha conducido a cancelación de clases, el desalojo de oficinas y, en ciertos casos, a justificar el teletrabajo, cosa que pueden hacer profesores y administrativos, pero no los estudiantes necesitados de un lugar y un ambiente para el estudio.

«Mi venta», «mi negocio», «mi rumba», «mi humo», «mi música» parecen primar sobre esa empatía y solidaridad expresada con los estudiantes hacinados y sin condiciones básicas para estudiar en casa o en el barrio en la época de pandemia. ¿No tendrían que ser las condiciones básicas para que los estudiantes necesitados estudien en la UdeA el criterio para definir qué podemos y qué no debemos hacer en la Ciudad Universitaria? ¿Las oficinas estudiantiles olvidaron a estos estudiantes, a sus compas, que no tienen un ambiente propicio de estudio en casa o en el barrio? ¿Esas condiciones básicas para estudiar acaso no hacen parte de la defensa al derecho a la educación?

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Notas:

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