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Opinión

La cultura digital como posibilidad de sentir al otro

10/12/2025
Por: Ana Luisa Villegas Suárez. Estudiante de Comunicación Social-Periodismo de la UdeA.

«Pareciera que el ser posmoderno tuvo la oportunidad de entrar en diálogo con una cultura digital utópica, aquella que prometía ampliar los horizontes de la vida cotidiana, facilitar el encuentro y multiplicar las formas de interacción. Sin embargo, esa posibilidad se diluyó al mantener una lógica individualista que omite al otro como sujeto que sabe. La era digital, en lugar de abrir camino al reconocimiento mutuo, muchas veces refuerza una estructura lineal del yo que se mira a sí mismo, incapaz de comprender que la cultura, como advierte Corona y Barbero, solo ocurre cuando dejamos que la mirada del otro nos toque y nos transforme».

Según el Diccionario Etimológico de Chile, la palabra «digital» proviene del latín digitalis y significa «relativo al dedo». De forma similar, la Real Academia Española la define como un adjetivo «perteneciente o relativo a los dedos». ¿Es entonces que lo digital está relacionado originalmente con el tacto, con aquello que se toca, se cuenta y se siente con las manos, allí donde el sentido del tacto cobra su mayor relevancia? Esta pregunta permite pensar que quizá lo digital, antes de convertirse en un territorio abstracto de datos y pantallas, estuvo ligado a una experiencia corporal y sensible. 

Asimismo, Corona y Barbero (2017) conciben la cultura como esa forma de conocerse en el otro, una práctica que implica apertura, vulnerabilidad y transformación. Como ellos expresan: «Ver con los otros, entender con los otros, exige dejarse tocar por los otros; cuando nuestra visión ha cambiado, significa nunca más ver lo mismo» (p.140). Si se fusionaran ambos términos, lo digital y lo cultural, se podría pensar en una experiencia en la que los sentidos adquieren un nuevo protagonismo: ver, sentir, construir, entender y explicar desde la interacción con la alteridad. Lo digital, desde esta perspectiva, sería menos un espacio de acumulación de información y más un territorio sensible donde se produce contacto, reconocimiento y transformación. 

Sin embargo, antes de comprender esta relación, es necesario explorar cómo se ha concebido la identidad en distintos momentos históricos. Durante la modernidad, la identidad era entendida como un proyecto estable, orientado por una trayectoria lineal y coherente. Bauman (1996) utiliza la figura del peregrino para explicar este modelo: aquel que «debe recorrer un camino en busca de una meta última que da sentido a su travesía» (p.45). En este marco, el ser edificaba mediante normas que regulaban su cotidianidad; la posibilidad de ser «tocado por lo otro», lo diverso, lo desconocido, lo digital, era visto como sospecha e incluso con temor. Las instituciones disciplinarias, al decir de Byung- Chul Han (2010), delimitaban estrictamente la experiencia, restringiendo el encuentro con la alteridad. La identidad moderna, así, se sostenía en la estabilidad y la permanencia, inscrita en instituciones como la familia, el trabajo o la nación, que prometía un horizonte de sentido relativamente fijo. 

Con la llegada de la posmodernidad, este escenario se fragmenta. Las estructuras se vuelven inestables y el mundo adquiere la condición de «líquido», caracterizado por la movilidad, la precariedad y la incertidumbre. En este contexto, la identidad deja de ser un destino y se convierte en una elección continua. Bauman (1996) señala que el sujeto posmoderno evita fijarse a una forma única de ser, pues teme perder posibilidades. La identidad se vuelve transitoria, reversible y dependiente de experiencias efímeras, casi siempre mediadas por el consumo. 

Para describir esta condición, Bauman introduce diversas figuras: el paseante, que observa y se desplaza sin comprometerse, adoptando identidades como «máscaras ocasionales»; el vagabundo, condenado a moverse no por elección, sino por exclusión; el turista, que busca experiencias nuevas sin arraigo alguno; y el jugador, para quien la vida es una serie de partidas desconectadas, donde siempre es posible recomenzar. En todos estos casos, la identidad aparece como un proceso flexible, adaptable y constantemente reinventado. 

Pero esta aparente libertad trae consigo tensiones profundas. La constante movilidad genera volatilidad emocional y precariedad en los vínculos; la ausencia de un tiempo lineal dificulta la construcción de un proyecto vital sostenido. La búsqueda del yo se convierte en un ejercicio interminable, marcado por la saturación de opciones. En palabras de Han (2010), la sociedad posmoderna se transforma en «la sociedad del rendimiento», guiada por el «poder hacer», en la que la relación con la alteridad se desdibuja. No se trata de ser tocado por el otro, sino de ser tocado únicamente por uno mismo: una auto-reflexividad que empobrece la experiencia cultural.

Lo digital, entonces, deja de ser un espacio de contacto sensible y se convierte en un dispositivo para adquirir información instantánea. El toque de la pantalla ya no enlaza con el mundo ni con la otredad, sino consigo mismo; opera como un espejo. La cultura, reducida a la definición de la RAE como «conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico», pierde la dimensión colectiva que le da sentido. ¿Dónde queda la posibilidad de construir ese juicio crítico en comunidad, de ser transformado por los otros y no solo por los algoritmos que replican lo que ya somos?

Pareciera que el ser posmoderno tuvo la oportunidad de entrar en diálogo con una cultura digital utópica, aquella que prometía ampliar los horizontes de la vida cotidiana, facilitar el encuentro y multiplicar las formas de interacción. Sin embargo, esa posibilidad se diluyó al mantener una lógica individualista que omite al otro como sujeto que sabe. La era digital, en lugar de abrir camino al reconocimiento mutuo, muchas veces refuerza una estructura lineal del yo que se mira a sí mismo, incapaz de comprender que la cultura, como advierte Corona y Barbero, solo ocurre cuando dejamos que la mirada del otro nos toque y nos transforme. 

Es aquí donde vale la pena recordar que lo digital no siempre estuvo separado de lo sensible. Se suele relacionar lo digital con información y la cultura con un conjunto de conocimientos. Pero digital también viene de los dedos, de las manos, de reconocer el mundo a través del tacto. Y la cultura es también dejarse tocar por el otro, por el entorno que nos mira y transforma.

En este sentido, la cultura digital, en su sentido más pleno, no consiste únicamente en navegar datos, sino en reencontrar el mundo a través de los sentidos. Esto se hace evidente en experiencias habitadas en territorios rurales como El Cedro y El Pueblito, corregimientos de Yarumal-Antioquia. Allí, la relación con la alteridad emerge en gestos cotidianos: trenzar el cabello de doña Andrea, líder de la Junta de Acción Comunal, aprender el zumbido de las abejas que cruzan sus cultivos, observar cómo la infancia y la vejez comparten la calle. También, en sentir las manaos ayudan para cruzar el río, escuchar la montaña que irrumpe con su evo, oír las historias de Doña Luz y Doña Elena, quienes viven en El Pueblito, o desear jugar a la pelota con los niños que juegan por fuera de sus casas. En recordar los pasos de don Gustavo sobre la hierba húmeda de El Cedro y luego regresar a lo urbano: con el tacto renovado, con la mirada más amplia, inspirándose nuevamente en lo cotidiano. Tal vez en ese gesto de volver, se revela lo que la cultura digital podría llegar a ser: no la cancelación del otro, sino la posibilidad de sentirlo. 

Referencias:
1. Bauman, Z. (1996). De peregrino a turista, o una breve historia de la identidad. En S. Hall
& P. Du Gay (Eds.), Cuestiones de identidad cultural (pp. 40-68). Amorrortu
Editores.
2. DECEL – Diccionario Etimológico Castellano En Línea. (s.f.). Digital. Etimologías de
Chile. Recuperado el 17 de noviembre de 2025, de
https://etimologias.dechile.net/?digital
3. Han, B.-C. (2012). La sociedad del cansancio (A. González, Trad.). Herder.
(Obra original publicada en 2010)
4. Martín-Barbero, J., & Corona Berkin, S. (2017). Ver con los otros. Comunicación
intercultural. Fondo de Cultura Económica
5.Real Academia Española. (s.f.). Cultura. En Diccionario de la lengua española.
Recuperado el 17 de noviembre de 2025, de https://dle.rae.es/cultura?m=form


Notas:

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