Los espantos colombianos: Gilmer Mesa y el horror de la violencia
Los espantos colombianos: Gilmer Mesa y el horror de la violencia
«Los espantos superiores son asuntos como la corrupción y la burocracia parasitaria, fenómenos sintetizados por el autor bajo la expresión "hijueputismo", una forma deudora de aquella cadena de favores y conveniencias que escondemos bajo otras expresiones más sutiles y menos directas que, aunque quieran hacer las veces de denuncia, siempre se quedan cortas a la hora de referir esa actitud de complicidad entre todos aquellos que participan de un sistema vicioso que mina las posibilidades del surgimiento de la verdadera justicia en un país que carece de ella casi desde sus inicios como república. Una consideración kafkianocolombiana que expresa el modo absurdo en que vivimos».
Nuevamente a Luis Javier Hernández, por su amistad.
La nueva obra de Gilmer Mesa, Los espantos de mamá (2025), logra exponer con gran genio literario muchos de los dramas colombianos que hacen parte de la historia contemporánea del país. Esta vez, la perspectiva elegida para relatar algunos sucesos parte de la visión de la madre; una visión que mezcla el reconocimiento de la responsabilidad en la crianza deficitaria de los hijos y la sabiduría popular en medio del desarrollo de cada uno de los episodios que conforman esta nueva creación, pues es en diálogo con la madre que se construyen las historias de horror que hacen parte del libro. Los personajes construidos por el autor siguen la pista de aquellos otros que ya nos ha presentado en obras anteriores: bien de barrio y autóctonos. La colección de fantasmas y espectros de todo tipo, de apariciones y luces intermitentes que llaman la atención desde las sombras y generan terror, no son propiamente los espantos de los cuales nos quiere hablar Mesa, aunque es cierto que todo este universo de superstición que es la vida en comunidad y su consideración casi mítica para tratar de explicar la lógica de la barbarie, también son asuntos que revisten cierto interés pero que, a mi juicio, no se instalan aquí en un lugar central. El énfasis en lo espantoso no está dado por las historias sobre ruidos o visiones, ni tampoco sobre conversaciones con muertos o imágenes que llegan desde un mundo diferente al de los vivos. Más bien, lo espantoso está configurado a partir de todo aquello que genera terror en medio de las prácticas humanas que reproducen la violencia y en una forma de cultura que parece insistir en la construcción de un mundo hostil porque en una ciudad como la nuestra los pillos «espantan más y mejor que cualquier fantasma» (Mesa, 2025, p. 267).
Los espantos superiores son asuntos como la corrupción y la burocracia parasitaria, fenómenos sintetizados por el autor bajo la expresión «hijueputismo» (Mesa, 2025, p. 56), una forma deudora de aquella cadena de favores y conveniencias que escondemos bajo otras expresiones más sutiles y menos directas que, aunque quieran hacer las veces de denuncia, siempre se quedan cortas a la hora de referir esa actitud de complicidad entre todos aquellos que participan de un sistema vicioso que mina las posibilidades del surgimiento de la verdadera justicia en un país que carece de ella casi desde sus inicios como república. Una consideración kafkianocolombiana que expresa el modo absurdo en que vivimos. Espantos como la «limpieza social» (Mesa, 2025, p. 252) que se ha instalado en nuestra sociedad bajo la aceptación de que es pertinente asesinar y desaparecer a todos aquellos que afean el entorno, que no aceptan las reglas o que, simplemente, representan una forma de vida diferente que se explica a partir de prejuicios que matan; impulsada por delatores bienintencionados que encarnan una actitud de censor, esos «policías de la moral pública» (Mesa, 2025, p. 36), que señalan para eliminar, la misma actitud que ha quedado plasmada en aquella fotografía de Jesús Abad Colorado, tomada en uno de nuestros barrios, donde un encapuchado camina al mismo tiempo que señala con su mano sugiriendo con ello aquello que debe ser reprimido y aniquilado, lo que debe desaparecer. Ese espanto de la desaparición con el que nos hemos acostumbrado a vivir y que cada vez es menos escandaloso, pero no por ello menos real. La fuerza de este espanto se instala en un país donde «desaparecer es facilísimo y encontrar al desaparecido es casi imposible» (Mesa, 2025, p. 152). Donde la búsqueda de los seres queridos desaparecidos es una acción vital que define aquella aparición de la locura y la desesperación que también son espantosas. Las misma que encarnan las «lloronas» colombianas, madres que no se resignan o que, incluso por mantener escasa esperanza, asumen su tarea como una de tintes inacabables, donde existe el llanto «como manera de comunicación y reclamo» (Mesa, 2025, p. 57). O como el espanto de la amputación de la vida, el que con horror se impone para impedir el desarrollo pleno de nuestras capacidades, el que la violencia le quitó a esa cantante de Apartadó que Mesa invita a su relato para mostrar cómo un ser humano vive en medio de la renuncia a sus deseos más nobles, para aferrarse al pasado y no salir de allí; para vivir eternamente bajo la huella de la violencia que no solo arrebata a seres queridos, sino que también se lleva las capacidades más preciadas e impide que la alegría vuelva a ser un asunto fundamental de la existencia.
La rabia, el miedo, la culpa, la humillación, el desamor y otros espantos son los que aparecen en la nueva obra de Mesa, confeccionados en detalle a través de esos protagonistas del barrio que, cada uno a su manera, desarrollan a partir de lo que la vida en común dispone para ellos. En medio de la dificultad de reconocer las propias falencias y con la seguridad de revisar detalladamente las acciones más inmediatas y gratuitas de los demás. En un contexto de alta superstición donde se cree en la intervención directa de los muertos en el mundo de los vivos, por sugestión o incluso por explicación lógica y racional, la violencia no deja de tener esa realidad aplastante que nos muestra cómo los hechos atroces en este mundo son ejecutados por los vivos, y que la cantidad de cadáveres sobre los que se construyen muchas historias son simplemente el fermento de la maldad que todavía hoy condena a nuestra sociedad a la lógica de la repetición y que hacen de Medellín «un cementerio lleno de muertos desaparecidos que nos miran desde la soledad de su muerte para recordarnos nuestro olvido y su abandono» (Mesa, 2025, p. 289).
Entre todos estos espantos generales que encarnan la violencia en Colombia, se cuela un espanto más personal pero igualmente violento, uno que podríamos decir que corresponde a una acción de daño sobre sí mismo: el alcoholismo. Mesa logra presentar el drama particular de esta adicción como momento transversal a todos aquellos episodios de horror relatados a través del comentario materno que expresa historias que detallan cada uno de los hechos que hacen parte de la cosmogonía barrial. El alcoholismo y la reiterada referencia al estado de ánimo del narrador de la obra, derivado en muchas ocasiones de su vínculo malsano con el licor, hacen que también este espanto, dirigido hacia un objeto que genera ansiedad y desborda las posibilidades del bienestar, nos cause terror y nos invite a pensar en todas aquellas relaciones malogradas que determinan nuestra existencia y ponen al descubierto lo peor de cada uno de nosotros: un autoespanto; la «mirada borracha» sobre nosotros mismos (Mesa, 2025, p. 277). No obstante, quizás en medio de esa embriaguez, la literatura se presenta como posibilidad creativa y terapéutica, pues la palabra creadora se nutre, como sugiere Dante, de la «ebriedad a un tiempo de la vista y el oído» (Dante Alighieri, Paraíso, canto XXVII, v. 4), parte de la sensibilidad que todo gran contador de historias agudiza para poder transformar lo que ve y escucha en unidades de sentido escritas o habladas. No es mi intención entregar una imagen cliché del escritor bohemio que se la juega todos los días en medio de sus adicciones, tampoco reproducir el estereotipo del solitario que necesita sufrir para crear, aunque en la esta obra de Mesa queda claro que la situación del artista está condicionada por lo dramático de su propia vida y que sin ello es casi imposible que broten sus manifestaciones más auténticas.
Pillos, yerbateros asesinos, violadores, políticos corruptos, funcionarios incapaces y deshonestos, padres descuidados; ingenuos, miedosos o agresivos, esposos posesivos, todos arte y parte de la construcción de una sociedad ansiosa, como el alcohólico que necesita de su bebida para tranzar con sus propios demonios, todos son seres trastornados fruto de sus biografías maltrechas; y también están los espectadores, lectores, que pasan revista a la realidad como pasando las páginas de una trepidante novela hasta llegar a la última línea para después reproducir el relato ampliado a través de sus propios prejuicios. La indolencia como un espectro que ya no ronda a esta sociedad, sino que se ha transformado en su propia realidad. Colombia continúa siendo ese lugar donde es urgente interrumpir el curso de un destino violento; cambiar la tragedia por otras formas que se alejen de la hostilidad, los espantos y la mera fuerza, casi natural, de las circunstancias.
Referencias
Dante Alighieri. (2021). Divina Comedia. Penguin Random House.
Mesa, G. (2025). Los espantos de mamá. Penguin Random House.
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