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Opinión

La guerra contra las drogas tiene usos políticos

31/10/2025
Por: Adrián Restrepo Parra. Profesor del Instituto de Estudios Políticos de la UdeA.

«EE.UU. con el prohibicionismo amparado con la guerra contra las drogas asumió el papel de una autoridad para certificar y descertificar el esfuerzo de distintos países por acabar con el llamado narcotráfico. El objetivo declarado es combatir el narcotráfico, pero en la práctica esta política ha sido utilizada para incidir en las realidades de distintos países. El objetivo oculto sería influenciar las decisiones de otros países, es una política intervencionista. Aunque esta versión suele ser rechazada por «conspirativa» y sin mayor evidencia a su favor, las decisiones recientes del presidente Trump sobre el presidente Petro son bastante ilustrativas al respecto».

La teoría política diferencia entre los objetivos declarados y los objetivos ocultos de una decisión política. Los primeros son los que el decisor comunica de manera pública, son visibles, medibles y, ante todo, objeto de control o regulación por la ciudadanía y los contradictores políticos. En cambio, los segundos, como su mismo nombre sugiere, no son declarados de manera pública, no son visibles al público, y, aunque sí son medibles, suelen estar por fuera del control o regulación de la ciudadanía y otros actores de interés. 

Esta diferenciación obviamente nos lleva a pensar en dos tipos de decisiones políticas. Sin embargo, la teoría política precisa que no siempre existe una disyuntiva entre objetivos declarados y ocultos. En ciertos casos, las decisiones públicas, difundidas por los medios de comunicación y conocidas por los ciudadanos, conllevan los que sí serían los objetivos reales. En otras palabras, una decisión política declarada públicamente puede contener otros fines diferentes a los publicitados por el decisor político. 

Distintos analistas han puesto como ejemplo de decisiones políticas con objetivos declarados, pero con intereses ocultos, la política de drogas prohibicionistas y su estrategia de guerra contra las drogas. Particularmente, EE.UU. con el prohibicionismo amparado con la guerra contra las drogas asumió el papel de una autoridad para certificar y descertificar el esfuerzo de distintos países por acabar con el llamado narcotráfico.

El objetivo declarado es combatir el narcotráfico, pero en la práctica esta política ha sido utilizada para incidir en las realidades de distintos países. El objetivo oculto sería influenciar las decisiones de otros países, es una política intervencionista. Aunque esta versión suele ser rechazada por «conspirativa» y sin mayor evidencia a su favor, las decisiones recientes del presidente Trump sobre el presidente Petro son bastante ilustrativas al respecto. 

Catalogar al presidente colombiano como jefe del narcotráfico y por lo mismo incluirlo en la Lista Clinton, muestra que el presidente Trump utiliza la política prohibicionista de drogas y la guerra contra las drogas como un arma para incidir en la orientación del régimen político colombiano. No le faltan motivos al presidente Trump para estar molesto con su homólogo colombiano, pero afirmar que el presidente Petro es narcotraficante sobrepasa con creces las mentiras que se han dicho sobre Petro. 

En la larga historia política de Petro, ni sus enemigos ni sus contradictores políticos habían ido tan lejos, tal vez porque no han contado con el apoyo de la CIA. De hecho, la acusación de Trump no ha logrado siquiera que los acérrimos contradictores de Petro sigan el juego del presidente de EE. UU. ¿por qué? Porque buena parte de los enemigos del presidente Petro los ha cosechado en su lucha contra el narcotráfico, una lucha a la cual él ha intentado darle virajes, como concentrar la fuerza estatal en la interdicción más que en los cultivos. En intentar unas mesas de diálogo y negociación con distintos tipos de organizaciones armadas cuyo signo común es la relación con la economía de las drogas ilegales. 

En política de drogas el presidente Petro es la antítesis de Trump, el presidente de EE. UU. promueve la política prohibicionista y de guerra contra las drogas en su versión fanática, cuya apuesta central es la consigna de la convención antidrogas de 1961: «Un mundo libre de drogas», ese mundo ideal, resultado del deseo y no de la evidencia, supone que si no hay cultivo —hoja de coca—, entonces no habrá producto —cocaína— y, por tanto, los jóvenes gringos no tendrán droga para consumir y así todas las familias serán felices. Sin embargo, todos estos decenios de guerra contra las drogas han mostrado que así no opera el mercado de las drogas ilegales. 

Las contradicciones entre ambos presidentes van más allá de la política de drogas, esta es solo «la gota que derramó el vaso», Trump quiere que hagamos la guerra contra las drogas en sus términos, sin alternativas, pero, como él ha mostrado en otros casos, no solo exige obediencia en este campo sino en otros. Ahora que estamos en ambiente electoral la andanada del gobierno Trump contra el gobierno de Petro ha sido intensificada con el propósito de incidir en los resultados electorales, tal como lo hizo con Argentina.

Un aspecto que Trump pasa por alto, o que no le importa, es que al momento de hacer un uso discrecional de la política de guerra contra las drogas para lograr objetivos distintos a los declarados es que los objetivos ocultos no deben perder su naturaleza, para eso la diplomacia es fundamental, pero, como hemos visto, la diplomacia es una palabra extraña para el gobernante de EE. UU. Con Trump el poder no es una mano de hierro con un guante de seda, él es alérgico a la seda. 

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• Esta columna fue publicada en el sitio web de La Silla Vacía.


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