Cuidado comunitario de los campus universitarios
Cuidado comunitario de los campus universitarios
«Esta apertura que caracteriza a los campus universitarios es la que ha llevado a que muchos piensen y actúen de manera indebida o, si se quiere, depredadora, que dificulta su conservación y desmejora la vida de todos los universitarios (...) De manera egoísta toman el camino de usar para su propio lucro el bien colectivo que de manera cordial le abre sus puertas. Aprovechan la visita a los campus universitarios para ponerle el ojo y pensarlos como grandes y jugosos espacios que ofrecen la oportunidad de sacarle provecho económico individual. Piensan, cuando pasan por sus pasillos, que pueden utilizar sus mesas como mostradores, en las que ofrecen mercadería de todo tipo. Se comportan como privatizadores de lo colectivo y se aprovechan de la idea benévola de «la universidad es un espacio de todos» para extraer rentas».
El 4 de septiembre de 2025 el artista caldense David Manzur le entregó a la Universidad de Antioquia la obra «Caballo al Viento», un obsequio muy peculiar y especial, pues al maestro se le reconoce en el mundo artístico como un gran pintor, y con ésta única pieza escultórica, elaborada en lámina de hierro, nos cambia radicalmente su biografía; además, lo hace en un período muy especial, cuando su vida —bastante movida por cierto— se aproxima a los 100 años de existencia.
Ahora, todo mundo, quien visite el Campus de Medellín, podrá apreciar, al costado derecho del Teatro Universitario Camilo Torres, la singular escultura del maestro Manzur —allí mismo donde miles de graduados de la Universidad se toman las fotos del recuerdo—. Una obra que vino a enriquecer artística y culturalmente el espacio universitario; una pieza única que compartirá, por el momento, junto a las obras de 37 artistas más. Ayudando a configurar un espacio hermoso, declarado patrimonio de la nación y ahora convertido en uno de los museos abiertos más grandes e importantes del país.
Pero este gran regalo del maestro Manzur a la UdeA y al país, que simboliza «la libertad, la fuerza y el movimiento constante de la Universidad de Antioquia», nos genera una pregunta, una que tiene una respuesta lógica, pero que contiene el germen de una mucho más importante: ¿quién se encargará de cuidar y conservar está obra de arte, al igual que las demás que están en el multicampus universitario? Pues un gran regalo conlleva una gran responsabilidad para quien lo recibe.
Una preocupación que, hay que decirlo, está presente desde antes de recibir la obra y que también comparte con las varias docenas de regalos que le han dado a la UdeA en sus casi 60 años de existencia como Ciudad Universitaria. En ese espacio se tienen obras de artistas tan grandes como las de Pedro Nel Gómez, Rodrigo Arenas Betancourt, Enrique Grau y Horacio Longas—. Además, en el museo universitario se albergan cientos de obras que exigen hoy especial cuidado y mucha atención, la misma que la que tendrá la singular obra de Manzur (ver foto).
Como advierto, la respuesta sobre el cuidado de estas importantes obras es simple: los encargados de cuidar y conservar las obras artísticas que reposan en el multicampus universitario son la administración central, el señor rector y a las dependencias que tiene esta tarea a cargo. Ellos deben usar los recursos que vienen del Estado o que obtienen con la venta de servicios, para hacerse cargo de la sostenibilidad de estas importantes riquezas.
Pero, como también advierto, está pregunta inicial conlleva una reflexión a un más profunda y abarcadora: ¿quién es o quiénes son los responsables del cuidado del patrimonio material e inmaterial que hay en todos los campus universitarios? Pues allí hay, en sus bibliotecas, libros en primeras ediciones; en sus muros, frescos que han pintado las víctimas del conflicto y preservan la memoria histórica; en sus terrenos, majestuosos árboles y una gran riqueza natural; y en las oficinas y pasillos, hombres y mujeres que han recibido premios y hoy regalan al mundo todo su conocimiento inmaterial.
De allí que sea tan importante preguntarnos por los responsables del cuidado de los campus universitarios y, en especial, de los espacios donde las universidades e instituciones de educación superior públicas realizan sus actividades. Una pregunta que, aunque compleja, tiene una respuesta simple: somos todos, los que habitamos o visitamos estos espacios culturales los responsables de gestionar y conservar los territorios universitarios. No podemos dejar el cuidado de este bien común solo a los directivos o entregársela a personas o instituciones externas.
Como pasa con los campus de universidades públicas en el país —caso la Nacional de Colombia, la del Valle o la Industrial de Santander—, el multicampus de la UdeA es un espacio colectivo. Un lugar donde concurren diariamente miles de usuarios que buscan formarse, trabajar o aprovechar las instalaciones para el recreo. En Ciudad Universitaria miles de profesores y funcionarios públicos laboran diariamente, también es el lugar de tránsito para que un visitante casual —el que consulta las bibliotecas, recorre los museos o llega a acompañar un amigo o un familiar a recibir un título— llegue a disfrutar de este museo al aire libre.
En este sentido, el campus universitario de la UdeA, al igual que los campus de las universidades públicas de todo el país, se convierte en «lugar de todos» o, para ser más preciso, de muchos. Unos territorios que le pertenecen a toda la sociedad, a los cuales podemos entrar a estudiar o trabajar —si pasamos un examen de admisión o nos contratan bajo concurso público— o visitar y ejercer el derecho ciudadano de estar en los espacios públicos. En todo caso, un lugar al que se puede llegar y hacer uso, pero también al que hay que cuidar y conservar, pues es un lugar de todos.
Precisamente, esta apertura que caracteriza a los campus universitarios es la que ha llevado a que muchos piensen y actúen de manera indebida o, si se quiere, depredadora, que dificulta su conservación y desmejora la vida de todos los universitarios. El razonamiento del que parten este tipo de personas que visitan los campus universitarios es que, como estos son espacios de todos, no le pertenecen a nadie y, por tanto, pueden aprovecharlos en beneficio propio.
De manera egoísta toman el camino de usar para su propio lucro el bien colectivo que de manera cordial le abre sus puertas. Aprovechan la visita a los campus universitarios para ponerle el ojo y pensarlos como grandes y jugosos espacios que ofrecen la oportunidad de sacarle provecho económico individual. Piensan, cuando pasan por sus pasillos, que pueden utilizar sus mesas como mostradores, en las que ofrecen mercadería de todo tipo. Se comportan como privatizadores de lo colectivo y se aprovechan de la idea benévola de «la universidad es un espacio de todos» para extraer rentas.
Y lo peor, desnaturalizan el espacio común, le quitan potencia a las razones por las cuales las universidades fueron creadas. Recordemos, estos son centros de pensamiento y de cultura, espacios para la formación científica y académica; allí se va estudiar, a investigar, a formar para la vida y a convertir personas en profesionales. No es un espacio pensado ni construido para las ventas, para el comercio informal o el tráfico de todo tipo de mercancías. Pensarlo de esta manera nos lleva a construir una trágica historia y darle un mal sentido a la misión de los campus universitarios.
Precisamente, frente a esta conducta oportunista, el biólogo Garrelt Hardin, al final de la década de 1960, la caracterizó con la metáfora de la «Tragedia de los Comunes». Nos advirtió en aquel momento que los bienes que están en manos de un gran número de personas pueden sufrir una trágica historia, esto si no se reconoce la responsabilidad que tienen entre sus manos y se asume esta con cuidado. Nos advirtió que debemos en colectividad avanzar en la gestión de los bienes comunitarios sino queremos que perezca en manos de los abusadores.
De allí que pensadoras como la nobel de Economía Elinor Ostrom nos ilustran con propuestas de organización que permita la buena gestión de los bienes comunes. Su trabajo se dirige a evitar las posibles tragedias y mostrarnos, con casos exitosos, como administrar lo común. Es necesario reconocer, nos dice Ostrom, que estamos ante un proceso de cuidado en el que somos responsables todos los que hacemos parte de una comunidad. En este sentido nos invita a participar a todos, a dar nuestras opiniones, a incidir en las decisiones y a trabajar en el respeto de los acuerdos.
Esta idea, traída a la gestión de los campus universitarios, se traduce en una invitación a establecer límites claros al uso de los espacios y a las personas que pueden entrar en él y aprovechar los recursos. La idea es que como comunidad universitaria podamos desarrollar sistemas de normas, autoimpuestas, que permitan la buena gestión. Nos invita a construir colectivamente el cuidado de este bien común. Que seamos capaces de reconocer las labores misionales que tenemos. Establecer pactos para que estas labores se puedan realizar y evitar acciones incorrectas, incluso sancionar socialmente a quienes no cumplan con los acuerdos.
Pensemos en lo siguiente: no es para nada cómodo y apropiado que mientras se realicen labores tan propias de los universitarios como leer, pensar y escribir, se tengan ruidos u olores desproporcionados que lo saquen de su labor. Se requiere construir espacios propicios para realizar un trabajo que aparente y externamente es reposado, pero que realmente es muy movido en el pensamiento. La generación de ideas, que transformen y mejoren la vida de millones de personas, exigen condiciones mínimas de salud mental. No es conveniente trabajar en lugares que generan riñas y disgustos por el mal uso del espacio.
La invitación del gobierno de «los comunes» es a gestionar colectivamente nuestros espacios, para evitar que otras personas externas entren a nuestros campus sin nuestro consentimiento. No podemos dejar que avance la privatización de los bienes comunes; tampoco, qué personas u organizaciones externas interfieran, tanto con nuestras labores misionales como con nuestros acuerdos colectivos. Es necesario cuidar estos patrimonios como una manera de proteger la autonomía universitaria, para que nos respeten cuando observen la manera tan apropiada como administramos los comunes.
Debemos reconocer que los campus son nuestros, pero también de las generaciones futuras. Que universidades como la UdeA, que tiene más de 200 años, o la Nacional, que cumple en dos años —el 22 de septiembre de 2027— 160 de vida, son flores duraderas, que forjaron y pertenecieron a nuestros antepasados y que debemos conservar para que la disfruten y cuiden las generaciones futuras. Es responsabilidad nuestra, que la «tragedia» de los comunes no se presente y generalice en nuestros campus; que el dilema de la sobreexplotación no se presente y nos invada. Debemos crear estructuras de gobernanza que nos permita cuidar este bien común. Debemos avanzar en acuerdos colectivos para protegernos y para cumplir la tarea encomendada de gestionar el patrimonio artístico, cultural y científico del país, y avanzar en su mejoramiento.
• Esta columna es resultado de las dinámicas académicas del Grupo de Investigación Hegemonía, Guerras y Conflicto del Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia.
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Notas:
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